Una visión distinta: un mundo sin trabajo

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Daniel Susskind, joven profesor de economía en la Universidad de Oxford, argumenta en A World without Work: Technology, Automation, and How We Should Respond que la automatización que vemos hoy es profundamente diferente del cambio tecnológico del pasado.

Por eso, los Gobiernos deben reformular la estrategia laboral. The New York Times define el libro como “lectura obligatoria para todo candidato presidencial”.

El argumento que desarrolla Susskind en A World Without Work descansa en tres premisas: que las generaciones de hoy verán que la automatización va a dar como resultado que no haya suficiente trabajo para todos; que este nuevo desempleo tecnológico es “estructural” y que, si se lo ignora, generará todavía más desigualdad en este injusto mundo de hoy; y que para impedir que esto ocurra, los Gobiernos deben reformular totalmente su estrategia en política laboral.

A los trabajadores siempre les ha provocado pánico la posibilidad de ser reemplazados por las máquinas. Pero esta vez la amenaza es real. Para demostrar los cambios que se están produciendo en el desarrollo de la inteligencia artificial, presenta el caso de los robots preparados para jugar ajedrez y Go.

Durante años, dice, la ciencia utilizó el método de intentar copiar el pensamiento y la conducta del ser humano. Como no lo logró, hacia finales de los años 80 el desarrollo de la inteligencia artificial parecía haber chocado contra una pared.

Pero en 1997 la computadora Deep Blue de IBM venció al gran campeón Garry Kasparov en una partida de ajedrez. La máquina no pensaba como Kasparov: usaba lo que Susskind llama “la fuerza bruta de la potencia procesadora” para prever muchísimas más jugadas que su oponente humano.

En 2016, un robot llamado AlphaGo venció a Lee Sedol, el mejor jugador humano de Go haciendo una movida contraria a lo que parecía dictar el sentido común. Un año después, al programa Alpha Go Zero solo se le dieron las reglas del juego. Después de tres días de jugar sola millones de partidas, la máquina demolió al programa original AlphaGo. En unos pocos años, ese método pragmático permitió que las máquinas compitan con los seres humanos, derroten a los mejores y luego los suplanten.

Desempleo estructural

Con una cantidad de argumentos el autor refuerza la idea de que la automatización volverá redundantes a las personas. El único final posible es el “desempleo tecnológico estructural”, en el cual las máquinas son mejores que los humanos en tantas tareas que va a ser imposible emplear a todos los que hoy integran la fuerza laboral.

Susskind advierte que un mundo sin trabajo también será mucho más desigual. Cuanto más se vayan automatizando las tareas, más caerá el valor del capital humano. Paralelamente, las ganancias creadas a través del trabajo de los robots irán a manos de los accionistas de unas pocas compañías.

La automatización es ideal para unos pocos grandes jugadores, no para muchos pequeños. Para avanzar con IA hacen falta enormes cantidades de datos y poder de procesamiento; las startups son muy pronto chupadas por los gigantes. Alphabet, Amazon, Apple, Facebook y Microsoft gastaron US$131.000 millones en 435 compras en los últimos10 años.

¿Cómo hacer, entonces, para mantener la cohesión del tejido social donde solo unos pocos pueden autoabastecerse y toda la riqueza está en manos de unas pocas empresas?

La respuesta podría estar en el rol del Gobierno. El Gobierno debería enfocarse no en la producción de riqueza sino en su distribución. La historia enseña que las fuerzas del mercado no han compartido la riqueza equitativamente.

Susskind sugiere un rediseño de las leyes laborales que suban los impuestos a los que administran para retener el valor de su capital y distribuir ese ingreso entre el resto de la sociedad. Y para asegurar una distribución equitativa, recomienda una modificación del ingreso universal básico, pero que a cambio exija algún aporte a la sociedad.

El Gobierno tendría otras funciones, como invertir el excedente en fondos, crear legislación para facilitar la transición hacia la escasez de trabajo y adoptar políticas de ocio más constructivas.

Inevitablemente, su mirada hacia el futuro no es muy clara. No toma en cuenta que algunas de las tendencias macroeconómicas que definen la era podrían desarrollarse en paralelo, como la contracción de las poblaciones en edad de trabajar o los aumentos poblacionales en economías emergentes.

Las actitudes actuales hacia la inmigración y el costo del trabajo importado serán factores determinantes para la tasa de adopción de automatización. Pero Susskind admite que el trabajo es una parte tan fundamental de la identidad moderna y que es difícil concebir un mundo sin él. Su libro es un esfuerzo por concebirlo.

 

 

 

 

 

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