Spams: otra batalla en una guerra que no quiere terminar

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Empieza una nueva batalla contra e-mails indeseables: 18 estados de la Unión limitan la invasión de “spams”, calcando una ley de California (1998), y ahora serán otros 26. En Latinoamérica, crecen presiones y gestiones para seguir el ejemplo.

Por supuesto, en el mayor estado por producto bruto interno –sería el quinto del mundo, si fuese independiente- ya hay tribunales, estudios jurídicos y expertos dedicado al tema, porque día a día prosperan demandas de particulares e instituciones contra los “spams”. En particular, las ofertas sexuales explícitas y, a veces, procaces, abundantes en Hotmail y Yahoo! A cualquier chico le bastará con loguearse para encontrar una lista bastante larga; si su lengua materna es el inglés o lo maneja, no tendrá el menor problema para leer esos mensajes (y debatirlos con sus compañeros de escuela, como sucede en Estados Unidos, Canadá, Uruguay, Gran Bretaña, Argentina, etc.).

La campaña para penalizar determinados tipos de “spams” o restringir su transmisión se ha visto reforzada por las estadísticas más recientes. Los propios prestadores de servicios por Internet (PSI) señalan que, durante 2002, se cargaron 31.000 millones de e-mails alrededor del mundo. Al ritmo actual de expansión, esa cantidad se habrá doblado para 2006. Tanto ahora como en el futro, la mitas se compondrá de spams.

El principio de esta historia radica en la Gran Bretaña de la II guerra mundial, sujeta a racionamiento y substitutos alimentarios como las latas marca Spam, que contenían una detestable “pasta” de carne porcina. Una generación después, el grupo Monty Python incluye en una película un restaurante donde sólo sirven platos a base de “spam”. Los clientes que intentan pedir otra cosa son frustrados por un coro de viquingos que repite “¡Spam, spam, spam. All you’ll get is spam, luv!”. En 1990, Sanford Wallace (Cyber Promotions) inventa los “spams” virtuales e inicia la epidemia enviando, en 1991, 20 millones diarios.

Entonces, los spams son e-mails basura que atiborran los canales y hacen perder mucho tiempo eliminando ofertas que van de mágicas recetas para adelgazar, nacerse millonario en días, ser un atleta del sexo o ver toda clase de orgías. En escala televisual, los spams más extendidos en Latinoamérica son ésos donde una voz histérica grita “¡Llame ya!”.

Las primeras batallas contra este recurso tan molesto como ubicuo datan de 1994/5. Grandes proveedores de servicios por Internet como AOL o Earthlink fueron obteniendo millones de dólares en fallos o arreglos extrajudiciales contra quienes deslizaban spams en sus redes. Antes de la ley de 1998, se litigaba por fraude informático y figuras similares.

En general, leyes y normas –también las hay en Canadá, Holanda, Taiwán, Japón, etc.- prohíben mensajes procaces, fraudulentos o potencialmente delictivos y dan opción a bloquear fututos correos. Estas restricciones, empero, no han frenado el auge de spams. Brightmail, una firma experta en filtrarlos, ha detectado casi 2.500.000 “ataques” durante diciembre, veinte veces más que dos años antes. Esto se debe, cree David Storkin (facultad de Derecho, universidad John Marshall, Chicago), a vulnerabilidades de las mismas leyes y un software cada día más perfeccionado.

Por ejemplo, sólo cinco estados de la Unión requieren pedir permiso a los proveedores de servicios y los usuarios antes de enviar e-mails comerciales en bulto. Entretanto, los proyectos en manos del Congreso no parecen más taxativos y, además, los comités suelen ser “aligerarlos” tanto que sus propios promotores se oponen a que los pasen. En contraste, la Unión Europea promueve leyes más duras y no cometen el clásico pecado de sus colegas norteamericanos: asimilar publicidad con libertad de expresión. En este plano, funciona el lobby de la Dkrect Marketing Association, cuyo lema es “si nos restringen acceso a ese tipo de medio, nos limitan la capacidad de entrar en el mercado”. La exigua respuesta que obtienen los “spams” (apenas uno de cada 5.000 tiene eco) desvirtúa el argumento comercial.

