Mucho antes de que existiera el iPhone, era el cigarrillo el elemento preferido para ocupar las manos. Y mucho antes de que existiera Facebook, era el tabaco el que nos prometía hacer la vida más placentera. Ahora, “dejar el celular” se ha convertido en el equivalente a “dejar el cigarrillo”.
Claro que la tecnología no provoca enfermedades, pero algunas personas se ven tan absorbidas por su dependencia del telefonito que han comenzado a pensar en “dejarlo”.
Hasta en el mismo Silicon Valley la gente está comenzando a ignorar los mensajes entrantes que les impiden concentrarse en lo que están haciendo, a dejar el teléfono fuera del dormitorio y hasta cambiar los colores de la pantalla por una menos atractiva escala de grises.
Las grandes compañías tecnológicas van a tener que ver cómo hacen para afrontar esta nueva generación de personas que se alejan de su celular. El año pasado las grandes empresas de tecnología recibieron el apodo de Big Tech, lo que trae ecos de Big Tobacco, hace unos años. Como aquellas, las tecnológicas tendrán que aplacar las preocupaciones de una generación de activistas que cuestionan lo que están haciendo.
Las campañas que comienzan a verse ahora contra las tecnológicas recuerdan las que se hicieron contra las tabacaleras. En los 90 los inversores socialmente responsables se negaban a invertir en acciones de tabaco y hacían lobby para aislar el negocio del tabaco.
En el caso de las tecnológicas no es tan fácil señalarlas como el malo de la película. No es tan fácil separar lo bueno que hacen –conectan amigos, permiten que la gente comparta sus opiniones — de lo malo. Es problemático oponerse a la tecnología. Según eMarketer, el norteamericano promedio pasa más de 4 horas al día pendiente de su teléfono. Lo que hace falta, entonces, son verdaderas formas para tratar de alejar a la gente de su adicción para que puedan tener una vida offline.
