Mientras la enfermedad de Covid-19 concitó nuestra atención a la amenaza de los virus, los microbiólogos se preocupaban desde hace muchos de que nos hubiéramos olvidado de la amenaza de las epidemias bacterianas y del creciente peligro de que las bacterias se vuelvan resistentes a los drogas que usamos.
“La resistencia antibicrobiana puede no parecer algo tan urgente como una pandemia, pero es igual de peligrosa” dijo en noviembre y la calificó como “uno de los grandes peligros sanitarios de nuestro tiempo”.
En 2014 el Review on Antimicrobial Resistance, un grupo de investigación creado por el gobierno británico, estimó que la resistencia a los antibióticos mata a 700.000 personas por año en todo el mundo, un número que fue tan espantoso entonces pero parece pequeño en comparación con las pérdidas por covid-19. .Pero los investigadores también anunciaron que si no se hacía nada, la tasa de muertes para 2050 llegaría a los 10 millones anuales, casi tres veces la pérdida provocada por covid 19 hasta ahora.
Dicho de otro modo, la epidemia de covid nos tomó por sorpresa, pero ahora ya sabemos que se viene otra crisis sanitaria y ahora sabemos cómo controlarla.
La respuesta al covid-19 muestra que se puede lograr con foco, determinación y una enorme cantidad de dinero, todo dirigido hacia el mismo punto. La pandemia reorganizó la práctica cotidiana de la ciencia, el ritmo de las pruebas clínicas y la disposición de los gobiernos a brindar fondos para ese trabajo. Con un esfuerzo similar aplicado a la resistencia a sos antibióticos, podríamos reorganizar el diseño de las pruebas, crear nuevas redes de vigilancia para detectar agentes patógenos resistentes a medida que aparecen y crear nuevas formas de financiar el desarrollo de drogas.
Para decirlo de manera más sencilla, debemos tratar la resistencia a los antibióticos también como una emergencia. Porque ya es precisamente eso.
Material extractado de un artículo publicado en el MIT Technology Review