Por supuesto, en el mayor estado por producto bruto interno –sería el quinto del mundo, si fuese independiente- ya hay tribunales, estudios jurídicos y expertos dedicado al tema, porque día a día prosperan demandas de particulares e instituciones contra los “spams”. En particular, las ofertas sexuales explícitas y, a veces, procaces, abundantes en Hotmail y Yahoo! A cualquier chico le bastará con loguearse para encontrar una lista bastante larga; si su lengua materna es el inglés o lo maneja, no tendrá el menor problema para leer esos mensajes (y debatirlos con sus compañeros de escuela, como sucede en Estados Unidos, Canadá, Uruguay, Gran Bretaña, Argentina, etc.).

La campaña para penalizar determinados tipos de “spams” o restringir su transmisión se ha visto reforzada por las estadísticas más recientes. Los propios prestadores de servicios por Internet (PSI) señalan que, durante 2002, se cargaron 31.000 millones de e-mails alrededor del mundo. Al ritmo actual de expansión, esa cantidad se habrá doblado para 2006. Tanto ahora como en el futro, la mitas se compondrá de spams.

El principio de esta historia radica en la Gran Bretaña de la II guerra mundial, sujeta a racionamiento y substitutos alimentarios como las latas marca Spam, que contenían una detestable “pasta” de carne porcina. Una generación después, el grupo Monty Python incluye en una película un restaurante donde sólo sirven platos a base de “spam”. Los clientes que intentan pedir otra cosa son frustrados por un coro de viquingos que repite “¡Spam, spam, spam. All you’ll get is spam, luv!”. En 1990, Sanford Wallace (Cyber Promotions) inventa los “spams” virtuales e inicia la epidemia enviando, en 1991, 20 millones diarios.

Entonces, los spams son e-mails basura que atiborran los canales y hacen perder mucho tiempo eliminando ofertas que van de mágicas recetas para adelgazar, nacerse millonario en días, ser un atleta del sexo o ver toda clase de orgías. En escala televisual, los spams más extendidos en Latinoamérica son ésos donde una voz histérica grita “¡Llame ya!”.

Las primeras batallas contra este recurso tan molesto como ubicuo datan de 1994/5. Grandes proveedores de servicios por Internet como AOL o Earthlink fueron obteniendo millones de dólares en fallos o arreglos extrajudiciales contra quienes deslizaban spams en sus redes. Antes de la ley de 1998, se litigaba por fraude informático y figuras similares.

En general, leyes y normas –también las hay en Canadá, Holanda, Taiwán, Japón, etc.- prohíben mensajes procaces, fraudulentos o potencialmente delictivos y dan opción a bloquear fututos correos. Estas restricciones, empero, no han frenado el auge de spams. Brightmail, una firma experta en filtrarlos, ha detectado casi 2.500.000 “ataques” durante diciembre, veinte veces más que dos años antes. Esto se debe, cree David Storkin (facultad de Derecho, universidad John Marshall, Chicago), a vulnerabilidades de las mismas leyes y un software cada día más perfeccionado.

Por ejemplo, sólo cinco estados de la Unión requieren pedir permiso a los proveedores de servicios y los usuarios antes de enviar e-mails comerciales en bulto. Entretanto, los proyectos en manos del Congreso no parecen más taxativos y, además, los comités suelen ser “aligerarlos” tanto que sus propios promotores se oponen a que los pasen. En contraste, la Unión Europea promueve leyes más duras y no cometen el clásico pecado de sus colegas norteamericanos: asimilar publicidad con libertad de expresión. En este plano, funciona el lobby de la Dkrect Marketing Association, cuyo lema es “si nos restringen acceso a ese tipo de medio, nos limitan la capacidad de entrar en el mercado”. La exigua respuesta que obtienen los “spams” (apenas uno de cada 5.000 tiene eco) desvirtúa el argumento comercial.

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