Hace unos diez años, la “paradoja francesa” fue noticia. Con sorpresa, un grupo de epidemiólogos advirtió que los franceses, que nunca se privaron de queso, crema, manteca y todo tipo de grasa animal, no sólo viven más sino que también sufren menos ataques de corazón que los habitantes de otros países. La paradoja: el vino con que generosamente riegan sus comidas neutraliza los efectos dañinos de la grasa en el corazón y las arterias.
Los anunciantes del renglón corrieron a utilizar el argumento en su favor y muchas marcas aprovecharon el cambio de actitud en el público consumidor. Sin embargo, del mismo lado de la ciencia surgen las advertencias. Sobre todo, la de adherir a pie juntillas a la hipótesis que dice lo que uno le gusta escuchar.
Investigaciones posteriores sobre los efectos del vino en la salud demostraron que la relación causa-efecto no es tan clara y necesita del concurso de otros elementos. Especialmente cuando se investigaron otros países.
Como regla general, afirman otros estudios, la gente rica tiende a preferir el vino a las bebidas blancas o la cerveza. En el mundo occidental, cuanto más alto es el nivel socioeconómico, menor es la tasa de enfermedades cardíacas y mayor la expectativa de vida. Por eso, algunos médicos explican que es el dinero – y no la bebida – el elemento responsable de la mayor longevidad de los amantes del vino.
Hace algunos meses, un grupo de investigadores (Duke University, EE.UU. y el Instituto de medicina preventiva de Copenhagen, Dinamarca) agregó otro detalle a esa última explicación: encontró una sorprendente correlación entre estilo de vida de la gente y preferencias de bebida, aun cuando las personas involucradas pertenezcan aproximadamente al mismo estatus socioeconómico.
La conclusión a que llegaron con el universo que eligieron fue que, a igual nivel socioeconómico y posición social, los bebedores de vino hacían, por lo general, una vida más sana: comían menos grasa, fumaban menos y eran más activos que el resto. Los abstemios tenían los peores hábitos: comían menos fruta y vegetales y más carne roja, y también fumaban más.
Entonces, recordemos siempre que los argumentos publicitarios son necesariamente simplistas. La esencia de la publicidad consiste, justamente, en reducir la complejidad del mundo a unas pocas frases simples, claras, pegadizas y convincentes. El consumidor del siglo 21 sabe, o debe comenzar a recordar, que los procesos del cuerpo humano son cualquier cosa menos simples y pasibles de generalización.
Hace unos diez años, la “paradoja francesa” fue noticia. Con sorpresa, un grupo de epidemiólogos advirtió que los franceses, que nunca se privaron de queso, crema, manteca y todo tipo de grasa animal, no sólo viven más sino que también sufren menos ataques de corazón que los habitantes de otros países. La paradoja: el vino con que generosamente riegan sus comidas neutraliza los efectos dañinos de la grasa en el corazón y las arterias.
Los anunciantes del renglón corrieron a utilizar el argumento en su favor y muchas marcas aprovecharon el cambio de actitud en el público consumidor. Sin embargo, del mismo lado de la ciencia surgen las advertencias. Sobre todo, la de adherir a pie juntillas a la hipótesis que dice lo que uno le gusta escuchar.
Investigaciones posteriores sobre los efectos del vino en la salud demostraron que la relación causa-efecto no es tan clara y necesita del concurso de otros elementos. Especialmente cuando se investigaron otros países.
Como regla general, afirman otros estudios, la gente rica tiende a preferir el vino a las bebidas blancas o la cerveza. En el mundo occidental, cuanto más alto es el nivel socioeconómico, menor es la tasa de enfermedades cardíacas y mayor la expectativa de vida. Por eso, algunos médicos explican que es el dinero – y no la bebida – el elemento responsable de la mayor longevidad de los amantes del vino.
Hace algunos meses, un grupo de investigadores (Duke University, EE.UU. y el Instituto de medicina preventiva de Copenhagen, Dinamarca) agregó otro detalle a esa última explicación: encontró una sorprendente correlación entre estilo de vida de la gente y preferencias de bebida, aun cuando las personas involucradas pertenezcan aproximadamente al mismo estatus socioeconómico.
La conclusión a que llegaron con el universo que eligieron fue que, a igual nivel socioeconómico y posición social, los bebedores de vino hacían, por lo general, una vida más sana: comían menos grasa, fumaban menos y eran más activos que el resto. Los abstemios tenían los peores hábitos: comían menos fruta y vegetales y más carne roja, y también fumaban más.
Entonces, recordemos siempre que los argumentos publicitarios son necesariamente simplistas. La esencia de la publicidad consiste, justamente, en reducir la complejidad del mundo a unas pocas frases simples, claras, pegadizas y convincentes. El consumidor del siglo 21 sabe, o debe comenzar a recordar, que los procesos del cuerpo humano son cualquier cosa menos simples y pasibles de generalización.