ANLC: promueve el comercio, pero deteriora el empleo

Nacido hace diez años a la sombra de la maquila, el Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio (ANLC) parece el símbolo de la apertura comercial y sus peligros. Canadá está desilusionado y México lo está más.

7 enero, 2004

Hasta la sigla más popular, “Nafta” (por North American Free
Trade Agreement), suena irónica en castellano o francés. Los duros
debates de 1993 fueron proféticos: hoy el tratado sigue siendo una promesa
en cuanto a promover el desarrollo y la integración entre dos economías
industriales (Canadá, EE.UU.) y una periférica (México).

Como anticiparon economistas serios -Joseph Stiglitz, Jeffrey Sachs, Aldo Ferrer,
Marcelo R. Lascano-, ha sido imposible generar millones de puestos laborales
al sur del río Bravo, elevar niveles de vida y reducir la inmigración
ilegal hacia EE.UU. “La única meta genérica alcanzada es
el libre intercambio de bienes y servicios, pero -admite el Institute for International
Economics, reducto mercantilista en Washington DC- esto no basta.”

Un reciente estudio de la entidad señala que “las ventajas para
EE.UU. en productos más baratos y mayores utilidades empresarias son
grandes. Pero se diluyen en la enorme economía norteamericana y casi
nadie las nota”. Lo que sí advierte el público es “la
pérdida de empleos en el Medio Oeste, que emigran hacia México,
Canadá o, últimamente, China y crean desocupación local
(que el departamento federal del ramo no toma en cuenta)”.

Por supuesto, México tiene muchos más motivos de frustración.
De acuerdo con el “New York Times”, no se cumplió el compromiso
de “cerrar la brecha de salarios y calidad de vida entre Canadá-EE.UU.
y México”. Por el contrario, en el socio geoeconómicamente
menor del trío “han aumentado las diferencias entre ricos y pobres,
como se ve en la publicidad orientada al público azteca”.

Entretanto, la maquila sigue prosperando en Ciudad Juárez, Acuña
y una cadena de poblaciones pegadas a la frontera con EE.UU. En 2002, las maquiladoras
exportaron por US$ 78.000 millones y existen proyecciones por alrededor de 82.000
millones en 2003. Casi dos tercios de esos volúmenes representan armado
de partes y piezas estadounidenses.

Como lo preveían analistas críticos hace diez años, el
sistema no redunda en mejoras sociales, aunque la base política del actual
gobierno conservador esté precisamente en la franja septentrional del
país. Por supuesto, la maquila fue introducida cuando el Partido Revolucionario
Institucional -PRI, un unicato venal y anacrónico- controlaba México.
Pero el cambio de régimen no impide que la maquila pague apenas US$ 45
por cada semana laboral de 48 horas (un octavo del promedio en EE.UU.).

Evaluando los diez años del ANLC, Stiglitz saca conclusiones de mayor
alcance. “Los acuerdos del tipo que propone o impone EE.UU. no benefician
al resto del continente. Por eso, debe rechazarse el proyecto pro Área
de Libre Comercio Americano (ALCA)”. Justamente, el Nóbel económico
2001 reiteró sus recomendaciones, días atrás, en una reunión
con Roberto Lavagna.

Hasta la sigla más popular, “Nafta” (por North American Free
Trade Agreement), suena irónica en castellano o francés. Los duros
debates de 1993 fueron proféticos: hoy el tratado sigue siendo una promesa
en cuanto a promover el desarrollo y la integración entre dos economías
industriales (Canadá, EE.UU.) y una periférica (México).

Como anticiparon economistas serios -Joseph Stiglitz, Jeffrey Sachs, Aldo Ferrer,
Marcelo R. Lascano-, ha sido imposible generar millones de puestos laborales
al sur del río Bravo, elevar niveles de vida y reducir la inmigración
ilegal hacia EE.UU. “La única meta genérica alcanzada es
el libre intercambio de bienes y servicios, pero -admite el Institute for International
Economics, reducto mercantilista en Washington DC- esto no basta.”

Un reciente estudio de la entidad señala que “las ventajas para
EE.UU. en productos más baratos y mayores utilidades empresarias son
grandes. Pero se diluyen en la enorme economía norteamericana y casi
nadie las nota”. Lo que sí advierte el público es “la
pérdida de empleos en el Medio Oeste, que emigran hacia México,
Canadá o, últimamente, China y crean desocupación local
(que el departamento federal del ramo no toma en cuenta)”.

Por supuesto, México tiene muchos más motivos de frustración.
De acuerdo con el “New York Times”, no se cumplió el compromiso
de “cerrar la brecha de salarios y calidad de vida entre Canadá-EE.UU.
y México”. Por el contrario, en el socio geoeconómicamente
menor del trío “han aumentado las diferencias entre ricos y pobres,
como se ve en la publicidad orientada al público azteca”.

Entretanto, la maquila sigue prosperando en Ciudad Juárez, Acuña
y una cadena de poblaciones pegadas a la frontera con EE.UU. En 2002, las maquiladoras
exportaron por US$ 78.000 millones y existen proyecciones por alrededor de 82.000
millones en 2003. Casi dos tercios de esos volúmenes representan armado
de partes y piezas estadounidenses.

Como lo preveían analistas críticos hace diez años, el
sistema no redunda en mejoras sociales, aunque la base política del actual
gobierno conservador esté precisamente en la franja septentrional del
país. Por supuesto, la maquila fue introducida cuando el Partido Revolucionario
Institucional -PRI, un unicato venal y anacrónico- controlaba México.
Pero el cambio de régimen no impide que la maquila pague apenas US$ 45
por cada semana laboral de 48 horas (un octavo del promedio en EE.UU.).

Evaluando los diez años del ANLC, Stiglitz saca conclusiones de mayor
alcance. “Los acuerdos del tipo que propone o impone EE.UU. no benefician
al resto del continente. Por eso, debe rechazarse el proyecto pro Área
de Libre Comercio Americano (ALCA)”. Justamente, el Nóbel económico
2001 reiteró sus recomendaciones, días atrás, en una reunión
con Roberto Lavagna.

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