Cuando uno se coloca una gota en el ojo, digamos, por un problema serio como el glaucoma, está usando un producto sumamente caro. Todos sabemos que al colocar una gota, por más puntería que tengamos, siempre la mitad de la gota cae sobre la mejilla. El problema es que no es falta de puntería sino exceso de cantidad de líquido. El orificio del envase es demasiado grande y libera más líquido del que el ojo puede recibir.
Cuando la gota es para atender un problema menor, como el ojo seco o alguna irritación menor, ese desperdicio no sería tan grave. El problema es que hay muchas enfermedades que necesitan gotas de altísimo costo. Si para cada aplicación se desperdicia el doble de lo que hace falta, estamos ante un gasto desmesurado.
Las gotas para los ojos inundan los ojos porque los laboratorios farmacéuticos hacen que las gotas sean más grandes de lo que el ojo humano puede contener.
El desperdicio frustra a especialistas en glaucoma como el doctor Alan Robin, cuyos pacientes hacen malabares para que sus frasquitos les duren lo más posible. Él ha hecho un pedido expreso, sin éxito, a los laboratorios para que los frascos liberen gotas más pequeñas.
“No se interesaron por la gente, por sus bolsillos o por el costo de la droga”, dijo Robin, oftalmólogo de la ciudad de Baltimore y profesor adjunto de la Escuela de Medicina de la Universidad de Michigan.
Las compañías farmacéuticas han hecho investigaciones que muestran que es posible desperdiciar menos y ahorrar el dinero de los consumidores. Los resultados de las investigaciones existen desde hace décadas.
Pero los nuevos envases no llegan al mercado…. hasta ahora.