Los incidentes comienzan a repetirse. En Benidorm un grupo de turistas británicos celebrando una despedida de soltero pagaron a un “sin techo” cien euros para que aceptara tatuarse en la frente el nombre de la persona por casarse.
En la ciudad Bury St. Edmunds, Suffolk, Inglaterra, se cuenta que un grupo de adolescentes escupió a una mujer discapacitada de 49 años, la embardurnaron con huevos, luego la cubrieron con harina y para terminar el asalto posaron con ella para una serie de selfies.
Ta parece que el ansia por lograr una selfie original está empujando los límites de la crueldad, especialmente dirigida a personas sin posibilidad de defenderse. Un mundo cruel, capaz de tirar al agua a una persona que no sabe nadar y apostar cuándo tarda en ahogarse. O de desnudar a un viejo y posar con él para una selfie legendaria.
Eso está ocurriendo ya en Inglaterra. El año pasado publicaoron en Snapchat un videíto que mostraba a un estudiante universitario de Cambridge provocando a un anciano de la calle quemándole un billete de 10 libras frente a su cara. Las víctimas son pobres, viejos y desvalidos. Lo que vuelve más deprimente esta tendencia es el desequilibrio de poder. En un momento en que crece la pobreza y aumentan los sin techo, este tipo de bromas se hace presente para hacer esa realidad todavía más siniestra. Ser víctima de los mercaderes de la humillación, que sienten que la gente vulnerable no es totalmente humana y por lo tanto son presa de juego, es, por lo tanot, parte de la ecuación.