¿Qué es el éxito?

spot_img

“El éxito y el fracaso son dos impostores”, decía Kipling y si uno le hace caso tal vez no necesite vivir toda una vida para darse cuenta de que el viejo inglés tenía razón.

Pero como la experiencia humana es intransferible, hace falta romperse la crisma
contra las paredes varias veces aunque nos adviertan que hay una pared adelante
y que, dada nuestra dirección y velocidad, estamos recorriendo lo que se
conoce como una inevitable “ruta de colisión”.

Pero volviendo al punto de partida, el éxito habitualmente se mide en función
de resultados. Es decir, se confrontan objetivos fijados con resultados obtenidos
y, según el balance, pondremos el calificativo que corresponda, es decir
éxito o fracaso. Pero en esta sencilla ecuación es evidente que
falta algo: el tiempo. Los orientales, que de esto saben algo, inventaron lo que
Occidente bautizó como “la estrategia sin tiempo”. Bautismo tardío,
porque ocurrió después de que Vo Nguyen Giap, el gran estratego,
expulsara de Vietnam a los norteamericanos, como antes había sucedido con
los franceses en el desastre a toda orquesta de Diem Bien Phu.

¿El secreto de esa estrategia? Disponer de todo el tiempo que sea necesario
para alcanzar un objetivo. Cosas que parecen imposibles cuando se las piensa al
estilo occidental, o sea a meses vista, se tornan razonables cuando se las mira
con una perspectiva de varios años y son definitivamente factibles si el
plazo se sigue extendiendo. Algo que, por otra parte, también está
escrito en los manuales de otro viejo sabio: Mao Tse-tung. Algo que, además,
le respondió un oriental a un yuppie de los ´90, cuando éste se
quejaba porque “no tenía tiempo”. El comentario que escuchó
fue tan desconcertante como concluyente: “Bueno, me imagino que usted dispone
de todo el tiempo que hay; ¿o no?”.

En otros términos, el tiempo puede transformarlo todo y, por supuesto,
trocar el éxito en fracaso y viceversa. Desde este punto de vista, las
cosas no son buenas ni malas per se, todo depende del momento en que se midan
los resultados. Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con la realidad
argentina actual? Veamos: el programa económico, por citar un ejemplo tomado
al azar, puede ser un éxito resonante si se lo juzga desde su inicio hasta,
digamos, transcurridos 18 meses. Pero puede convertirse en un desastre completo
cuando se lo examina a los 24 meses.

En Occidente tendemos hoy a “medir” las cosas, temporalmente hablando,
en términos de una fracción de la expectativa media de vida. Ni
siquiera llegamos a juzgar éxitos o fracasos, como ocurrió en los
países antiguos de Europa, en función de toda una vida humana. Mucho
menos, como en Oriente, a lo largo de varias generaciones, lo cual equivale a
poner los objetivos por encima de las personas, transformados en ideales de toda
una comunidad, de toda una nación.

Con esta perspectiva, sí haría falta que transcurran muchos años
para saber cuáles fueron los verdaderos resultados de un programa de gobierno.
De hecho, en Occidente se comienza a mirar en esa dirección: la preocupación
por la ecología implica pensar en generaciones que todavía no nacieron.

Cuando en los ´90 visitó la Argentina el futurólogo John Naisbitt
dijo que, en la era de la agricultura el hombre vivía fundamentalmente
del conocimiento del pasado (épocas de cosechas, período de lluvias,
etc.); al pasar a la etapa industrial comenzó a vivir del conocimiento
del presente (qué bienes demanda el mercado, cuáles son las últimas
tecnologías); ahora, al despuntar la edad posindustrial, comienza a vivir
del conocimiento del futuro. Y esto es lo mismo que preguntarse:
¿Qué va a ser bueno o útil mañana? Ciertamente es
ver al éxito con una perspectiva menos mezquina que el cortísimo
plazo de nuestros días.

Pero como la experiencia humana es intransferible, hace falta romperse la crisma
contra las paredes varias veces aunque nos adviertan que hay una pared adelante
y que, dada nuestra dirección y velocidad, estamos recorriendo lo que se
conoce como una inevitable “ruta de colisión”.

Pero volviendo al punto de partida, el éxito habitualmente se mide en función
de resultados. Es decir, se confrontan objetivos fijados con resultados obtenidos
y, según el balance, pondremos el calificativo que corresponda, es decir
éxito o fracaso. Pero en esta sencilla ecuación es evidente que
falta algo: el tiempo. Los orientales, que de esto saben algo, inventaron lo que
Occidente bautizó como “la estrategia sin tiempo”. Bautismo tardío,
porque ocurrió después de que Vo Nguyen Giap, el gran estratego,
expulsara de Vietnam a los norteamericanos, como antes había sucedido con
los franceses en el desastre a toda orquesta de Diem Bien Phu.

¿El secreto de esa estrategia? Disponer de todo el tiempo que sea necesario
para alcanzar un objetivo. Cosas que parecen imposibles cuando se las piensa al
estilo occidental, o sea a meses vista, se tornan razonables cuando se las mira
con una perspectiva de varios años y son definitivamente factibles si el
plazo se sigue extendiendo. Algo que, por otra parte, también está
escrito en los manuales de otro viejo sabio: Mao Tse-tung. Algo que, además,
le respondió un oriental a un yuppie de los ´90, cuando éste se
quejaba porque “no tenía tiempo”. El comentario que escuchó
fue tan desconcertante como concluyente: “Bueno, me imagino que usted dispone
de todo el tiempo que hay; ¿o no?”.

En otros términos, el tiempo puede transformarlo todo y, por supuesto,
trocar el éxito en fracaso y viceversa. Desde este punto de vista, las
cosas no son buenas ni malas per se, todo depende del momento en que se midan
los resultados. Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con la realidad
argentina actual? Veamos: el programa económico, por citar un ejemplo tomado
al azar, puede ser un éxito resonante si se lo juzga desde su inicio hasta,
digamos, transcurridos 18 meses. Pero puede convertirse en un desastre completo
cuando se lo examina a los 24 meses.

En Occidente tendemos hoy a “medir” las cosas, temporalmente hablando,
en términos de una fracción de la expectativa media de vida. Ni
siquiera llegamos a juzgar éxitos o fracasos, como ocurrió en los
países antiguos de Europa, en función de toda una vida humana. Mucho
menos, como en Oriente, a lo largo de varias generaciones, lo cual equivale a
poner los objetivos por encima de las personas, transformados en ideales de toda
una comunidad, de toda una nación.

Con esta perspectiva, sí haría falta que transcurran muchos años
para saber cuáles fueron los verdaderos resultados de un programa de gobierno.
De hecho, en Occidente se comienza a mirar en esa dirección: la preocupación
por la ecología implica pensar en generaciones que todavía no nacieron.

Cuando en los ´90 visitó la Argentina el futurólogo John Naisbitt
dijo que, en la era de la agricultura el hombre vivía fundamentalmente
del conocimiento del pasado (épocas de cosechas, período de lluvias,
etc.); al pasar a la etapa industrial comenzó a vivir del conocimiento
del presente (qué bienes demanda el mercado, cuáles son las últimas
tecnologías); ahora, al despuntar la edad posindustrial, comienza a vivir
del conocimiento del futuro. Y esto es lo mismo que preguntarse:
¿Qué va a ser bueno o útil mañana? Ciertamente es
ver al éxito con una perspectiva menos mezquina que el cortísimo
plazo de nuestros días.

Compartir:

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img

Noticias

CONTENIDO RELACIONADO