La gente que trabaja junta tiene personalidades que se funden o chocan como las olas en el océano. Las colisiones pueden provocar tensión. Si esa tensión no se atiende, se traducirá en conflicto en el lugar de trabajo, en batallas jurisdiccionales, en intrigas políticas, en sentimientos heridos y en productividad perdida. Y sin embargo esos temas no se tratan en la mayoría de los talleres o cursos de liderazgo.
Los talleres se basan casi siempre en la idea de que los líderes tienen una tarea fundamentalmente diferente de la de los que supervisan, y para ellos las sesiones son aparte. ¿Por qué? ¿Qué los hace tan diferentes de los demás? Que, en la burocracia de la empresa, fueron nombrados con un título. El estatus conferido le da más poder a la persona nombrada líder. Ese poder está ligado al temor de los demás.
Esto es lo que no funciona tanto en la capacitación en liderazgo como en las empresas. Si sacamos el temor de esta ecuación, todo sería más fácil. Hacen falta las buenas ideas de todos, supervisados por el líder, que además de liderar escucha.
Los verdaderos líderes usan su influencia más que su poder para ir en busca de los objetivos, pero las organizaciones todavía se rigen por el miedo, por burócratas que usan su poder para imponer sus ideas sin discusión. Los empleados trabajan y no se ven.
No hace falta seguir con el estilo burocrático. La tecnología y los mercados globales dicen todos los días que la mejor gente no va a jugar un juego anticuado. No se van a someter a una cultura basada en el miedo.