Por Nuria Navarro Andres (*)
Tras un proceso de más de 16 años de negociaciones sin éxito, el pasado 4 de marzo los países consiguieron por fin llegar a un acuerdo para hacer realidad el pacto.
Los océanos producen más de la mitad del oxígeno que respiramos, absorben gran parte del CO₂ producido por la actividad humana (limitando así el calentamiento global), alimentan a la mayoría de la humanidad y albergan buena parte de la biodiversidad del planeta. A pesar de ello, los océanos están muy amenazados por el cambio climático, la contaminación, la acidificación y la sobreexplotación de sus recursos. Menos del 3 % están protegidos.
El tratado BBNJ es un primer paso para recuperar la salud de los océanos y, aunque no cubre todas las expectativas de la comunidad científica, representa un acuerdo internacional para proteger la biodiversidad de las aguas más allá de las jurisdicciones nacionales.
El tratado consta de cuatro apartados principales:
- Áreas marinas protegidas (AMP)
Se plantea crear una red mundial de AMP que cubra el 30 % del océano global para el año 2030 (objetivo 30×30, acordado en la COP15 sobre Diversidad Biológica), que sean representativas de los principales ecosistemas y estén conectadas. Serían santuarios marinos para proteger hábitats y especies, recuperar la biodiversidad y mantener los servicios ecosistémicos.
- Recursos genéticos marinos
Los recursos genéticos marinos son los posibles genes patentables de las especies marinas descubiertas o por descubrir, que pueden tener diversas utilidades en la industria (farmacéutica, cosmética, alimentación, energía, etc.) y representan beneficios económicos sustanciales.
Uno de los objetivos del tratado es el reparto equitativo y justo de la información genética y sus beneficios entre todos los países. Y este ha sido el principal escollo para alcanzar un consenso, tanto ahora como en pasadas ocasiones.
Hasta ahora, la propiedad de estos recursos genéticos en las aguas internacionales no estaba regulada bajo ningún marco legal, por lo que las patentes de estos genes dependían de la capacidad tecnología de los países y empresas.
En un estudio publicado en Science hace más de 10 años ya se constataba que 10 países del mundo acaparan el 90 % de las patentes de genes marinos, aun cuando estos países solo poseen el 20 % de las costas del mundo. El 70 % de ellas corresponden tan sólo a tres naciones: Estados Unidos, Alemania y Japón.
En otro estudio publicado en Science en 2018 se indica que BASF, la mayor empresa química del mundo (con sede en Alemania), ha registrado el 47 % de todas las patentes de los recursos genéticos marinos.
Aunque ya se ha alcanzado un acuerdo, aún falta por saber qué mecanismos concretos se van a establecer para redistribuir entre todos los países los beneficios económicos y el acceso a la información genética internacional.
- Evaluaciones de impacto ambiental
Hasta el momento no existía ninguna autoridad competente que regulara y controlara las evaluaciones en aguas internacionales. Se pretende que este tratado obligue a realizar evaluaciones de impacto ambiental de las actividades económicas que puedan contaminar o generar cambios significativos y perjudiciales en el medio marino, así como a establecer los umbrales y factores requeridos.
- Desarrollo de capacidades y transferencia de tecnología marina
El tratado aspira al fortalecimiento de las capacidades de los países en desarrollo, incluida la transferencia de tecnología marina desde los países más desarrollados y la cooperación científica.
‘El barco llegó a la costa’
El tratado es mejorable, falta todavía la ratificación por parte de todos los países y será necesario contar con una Conferencia de las Partes (COP) para que los Estados integrantes puedan establecer y regular lo acordado, pero no cabe duda de que se ha dado un paso muy importante para proteger los océanos y garantizar la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad marina.
Como dijo la presidenta de la conferencia, Rena Lee, al anunciar el acuerdo final del tratado: “Damas y caballeros, el barco llegó a la costa”. Es importante recordar que la vida en la Tierra depende del buen estado de los océanos y tenemos la obligación de dejar ese legado a nuestros descendientes.
(*) Profesora Titular de Universidad. Coordinadora del Grupo de Investigación en Zonas Costeras y Marinas (ZOCOMAR)., Universidad Rey Juan Carlos.