Mientras continúan los escándalos que sacuden al sector financiero los inversionistas miran más de cerca quién está a cargo del directorio. Aunque esos cuerpos sean vigilados por entes reguladores y la prensa, quieren entender cómo y por qué fallan los directorios.
El caso de J.P Morgan sirve de análisis. Algunos expertos dicen que es un problema de roles: en Estados Unidos el rol de CEO y jefe del directorio están combinados mientras que en Europa lo ocupan dos personas con compromisos diferentes: uno, el CEO, se encarga de que la compañía funcione estratégicamente y el presidente del directorio de manejar a los inversionistas. Esta división actúa como un sistema de control para ambos puestos que protege a la compañía.
El problema con J.P Morgan fue que Jamie Dimon concentró en sí mismo todo el poder. De esta manera, no se pudo proteger a la compañía de correr riesgos excesivos. En Estados Unidos todavía rige la idea de que los ejecutivos deben autorregularse. Pero el buen gobierno corporativo tiene que ver con proteger a los inversionistas y sus activos.
Ahora, si las juntas directivas se proponen actuar como contención de las ambiciones desmedidas de los ejecutivos, deberán elegirse con más cuidado. Tradicionalmente funciona como un club de amigos. En el caso de J.P Morgan cada uno era un especialista en su área, pero ninguno sabía leer un balance. De aquí en más no bastará que la persona tenga la experiencia necesaria, también deberá contar con conocimientos técnicos.
La clave para ser jefe del directorio está en la independencia. Si no está de acuerdo con las decisiones ejecutivas debe renunciar; debe tener la fortaleza para hacer las preguntas que importan. El mejor jefe de directorio es el que quiere que el CEO sea exitoso pero, al mismo tiempo, plantea desafíos para que la empresa vaya adelante.
Todos estos requisitos hacen que las personas ideales para ocupar el puesto sean cada vez menos. Tal vez sea necesario buscarlos en otros países. En Francia han entendido esto y 28% de las compañías más importantes tienen como directores a extranjeros. Esto puede presentar problemas de dispersión, especialmente en momentos de crisis en donde se necesita de la presencia rápida de estos individuos.
En todos los casos, es necesario que se rindan cuentas. Todos los miembros del directorio deben ser evaluados anualmente, por sus pares. Y si se encuentra que no están a la altura, se les debe pedir que renuncien después de tres años y no seis. Lo cierto es que, si se quieren evitar desastres financieros como los que sacudieron al mundo en 2001 y luego en 2008, se necesita “profesionalizar†a los miembros del directorio: no se trata de pasarla bien en un club de caballeros sino de trabajo duro y con mucha responsabilidad.