Hace unos días veía cómo se comparaban en una red social la propaganda que hacían llegar por correo los partidos políticos participantes en las elecciones a la Comunidad de Madrid a sus potenciales votantes, a cuenta de la apuesta publicitaria del Partido Popular que incorporaba únicamente la foto de la candidata, la palabra “libertad”, su apellido, y el logo del partido. Ni una propuesta, ni un comentario, ni una promesa.
Como a la mayoría, el cartel me sorprendió y como psicólogo curioso no pude evitar preguntarme si un partido podría ganar unas elecciones sin hacer alusión al programa electoral o, analizado al revés, si el programa electoral y sus racionales razonamientos son los que determinan finalmente nuestro voto.
Antes de iniciar esta reflexión debe saber que llevo ya más de treinta años centrando mis investigaciones sobre el comportamiento animal y humano en estudiar aquello que compartimos con otras especies animales por lo que, siguiendo aquel dicho que dice que “cuando lo que tienes es un martillo, todos los problemas te parecen clavos”, ya le adelanto que mi reflexión va a ser parcial, atendiendo únicamente a una de las múltiples caras de la realidad poliédrica del comportamiento humano.
Y una de esas caras hace referencia a cómo se forman nuestras actitudes y en cómo una parte de estas actitudes está basada en formas de aprendizaje asociativo que compartimos con otras especies animales y de las que en muchas ocasiones no somos conscientes.
Aprendizaje emocional
Recordemos un trabajo ya clásico en el que Frank Baeyens y sus colaboradores presentaron una serie de dibujos geométricos a 72 estudiantes que diferían en el grosor de sus líneas mientras estaban distraídos realizando una tarea que absorbía su atención.
Para la mitad de los estudiantes las formas dibujadas con trazo fino se presentaban acompañadas de fotografías agradables, mientras que las formas dibujadas con trazo grueso se emparejaban con fotografías desagradables, y viceversa para la otra mitad de los estudiantes.
Después de esta experiencia, cuando les presentaron otros dibujos, los participantes para los que las formas de trazo fino estuvieron emparejadas con fotografías agradables decían que les gustaban más aquellos dibujos de trazo fino y viceversa, a pesar de que ninguno de los estudiantes era consciente de por qué le gustaban esos dibujos; simplemente, les parecían más bonitos.
Este fenómeno se conoce técnicamente como aprendizaje o condicionamiento evaluativo y aparece siempre que se asocian o se relacionan estímulos más o menos neutros con estímulos emocionalmente potentes.
Si lo pensamos, no nos será difícil identificar este aprendizaje como el que nos lleva a escoger una determinada marca de bebida carbonatada en la línea del supermercado, igual que nos será fácil identificarlo en los anuncios de perfume y en muchos otros centrados más en asociar el producto con elementos (racionalmente) irrelevantes, pero emocionalmente potentes, que con una descripción de las características objetivas del producto que se supone que guían nuestras elecciones racionales.
Libertad
Reanalicemos ahora el cartel que evocó esta reflexión. Una fotografía de la candidata, su apellido y una sola palabra, libertad, que además cambiaba la grafía de la “a” para identificarla con la primera letra de su apellido. Asociación perfecta, por contigüidad, y con un estímulo con valor emocional indiscutiblemente positivo.
Aún voy más allá, libertad es, quizá, la palabra polisémica por excelencia y engloba y evoca conceptos tan diferentes para distintas personas que permite a cada votante potencial interpretar inconscientemente la palabra de acuerdo con sus deseos.
¿Son este tipo de asociaciones suficientes para explicar nuestro voto?
Obviamente no, la formación de actitudes no depende solo del condicionamiento evaluativo, también se forman a través de la experiencia con la acción de gobierno y de la evaluación de la información de la que disponemos sobre la que aplicamos nuestros conocimientos y creencias.
Pero no olvidemos que, votemos lo que votemos, parte de los factores que determinan el voto no son racionales ni conscientes, como no lo son tampoco los factores que nos llevan a escoger un determinado perfume o una determinada marca de camisetas deportivas.
Quizá no se puedan ganar unas elecciones sin programa, pero la extensa investigación sobre el condicionamiento evaluativo o emocional sugiere que con el programa no basta, particularmente teniendo en cuenta que es bastante probable que en muy pocas ocasiones comparemos los programas electorales de los distintos partidos que se presentan a las elecciones en las que no hemos dudado a quién votar.
* Profesor en la Universidad de Jaén