El duelo China- EE.UU. será lo central del siglo

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El creciente poder político y económico de Beijing plantea grandes desafíos.

Es el acontecimiento dominante en esta reunión del G20. La reunión entre Donald Trump y Xi Ping, ¿terminará con una tregua en la guerra comercial entre Estados Unidos y China?, o por el contrario, ¿habrá una escalada del conflicto?

Para muchos analistas, si hay una tregua, solos será provisoria. El verdadero eje del conflicto –señalan- es quién prevalecerá en 10 o 20 años más como el campeón en tecnología y como primera potencia hegemónica en el planeta.

De modo que, es a la luz de estos criterios que deberá analizarse la esencia del encuentro entre ambos líderes y lo que allí se decida.

China es una superpotencia emergente. Estados Unidos es la superpotencia estable. La posibilidad de choques destructivos entre los dos gigantes parecería ilimitada. Sin embargo, ambos están interconectados. Ambos países rivalizan en dos dimensiones: poder e ideología.

Si no logran mantener una relación razonable de cooperación podrían destruirse no solo mutuamente sino también a todo el mundo. Esta combinación de atributos podría recordar al choque con las potencias del Eje durante la segunda guerra mundial o a la guerra fría contra la Unión Soviética.  China es por supuesto muy diferente. Pero también es potencialmente mucho más poderosa. Su creciente poder, económico y político, es evidente.

Según el FMI, el PBI per cápita en 2017 fue 14% de los niveles norteamericanos a valor de mercado y 28% a paridad de poder adquisitivo (PPP). Las cifras respectivas del año 2000 eran 3% y 8%. Sin embargo, como su población es más de cuatro veces al tamaño de la de Estados Unidos, su PBI en 2017 fue 62% de los niveles del competidor a valor de mercado y 119% a paridad de poder adquisitivo.  Supongamos que para 2040 China logra un PBI relativo per cápita de 34% a valor de mercado y de 50% a PPP. 34% de PBI tomado como referencia pertenece a Portugal.

Es difícil imaginar que China, con sus inmensos ahorros, con la motivación de su población y sus inmensos mercados, no logre una prosperidad como la de Portugal. Pero aun así, todavía sería mucho más pobre con relación a Estados Unidos, Japón o Surcorea, las dos economías asiáticas de gran crecimiento en el pasado.

Pero China es muy grande. Es improbable que su economía no termine siendo mucho más grande que la de Estados Unidos aunque, en promedio, cada estadounidense siga siendo mucho más próspero que cada ciudadano chino. China es ya un mercado de exportación más importante que Estados Unidos para muchos países significativos, especialmente en el sudeste asiático. Además, gasta casi tanto del PBI en investigación y desarrollo como los países de altos ingresos.

 

El aporte tecnológico

Ese es el gran motor de la innovación china. Además, la combinación de tamaño económico con mejora tecnológica está haciendo de China una potencia militar cada vez más imponente. Estados Unidos puede protestar por esto pero no tiene derecho moral de hacerlo. La autodefensa es un derecho universalmente reconocido de las naciones. Y también lo es el derecho a desarrollarse.

Estados Unidos puede poner el grito en el cielo por el robo de propiedad intelectual de los chinos, pero toda nación que debe actualizarse, lo que también incluyó a Estados Unidos en el siglo 19, se apropia de las ideas de otros y las usa para engrandecerlas. La idea de que la propiedad intelectual es sacrosanta también está equivocada. Lo sacrosanto es la innovación. Los derechos de propiedad intelectual a la vez ayudan y dañan ese esfuerzo. Hay que encontrar un equilibrio entre derechos que son demasiado estrictos o demasiado laxos.

Estados Unidos puede intentar proteger su propiedad intelectual, pero la idea de que puede impedir que China innove para prosperar es una locura.  China también es un contendiente ideológico para Estados Unidos, en dos dimensiones. Tiene lo que podría llamarse una economía de mercado planificada. También tiene un sistema político no democrático. 

El triunfo en las elecciones de Donald Trump, admirador del despotismo, ha fortalecido el atractivo de Estados Unidos. Uno habría podido decir antes que Estados Unidos tiene aliados poderosos y comprometidos, pero Trump está librando una guerra económica contra ellos. Si una decisión futura de atacar Norcorea condujera a la devastación de Seúl y Tokio, las alianzas militares de Estados Unidos se romperían.

Una alianza no puede ser un pacto de suicidio. Manejar la competencia entre esas dos superpotencias va a ser difícil. Lo alentador es que es muy poco probable una guerra abierta entre dos potencias nucleares. Pero la fricción a gran escala y así el final de la necesaria cooperación sobre relaciones económicas parece sí, mucho más probable.

No se ve con claridad cómo resolver los actuales conflictos comerciales. La cooperación sobre el manejo de las zonas globales comunes ya colapsó, dado el rechazo de la administración Trump a la idea misma del cambio climático.  Estados Unidos tiene razón al insistir para que China cumpla con sus compromisos. Pero entonces también Estados Unidos y el resto de Occidente deben hacer lo mismo. China no va a sentirse obligada a aceptar las reglas acordadas cuando se lo exige un país que trata esas reglas con desdén. China no es, en todo caso, la verdadera amenaza. La amenaza es la decadencia de Occidente, que bien incluye a Estados Unidos.

 

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