Hace 18 años, cuando Elon Musk fundó una empresa de automóviles eléctricos para competir rueda a rueda con los GM, Ford, VW o Jeep de este mundo, la gran mayoría se le rió en la cara. El emprendedor no solo no se molestó, sino que al poco tiempo subió la apuesta: creó una empresa para competir con la Nasa.
La reacción fue similar, aunque ya más atenuada. Hoy, Tesla vende más autos en la gama de lujo en los EE.UU. que BMW, Mercedes y Audi. Y SpaceX se convirtió en la primera compañía del mundo que cuenta con un cliente en el espacio exterior, la Estación Espacial Internacional.
Hace apenas cinco años, Musk lo hizo de nuevo. Sólo que esta vez le apuntó a un viejo sueño de la humanidad: colonizar Marte. Considerando el éxito que tuvo con Tesla (su Model 3 es hoy el auto enchufable más vendido del mundo) y con SpaceX (hasta el año pasado comercializó más de US$ 5.000 millones en contratos) pocos se animan hoy a reírse. Y eso que Musk de mecánica no sabía mucho, antes de Tesla. De ciencia espacial, nada, antes de crear Space X.
Sin embargo, el mayor valor que nos ejemplifica este sudafricano de 49 años no es su éxito comercial. Es el camino que recorrió para hacerlo realidad. Después de vender sus participaciones en PayPal, empresa que cofundó en 1998, Musk tranquilamente podría haberse retirado a vivir en la costa oeste de EE.UU., lugar donde reside, para convertirse en financista de otros proyectos de innovación que buscan the next big thing.
En cambio, se embarcó en cambiar las reglas de juego de dos mercados tan oligopólicos como lo son la industria automotriz o la investigación espacial. Lo hizo sin esperar la ayuda de un gobierno o de un paquete de estímulo. Hoy, su experiencia nos permite creer en que llevar a un hombre o una mujer a Marte no es una utopía sino una posibilidad.
Lo mismo sucede en la industria automotriz. Productores como Volkswagen, Toyota, Ford o GM no tienen otra opción que seguir los pasos de quien, hace no tanto miraban con desdén. Porque los consumidores así hoy se lo exigen.
Just Do It
Musk hizo esta transformación posible. Sin embargo, no por ser un iluminado. Fue su necesidad de pensar el presente: no como es, sino como debería ser y, luego, animarse a actuar en consecuencia. Eso lo convierte en el ejemplo de un líder visionario que, además, es un líder valioso. No es el primero.
Por ejemplo, hace 530 años un tal Cristóbal Colón se animó a salirse de las rutas comerciales establecidas para venderle más a China. El resultado es conocido. 500 años más tarde, en el mismo instante en el que IBM decía que no había razón de que una empresa de menos de US$ 100 millones de facturación tenga una computadora, un tal Bill Gates dijo que él se imaginaba una computadora en cada escritorio del mundo. También, el resultado de esa historia es conocida.
Sin embargo, después de atravesar una pandemia, el ejemplo de Elon Musk pesa aún más para recordarnos lo escaso que es el liderazgo visionario en el día de hoy. Si hacemos un balance sincero sobre el liderazgo que vemos en los ecosistemas veremos que un 70% – 90% de aquello que definimos como liderazgo se centra hoy en solucionar problemas de coyuntura, tomar decisiones en momentos de crisis.
En fin, veremos que el liderazgo hoy se limita a corregir, contener, coordinar. El liderazgo se focaliza en potenciar el hoy. Y no está mal que así sea. Sin embargo, si algo nos enseñó la pandemia es la necesidad urgente de volver a reenfocar la otra gran parte de nuestra tarea como líderes que es, justamente, el animarnos a pensar el hoy mirando el futuro para así diseñarlo, aprovecharlo. No para inspirar, sino justamente para generarle valor a nuestras organizaciones.
Imaginarse el futuro para diseñarlo
El mercado financiero es un buen espejo para entender cuánto valor le adjudicamos a quienes son líderes visionarios. Varias de las empresas listadas en las bolsas cuya valorización supera los US$ 1.500 millones. Sin embargo, no hay razón objetiva para que representen ese valor. Ahora, si analizamos quiénes las lideran o las fundaron veremos que, en su mayoría, son o fueron personas que podríamos catalogar como líderes visionarios. Tesla es sólo el último ejemplo.
Y, otra vez, ser un líder visionario y un líder valioso no depende del ingenio o de la experiencia y edad. En su esencia es una cuestión de animarse. Un buen ejemplo nos lo dio justamente una joven, como Greta Thunberg. Mucho antes de la pandemia y aun siendo una niña, se animó a pensar el presente no cómo es sino cómo debería ser. Y actuó en consecuencia. El resultado es la comunidad global de “consumidores” que hoy exigen a sus líderes cambio y no están dispuestos a esperar.
Desde otro lugar también Yuval Noah Harari nos anima a pensar en esa dirección. En sus libros suele invitarnos a pensarnos en una etapa definida del tiempo. Sin embargo, es en Homo Deus: Breve Historia del mañana (Harvill Secker, 2015), en el cual este historiador y filósofo de origen israelí nos invita a hacer el ejercicio de visualizar el mañana para comenzar a diseñarlo hoy. Y, lo mejor de todo, lo hace de una forma que todos podemos entenderlo.
Entonces, líderes visionarios vemos pocos, pero deberían existir muchísimos más. El problema es que entremedio se nos instalan los miedos y las inhibiciones. Sin embargo, las consecuencias de la pandemia nos demuestran que no tenemos derecho a escondernos detrás de estas excusas.
Una idea es una fantasía hasta que se pone en palabras. Y cada uno de nosotros, en cada uno de nuestros ámbitos, tenemos permiso de pensar en forma diferente y de expresarlo. Las organizaciones que confían en nosotros dependen de que tengamos esa ambición. Sino que le pregunten a Elon Musk. Hace 20 años, se animó a repensar los viajes al espacio. Hace tres años, propuso colonizar Marte. Hoy, está a punto de ponerle fecha al primer vuelo. Lamentablemente, es -aún- el único que lo hace. Por eso, por qué no preguntarnos: ¿cuál es mi Marte?
(*) CEO y socio fundador de OLIVIA (www.olivia-la.com)