Por esta razón, resulta importante conocer tanto el impacto que ha tenido la pandemia como las perspectivas de la recuperación.
También los riesgos a los que se enfrentará Latinoamérica y cuáles son las debilidades estructurales que la caracterizan.
En cualquier caso, un buen diagnóstico no asegura que se tomen las decisiones adecuadas. Las respuestas tendrán que integrar problemas estructurales, como la desigualdad, y coyunturales, como la polarización política. En consecuencia, también entrará en juego la capacidad de los gobiernos para tomar decisiones (que depende más de los acuerdos democráticos y de la auctoritas, que de la potestas. Solo de esta forma se podrá atender a las responsabilidades y mantener una acción coherente.
El choque económico de la pandemia ha sido heterogéneo y ha afectado más a los servicios y a la economía informal.
En política monetaria, ha habido importantes salidas de capital, ajustes en los tipos de cambio e interés y mayor incertidumbre pero los bancos centrales de la región han conseguido un ajuste ordenado de los mercados y una expansión monetaria mediante:
- Bajadas en los tipos.
- Compras de activos.
- Créditos flexibles.
- Postergaciones en los pagos.
- Moratoria a las quiebras empresariales.
Además, los programas de ayuda y las iniciativas multilaterales han sido rápidos y contracíclicos. Todo ello ha permitido solventar la crisis de liquidez. Sin embargo, han empezado a surgir temores en torno a las ayudas a las empresas zombi, la adecuación de las garantías de créditos y la eficacia de la política monetaria.
Por otra parte, ha sido importante el esfuerzo fiscal realizado vía transferencias y subsidios para fortalecer los sistemas de salud pública, apoyar a las familias y proteger la estructura productiva.
El problema es que muchos consideran que estas herramientas han llegado a su límite, pese a la relajación de la supervisión de los organismos internacionales y a las facilidades de acceso a la financiación internacional. Por ahora, el consenso sobre materia fiscal ha conseguido alejar los peligros de la austeridad. Pese a ello, preocupa que los gastos se destinen a consumos corrientes antes que a la inversión y que se alimente una fuente de inestabilidad financiera como es la deuda externa.
En cuanto al mercado de trabajo, la caída del consumo privado y de la inversión (superiores al 12% y al 4% respectivamente) ha lastrado la demanda interna. De ahí el aumento del 2,6% en el desempleo formal durante el segundo trimestre de 2020 y la caída del 4,5% en la tasa de actividad.
En el plano exterior, el desplome del 5,3% en el comercio internacional afectó especialmente a los países latinoamericanos exportadores de petróleo y de minerales metálicos.
No obstante, la región aumentó su superávit en la balanza de bienes y cayó el déficit por cuenta corriente debido a que las importaciones se redujeron más que las exportaciones y aumentó el flujo de remesas.
En todo caso, la consecuencia más preocupante ha sido el aumento de la desigualdad. En este sentido, los efectos de la pandemia (mayores en la economía informal y en las familias más vulnerables) se sumaron al débil crecimiento de los últimos años y a las limitaciones de las políticas sociales. Como consecuencia, 22 millones de personas han caído en la pobreza, que ya alcanza al 33,7% de la población. Además, 8 millones de ellas sufren pobreza extrema. En conjunto, los efectos han conducido a la desaparición de los progresos en inclusión social alcanzados en la región desde los años noventa.
Los retos a afrontar
Hoy por hoy la prioridad de la región es asegurar el buen funcionamiento de los sistemas de salud y acelerar las campañas de vacunación.
Mas allá del corto plazo, emergen dos preocupaciones con respecto a la economía interna:
- Hay que apuntalar el crecimiento y evitar una retirada prematura de los estímulos.
- Hay inquietud por qué la región prime los gastos no productivos y por las deficiencias en los mecanismos de control.
Las quiebras y suspensiones de pagos se han reducido con respecto a las de crisis anteriores. Este comportamiento se debe a los paquetes de ayudas, que han permitido mantener la actividad a empresas inviables. Pero las empresas zombi concentran las alarmas de los analistas, ya que pueden convertirse en un elemento crítico, que transforme las crisis de liquidez en crisis de solvencia.
Por eso se insiste en retirar los paquetes de ayuda indiscriminada, monitorizar a las empresas y fortalecer la regulación sobre suspensiones de pagos y quiebras. A estas preocupaciones se suma la falta de estímulo a la inversión y las salidas de capital que se han registrado a lo largo de 2020.
