La Organización Mundial de la Salud ha calificado la resistencia a los antibióticos como una de las amenazas más grandes que acechan a la salud mundial. A medida que los micro organismos que provocan enfermedades evolucionan y se adaptan, se van volviendo más resistentes a los antibióticos que fueron creados para destruirlos, pero el abuso de las drogas está acelerando el proceso. Un análisis encargado por el gobierno británico advierte que el número de personas que muere anualmente en el mundo víctimas de los superbugs podría aumentar de 700.000 en 2016 a 10 millones para 2050.
En el centro de este problema están las industrias farmacéutica y alimentaria. Los profesionales de la salud alertan que el uso de antibióticos en las primera etapas de la cadena alimentaria, donde los agricultores administran drogas a los animales para incentivar el crecimiento y no para tratar enfermedades, constituye un problema serio. También lo es el exceso de prescripción de medicamentos en los humanos.
A nivel político se están buscando soluciones. En Estados Unidos y la Unión Europea muchas empresas – en el sector farmacéutico y alimentario – comienzan a comportarse con más responsabilidad obedeciendo a leyes más estrictas sobre el uso de antibióticos en la agricultura. Por otro lado, las campañas de salud pública se han concentrado en reducir el consumo humano de antibióticos.
Pero en el mundo en desarrollo el cambio se produce con más lentitud. Aquí hay que mencionar que hay compañías multinacionales que buscan recuperar en los mercados en desarrollo los ingresos que están perdiendo en sus países de origen. Además, en un mundo globalizado eso tiene ramificaciones para todos: las personas y los productos viajan por el mundo y la resistencia a los antibióticos que desarrollan los microbios en una región se expande rápidamente a todas partes.