Cooperación internacional en el mundo post pandemia

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Es llamativo que la irrupción de COVID-19 haya sorprendido al mundo tan mal preparado. A fin de cuentas, entre la peste bubónica en la Edad Media y el ébola de 2014-16 hubo muchísimas otras plagas de mayor o menor magnitud.

El coronavirus sorprendió por la rapidez y el alcance del contagio. Y porque encontró un mundo con baja capacidad para dar una respuesta coordinada a la enfermedad.

Sin embargo, el orden liberal internacional y su liderazgo norteamericano, que formaron la base de los mecanismos cooperativos multilaterales de la segunda posguerra, ya se encontraba en crisis incluso antes de que asumiera Donald Trump. El desafío chino no es del último quinquenio.

Aun así, hay cuatro razones para pensar que en el mundo pospandemia resurgirá la cooperación internacional.

La historia nos muestra que grandes crisis internacionales produjeron la búsqueda de grandes soluciones cooperativas. Así pasó después de las dos guerras mundiales, que condujeron a la creación de la Liga de las Naciones y las Naciones Unidas. En particular, la Segunda Guerra Mundial también llevó a la fundación de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, que está en el origen de la actual Unión Europea.

La casi-guerra atómica de 1962, durante la crisis de los misiles en Cuba, hizo que EE.UU. y la URSS crearan el ‘teléfono rojo’, y firmaran numerosos acuerdos de control nuclear en las siguientes décadas. Y después de la cuadruplicación del precio del petróleo en 1973, los países buscaron coordinar sus acciones a través de organizaciones regionales e internacionales para crear un contexto más predecible.

Además, la gravedad de la pandemia hizo tomar conciencia a muchos escépticos (aunque no a todos, lamentablemente) de que las amenazas que enfrenta la humanidad no son difusas, abstractas y lejanas, sino concretas, reales y urgentes. Vivimos una pequeña muestra de cómo serán las próximas pandemias, desastres ambientales y derrumbes financieros.

Como COVID-19 hoy, también las amenazas por venir tendrán consecuencias devastadoras a nivel sanitario, económico, social, político, infraestructural y más. Son amenazas que no se detienen en las fronteras ni respetan religiones, ni diferencian entre ricos y pobres.

 

Cisne negro

 

En el libro ¿Existe la Suerte? Las Trampas del Azar de 2001, el autor Nassim Taleb acuña el término ‘cisne negro’. Con él describe a profundas y rápidas crisis financieras que podrían tener un impacto extremo y que, solo en retrospectiva —¡pero no por anticipado!—se volverían predecibles. Justo antes de la pandemia el Banco de Pagos Internacionales (el banco central de los bancos centrales) publicó un informe en el que alerta sobre un ‘cisne verde’, una especie de cisne negro climático que será desastroso. Aunque no sepamos cuándo, ya sabemos que ocurrirá.

Junto a la conciencia acerca de la gravedad, inmediatez y naturaleza de estas amenazas, surge también la certeza de que las soluciones serán conjuntas o no serán.

De hecho, se observa un alto nivel de cooperación internacional en el campo científico, donde laboratorios e investigadores del mundo intercambian descubrimientos claves sobre el virus, y comparten datos y resultados de métodos de testeo, ensayos clínicos y protocolos en plataformas virtuales, incluida la de la OMS. La búsqueda de la vacuna es, también, un esfuerzo internacional.

Los países europeos, que en un principio reaccionaron como si la UE no existiera, ahora crearon un fondo de recuperación multi-trillonario, mostrando que vieron el abismo de cerca. Este fondo contempla un instrumento de ayuda específico para los Balcanes, África y las partes más vulnerables del mundo. Como dijo la académica de Harvard Samantha Power: “esto no se termina para nadie hasta que no se termine para todos”.

Por lo tanto, cooperar es la única opción.

Pero sin un líder internacional con capacidad global, nada de esto alcanzará para coordinar eficientemente las acciones e intereses de una gran cantidad de actores estatales, intergubernamentales y no gubernamentales. Hemos visto que la ONU y la OMS no tienen, por sí solas, el peso político necesario. También está claro que China carece (¿por ahora?) de la proyección política que hace falta para esta tarea, que va mucho más allá de donaciones de barbijos y respiradores.

La posibilidad de un nuevo gobierno en EE.UU. permite imaginar cambios. Biden seguramente proyectará de un activo modelo de compromiso global y regresará a los foros internacionales de los que Trump se retiró. Quizás muchas dinámicas internacionales no cambien con Biden, pero sí veremos a un EE.UU. menos aislacionista y más solidario (aunque más no sea porque le conviene).

Todo esto facilitará la cooperación pospandemia.

(*) PhD, directora de las Licenciaturas en Relaciones Internacionales y en Ciencia Política y Gobierno de l Universidad de San Andrés

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