Las reformas
Con el margen de la política fiscal agotado y el espacio para la política monetaria limitado y ante un probable endurecimiento de las condiciones financieras globales, nada amortiguará los daños en la economía real de los países latinoamericanos. Por eso se han planteado reformas fiscales, monetarias y laborales, con las que se busca ampliar el margen de actuación de los gobiernos.
Tiene que mejorar la estructura impositiva de las rentas de trabajo y capital y ampliar la base fiscal. Esto debería ser suficiente para mantener la credibilidad sobre la sostenibilidad de las cuentas públicas. Las reformas monetarias están dirigidas a fortalecer los sistemas financieros, frente a posibles tensiones. De esta forma, se espera proteger al sistema económico de los efectos de una crisis de solvencia. Por su parte, las reformas laborales deben romper la dualidad en los mercados de trabajo. En el caso latinoamericano, esto implica reducir la economía sumergida, incentivar el empleo formal y aumentar la protección laboral.
Con el fin de llevar a cabo las reformas, es necesario alcanzar un consenso social y político amplio, que incluya medidas destinadas a preservar el bienestar de los colectivos más vulnerables de forma efectiva. Para conseguirlo, Latinoamérica cuenta con la nueva política multilateral estadounidense y la postura favorable de los organismos internacionales. En su contra se encuentran el ajuste regresivo de los años previos a la pandemia, el fuerte aumento de la pobreza debido a la misma y el creciente clima de polarización política.
La desigualdad se ha convertido en el límite más claro a la capacidad de los gobiernos para tomar decisiones. A este respecto, los acuerdos democráticos y la autoridad para realizar las reformas deben responder a dos cuestiones:
- Los actores deben asumir que la estabilidad económica es necesaria para reducir la desigualdad.
- Tienen que comprender que ninguna política será efectiva ni eficiente en el largo plazo si no integra los problemas de desigualdad y pobreza.
Perspectivas
En el plano internacional, se espera una mejora del comercio de mercancías, sobre todo de los productos energéticos y de las materias primas. De ahí las buenas perspectivas en los países latinoamericanos exportadores de petróleo y minerales, pese a las posibles tensiones inflacionarias.
Se habla de que podríamos estar ante el inicio de un nuevo superciclo de materias primas. Pero es difícil saberlo con certeza porque, aunque hay noticias sobre la aceleración de la economía china y la recuperación estadounidense, las previsiones tienden a moderar las previsiones económicas.
El crecimiento, entonces, tenderá a responder a las condiciones propias de cada país. Aquí es donde emerge la preocupación por la viabilidad del tejido productivo latinoamericano.
A largo plazo habrá que retirar los estímulos y dedicar los recursos disponibles al desarrollo de instrumentos que fortalezcan las estructuras sociales, políticas y económicas de los países latinoamericanos. El objetivo de estos cambios es poder afrontar los problemas y asumir los retos que implican los cambios tecnológico y climático.
Una primera debilidad estructural de la zona se refiere a la desigualdad: solo los crecimientos compatibles con la inclusión serán coherentes en términos de desarrollo económico.
La segunda debilidad se encuentra en el cambio estructural. El desarrollo económico alcanzado por el sudeste asiático muestra la importancia de combinar las políticas industrial, tecnológica y de innovación a la hora de evitar las trampas de los países de ingresos medios. Esta paradoja económica no permite a estos países competir en costes de mano de obra con los países menos desarrollados, ni en sus aportes a la cadena de valor con los países más desarrollados.
La ultima debilidad estructural señala a los efectos de la restricción externa en términos de cambios regresivos.
La senda del desarrollo en América Latina pasa por lograr cambios estructurales que aumenten la productividad y reduzcan la desigualdad. Sin embargo, para conseguirlo es necesario adoptar decisiones responsables y de consenso acerca del futuro que se quiere para la región.
(*) Profesor del departamento de Estructura Económica y Economía del Desarrollo, Universidad Autónoma de Madrid.
Este artículo es una actualización de la Carta número 24 del Grupo de Estudio de las Transformaciones de la Economía Mundial GETEM: La década que lo cambiará todo. Iberoamérica tras la pandemia y más allá, de abril de 2021.