Las actitudes inconscientes, en ambos géneros, contribuyen a perpetuar las diferencias, dice un libro titulado “That’s What She Said: What Men Need to Know (and Women Need to Tell Them) about Working Together” y publicado recientemente por la periodista Joanne Lipman.
El libro no levanta un dedo acusador a nadie, sólo trata de sacar a la superficie la realidad de un mundo que inconscientemente ha sido diseñado por hombres para hombres. Lipman pone como ejemplo la temperatura en la mayoría de los edificios de oficinas, que se fija para acomodarse al metabolismo masculino. Es por eso que muchas mujeres sienten frío en su lugar de trabajo. Los cinturones de seguridad en los autos están diseñados para proteger cuerpos masculinos, lo que significa que las mujeres tienen 47% más de probabilidades de salir heridas en un choque. Éstas, y muchas más realidades de la vida cotidiana, son como son y no han sido cuestionadas, ni siquiera por las mujeres. Son producto de pensamientos inconscientes.
La primera mitad del libro analiza las conductas de hombres y mujeres que contribuyen a perpetuar la brecha de género. Cuenta, por ejemplo, la historia que data de los años 50 sobre Earl Tupper y su socia Brownie Wise: Tupper fue quien inventó la caja plástica para guardar alimentos pero fue Wise quien desarrolló la red de mujeres vendedoras en sus casas que convirtió a Tupperware en un negocio que lo hizo rico. Cuando Wise apareció en la tapa de Business Week en 1954, Tupper la despidió acusándola de adjudicarse demasiado el crédito del éxito.
El mundo que vivimos hoy es diferente, pero no tanto. La autora cita muchos otros ejemplos que muestran que tanto las mujeres como los hombres prefieren candidatos hombres cuando el currículum de una mujer es más o menos equivalente.
La segunda mitad del libro se concentra en soluciones, especialmente para el problema de la actitud inconsciente. No hay manera fácil de superar esto, reconoce la autora, pero explica algunos experimentos hechos que han dado resultados más equitativos. Las audiciones a ciegas, por ejemplo. En ellas los aspirantes a integrar una orquesta tocan detrás de una cortina para que el comité examinador no sepa si quien interpreta la melodía es hombre o mujer.
El libro termina con una amable invitación a los hombres a que participen en la conversación, a trabajar juntos para cerrar la famosa brecha. A las mujeres, las insta a plantear sus problemas a los hombres, algo que no cree que hayan hecho bien hasta ahora.