Sin embargo, las personas de más edad recordarán ya unas cuantas epidemias, incluso alguna pandemia, de gripe. Por ejemplo, las de 1957-58, 1968-69, 1977-78, 1997, 2003 y 2009 (porque de la de 1918 ya quedan poquísimas personas que hubieran nacido entonces y todavía puedan recordarla). Y están documentadas en otras enfermedades, algunas todavía muy presentes y otras, por fortuna, que pertenecen al pasado. ¿Se acuerdan de la polio, todavía presente en algunos países del mundo?
Pero, tal vez, lo único que deberíamos tener claro es que hoy queda un día menos para la próxima pandemia.
La Asamblea General de la ONU sí que parece que, esta vez, lo ha asumido. Por ello, ha establecido el Día Internacional de la Preparación ante las Epidemias. Una conmemoración que se celebró –¡por primera vez!– el pasado 27 de diciembre de 2020. Su finalidad es resaltar la importancia de la prevención de las epidemias y la preparación y la colaboración para tratar de afrontarlas con antelación.
Lo cierto es que esta de COVID-19 nos ha pillado, y quien diga lo contrario se equivoca. Andreu Segura nos recuerda que, aunque era lógico y verosímil suponer que sería poco más que una gripe, esta suposición fue incorrecta. Pero quienes al principio denunciaron que sería una catástrofe lo hicieron sólo basándose en intuiciones o especulaciones.
Qué significa 7-1-7
Por todo ello cobra cada vez más importancia, aunque siempre la ha tenido, la preparación ante epidemias y pandemias.
Recientemente se ha publicado un artículo que nos recuerda que la rapidez con la que un sistema detecta y responde eficazmente a una amenaza es la medida óptima de rendimiento.
Los autores de este artículo afirman que “generar entusiasmo y apoyo para un programa de salud pública es más fácil si tiene una métrica de desempeño que sea sencilla, fácil de recordar y que catalice el progreso sobre el problema”. Por eso, ellos sugieren una nueva meta global de 7-1-7 para la preparación de epidemias.
Eso implica que cada brote sospechoso pueda ser identificado dentro de los 7 días posteriores a su inicio, se informe a las autoridades de salud pública con el inicio de la investigación y los esfuerzos de respuesta en 1 día, y se responda de manera efectiva dentro de los 7 días siguientes.
Uno de los aspectos interesantes de esta aproximación es que engloba muchas de las capacidades necesarias para hacer frente a una epidemia. A saber:
- Acceso apropiado a cuidados y tratamientos médicos.
- Existencia de un número adecuado de profesionales sanitarios capacitados que puedan detectar brotes sospechosos.
- Laboratorios dotados con capacidad de diagnóstico de patógenos emergentes.
- Sistemas de información conectados en tiempo real desde la clínica y el laboratorio con salud pública.
En definitiva, se trata de mejorar los sistemas de vigilancia, notificación, investigación y respuesta. Pero tampoco pueden olvidarse otros aspectos. Como que será imprescindible que exista un abastecimiento de suministros médicos, incluidos equipos de protección personal. Ni mucho menos obviar que será igualmente necesaria la comunicación eficaz con la comunidad y su participación y colaboración en las medidas que haya que adoptar.
La evaluación y la preparación
No es esta, desde luego, la única aproximación posible ante un asunto que es, casi por definición, complejo y con muchas derivadas. Prueba de ello son las dos cartas publicadas por un grupo de científicos salubristas españoles en The Lancet en la que se reclamaba la evaluación de la respuesta española a la pandemia de coronavirus.
Es evidente que, para estar bien preparados, lo primero es evaluar lo que se ha hecho y cómo se ha hecho. Solo así se puede proceder al establecimiento de una guía para afrontar una epidemia o una pandemia. Solo así es posible contemplar que existan estructuras de salud establecidas, dotadas, y preparadas con personal suficiente, adecuadamente formado, con una visión poblacional, antes que exclusivamente clínica o de laboratorio. Y que, además, se tengan en cuenta aspectos fundamentales para toda la población: los sociales, incluyendo las desigualdades sociales de salud, tan presentes en esta pandemia, y también los económicos.
Todo esto tiene que estar contemplado en las Estrategias de Salud Pública y de Vigilancia de Salud Pública que actualmente se están elaborando en España.
Sin olvidar, por supuesto, que quienes tienen que tomar las decisiones, porque han sido elegidos para ello, no pueden avivar, en lugar de relajar, las tensiones políticas que una crisis sanitaria también provoca. El papel de estos decisores es clave para facilitar la respuesta y fortalecer el trabajo técnico. Y también para hacer lo posible para que puedan utilizarse las herramientas jurídicas precisas que faciliten la ejecución de las medidas no farmacológicas. Medidas que tan eficaces se han mostrado cuando se han aplicado correctamente.
Es difícil saber cuándo, cómo y de que qué será la próxima pandemia. Pero estar preparados ante un espectro diverso de situaciones puede ayudar a afrontarlas. De lo que sí podemos estar seguros es de la inevitabilidad de la amenaza de una pandemia.
(*) Profesor Titular. Dpto. de Medicina Preventiva y Salud Pública (UV). Serv. Estudios Epidemiológicos y Estadist. Sanit. (Generalitat Valenciana). Unid. Mixta Investigación Enfermedades Raras FISABIO-UVEG. CIBER Epidemiología y Salud Pública, Universitat de València