Esto no quiere decir que todas las cosas hasta ahora globales vayan a desaparecer. Las ideas y la información seguirán atravesando fronteras mientras la economía mundial se vuelve cada vez más digital. También el capital será móvil, aunque no en una forma tan libre como antes.
Habrá más límites para lo que las instituciones financieras en democracias liberales pueden hacer para financiar gobiernos autocráticos o degradar el bienestar económico de los ciudadanos en sus propios países.
También habrá una redefinición de las reglas comerciales, de los derechos laborales y de cómo calcular los costos y beneficios del crecimiento económico.
Todas las economías serán locales. Los viejos modelos de eficiencia, que suponían que la gente, los bienes y el capital se trasladarían sin problemas a donde sea que fuera necesario, eran baratos. Crear más oportunidades en casa, mientras simultáneamente se mantiene una conexión con la economía global va a requerir crear modelos más resilientes: mejor educación, infraestructura, sueldos locales y menos focos en las ganancias de corto plazo.
La eficiencia era barata. La resiliencia va a costar más. Pero también habrá oportunidades al pasar de eficiencia a resiliencia.
El problema es político. Para resolver los mayores problemas del mundo – desde el cambio climático hasta la disparidad de riqueza – hay abandonar la economía convencional y mirar el mundo en forma más realista y totalizadora, aprovechando la neurociencia, la antropología, la biología y el derecho.
Gordon Hanson, un profesor de Harvard que adhiere a este movimiento lo explica así: “Cuando los trabajadores sin título universitario pierden el empleo muy pocos elijen trasladarse al extranjero aunque las condiciones del mercado local sean malas. Una de las razones es que dependen de la familia y de los lazos con la comunidad para que los protejan en tiempos difíciles.