En nuestro país –como en toda la región– se creó, a mediados del siglo pasado, durante el segundo Gobierno peronista, un subsistema de educación técnica de nivel secundario que se proponía, por una parte, darle acceso a este nivel a los hijos de los obreros que habían terminado la escuela primaria. Y, a su vez, formar mano de obra para la industria sustitutiva de importaciones que comenzaba a desarrollarse en el país. Esta creación mantuvo la impronta enciclopedista que caracteriza a los bachilleratos humanistas. Su currículum es una sumatoria de disciplinas en las que coexisten las de forma ción general con las específicas de la especialización laboral.
A este conglomerado de materias se le suman, en el contraturno, los talleres en los cuales se hacen las prácticas laborales del caso. De ahí que las escuelas técnicas tengan un año más de duración y sean necesariamente de doble escolaridad.
Si hoy analizamos la oferta oficial de educación técnica estatal en todos sus niveles, resulta evidente que sus referencias están en el mercado de trabajo de la mitad del siglo pasado, y que sus dinámicas de funcionamiento responden más a las de los sistemas educativos, que a las de los mercados de trabajo.
En un mundo globalizado que ya está inmerso en la Cuarta Revolución Industrial y en el que el cambio tecnológico es vertiginoso, la Argentina forma a los jóvenes para trabajar en un mercado laboral que ya está perimido, aunque subsiste, y con trayectorias formativas muy largas. Capacita así a los sectores populares para un grupo empresarial de baja productividad, que demanda poco trabajo y que tiene poco futuro.
Podríamos decir que es un circuito de reproducción de la decadencia. Las empresas siguen produciendo con una tecnología perimida y el Estado les ofrece una mano de obra acorde a sus necesidades. Pareciera un esfuerzo por recrear un mundo pasado condenado a desaparecer, como si pensáramos que, en el futuro, podremos vivir en una dimensión paralela donde el tiempo está detenido en los años 50 del siglo pasado. Innovaciones Afortunadamente, el mercado ha generado en los últimos 20 años innovaciones al margen de lo ya establecido y acordes con la dimensión en la que transcurre el mundo en que vivimos. En general, en los espacios con escasa o ninguna regulación emerge lo diferente y lo hace en relación a alguna demanda o exigencia que no encuentra respuesta en el campo de lo ya instalado. Posiblemente sea por esto que el resto puede mirar hacia otro lado y hacer como que no existen. Algo así sucedió y sucede con los sectores del conocimiento y la formación de la mano de obra que ellos requieren.
El recurso más valioso de estos sectores es la mano de obra que debe contar con la formación tecnológica requerida.
En un primer momento, utilizaron alumnos universitarios y luego se asociaron y crearon sus propios institutos de formación que tienen ya un alcance regional. Brindan cursos que abarcan un amplio abanico en cuanto a los conocimientos técnicos y su duración.
Los alumnos pueden calificarse para el trabajo con cursos de poco tiempo que luego van concatenándose con otros complementarios y terminan conformando una especialización competitiva en el mercado de trabajo.
Estas instituciones son un circuito privado, cuya certificación es legalizada por las cámaras del sector y captan su alumnado entre los chicos de sectores medios que costean por sí mismos los cursos, ya que estos les generan posibilidades seguras de empleo futuro muy bien remunerado. Hay, además, una cantidad de ONG dedicadas a la formación tecnológica de jóvenes provenientes de sectores populares, que obtienen sus fondos a través de convenios con entes públicos o privados.
Unos y otros han desarrollado metodologías muy específicas para la enseñanza que son efectivas para los jóvenes de diferentes sectores socio-culturales.
Si articulamos estas piezas podemos armar una extraordinaria posibilidad para los jóvenes en un país que los castiga especialmente con el desempleo o el empleo de baja calificación.
Tenemos por una parte empresas de tecnología de punta que ofrecen trabajo de calidad con diferentes niveles de calificación: se requieren ingenieros y también técnicos con trayectorias de formación que se pueden ir completando a lo largo de dos o tres años; jóvenes desocupados que pueden formarse para ocupar trabajos y metodologías de enseñanza ya probadas que nos aseguran la posibilidad de obtener buenos resultados exitosos.
Sin embargo, las empresas tienen muchas dificultades para cubrir sus puestos de trabajo, ya que los esfuerzos y la inversión del Estado están dedicados a generar mano de obra para un mercado que no solo no crea empleo, sino que expulsa trabajadores.
Nota: Este artículo fue publicado en la edición de agosto 2021 de la Revista Mercado