Por Isabel de Felipe Boente y Julián Briz Escribano (*)
Sin embargo, parece que en los últimos años se ha invertido la tendencia y se ha producido un incremento de más de 100 millones de hambrientos según FAO.
Por más que nos pese, el siglo XXI está resucitando fantasmas pasados que afectan a sectores básicos como la alimentación y la energía. La covid-19, la guerra de Ucrania y la sequía amenazan la subsistencia humana. Las colas del hambre renacen y han provocado, recientemente, una “movida” política, social y económica.
Para que deje de estar en entredicho el abastecimiento alimentario conviene dar una respuesta rápida que, al menos en parte, venga de la mano de la innovación.
¿Nuevos productos para un viejo problema?
A lo largo de la historia, la irrupción de nuevos productos en el sistema alimentario ha respondido a una variedad de motivaciones. Aunque antes de analizarlas, tendríamos que tener claro qué se entiende por nuevo alimento. La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) considera nuevo alimento aquel que no se ha consumido en la UE, al menos no en gran medida, antes de mayo 1997. Puede ser innovador porque utilice nuevas tecnologías y nuevos procesos productivos o sencillamente porque su consumo haya sido escaso o nulo hasta el momento.
Aunque la innovación se focaliza en aspectos concretos y eslabones determinados de la cadena alimentaria, las ondas de adaptación se transmiten al resto de eslabones. Eso da lugar a modelos de consumo distintos, formas de distribución originales (forma, tamaño y material de los envases, por ejemplo), nuevas presentaciones o composición de los productos y búsqueda de nuevas variedades en origen.
Para empezar, el agricultor debe ser conocedor de las plantas y prácticas de cultivo que, de forma sostenible, puede ofrecer al sistema alimentario. Incluyendo productos ecológicos o transgénicos, además de diferentes formas de cultivo.
La fermentación es otro instrumento eficaz en la innovación de alimentos. Por un lado ofrece beneficios en el sabor, nutrición, salud, textura y vida útil, y tiene la ventaja de ser natural. Pero también aumenta la actividad oxidante y permite que la vida útil de los alimentos pueda llegar a cuatro semanas en productos lácteos líquidos fermentados, o a más de un año en bebidas alcohólicas y salchichas fermentadas secas.
Otra de las innovaciones a tener en cuenta es la carne sintética, producida mediante cultivo de células en el laboratorio. En algunas de las propuestas actuales dicha carne procede de tejidos animales que se hacen crecer en un biorreactor y, posteriormente, se introducen en una impresora 3D que les da la forma deseada.
Hacia dónde vamos
El doble reto de acabar con el hambre y, a la vez, proteger el medio ambiente requiere que la innovación vaya en paralelo al desarrollo de unas estrategias a nivel internacional.
Por otra parte, la generación de nuevos productos debe acompañarse de estrategias de adaptación al mercado, bien rompiendo con lo anterior o mejorando lo existente. En todos los casos es fundamental mantener un control de calidad y seguridad alimentaria.
Partiendo de estos requisitos básicos, el mundo de los insectos parece abrir nuevos horizontes, pero también el uso de otras proteínas alternativas procedentes de hongos y microalgas.
Otras líneas interesantes tienen que ver con la nutrición de precisión según el mapa genético del consumidor y con la edición genética (CRIPSR), que mediante el corta y pega de los cromosomas nos ofrece nuevas posibilidades.
Entre las innovaciones que marcan el futuro de la alimentación saludable y sostenible destacan también los alimentos fabricados mediante impresión en 3D, también conocida como fabricación aditiva.
Se trata de aprovechar un proceso robótico que construye un producto de manera tridimensional mediante la superposición de capas de material a través de un programa de diseño digital. De este modo se pueden crear estructuras y formas novedosas, pero también comidas personalizadas en función de las necesidades nutricionales específicas y la ingesta de calorías de una persona individual.
El cultivo vertical de alimentos (vertical farming), el uso de drones y robótica en agricultura, y el aprovechamiento de excedentes alimentarios completan la lista de innovaciones prometedoras.
En el torbellino actual, los ciudadanos estamos modificando los hábitos de consumo a marchas forzadas, los empresarios intentan sobrevivir y los investigadores buscan nuevos productos o sistemas de gestión.
Las innovaciones deben contemplar los impactos culturales, socioeconómicos y medioambientales en el entorno y de forma global. Con las cosas de comer no se juega, y un error intervencionista gubernamental, o sencillamente fallos en la oferta, pueden llevar a un desabastecimiento grave de la población.
(*) Isabel de Felipe Boente es Profesora jubilada de Economía y Desarrollo, Universidad Politécnica de Madrid (UPM); y Julián Briz Escribano es Catedrático emérito, Universidad Politécnica de Madrid (UPM).