La relación de interdependencia entre ciencia y comercio ha sido y es de una gran ambivalencia. La ciencia se considera una actividad puramente objetiva y libre de valores que va empujando las fronteras del conocimiento por el conocimiento mismo.
Las empresas, por el contrario, que sólo se interesan en la ciencia como fuente de innovación, prefieren mantener en secreto los resultados de sus investigaciones para impedir el acceso a posibles competidores.
No es de extrañar entonces que la forzada intimidad que se les suele imponer resulte en una relación tensa y renuente de ambas partes.
Sin embargo, hay indicios de que en el futuro, las tensiones van a ir desapareciendo y se afianzarán las relaciones.
Uno de los mecanismos que ya se emplean en Gran Bretaña es el de la creciente cooperación en todo el proceso, que arranca con el primer concepto y termina con el producto; esto significa la introducción de cambios en la estructura de las carreras académicas y en el paulatino desarrollo de una perspectiva comercial en las universidades.
Lo que se busca es generar un suave continuo desde las mesas de laboratorio hasta el producto terminado; ésa ha sido el objetivo primordial del financiamiento de los gobiernos a la ciencia.
Aunque queda muy bien que una nación dé valor y prioridad a la ciencia como un fin en sí mismo cultural e intelectual, en la segunda mitad de este siglo la mayoría de los gobiernos han intentado el financiamiento público directo para beneficio de la economía nacional.
Esto contrasta con el financiamiento a las artes, que en general se ha considerado un subsidio más que una inversión.
La paradoja es que, ahora, el turismo y la cultura son unos de los sectores más importantes de la economía y financiar las artes asume una significación económica fundamental.
Por cierto, el empeño artístico y científico tendrá una importancia económica cada vez mayor a medida que el mundo se desplaza desde la era industrial hacia la era de la información.
En la era de la información el capital intelectual está reemplazando a los capitales y recursos físicos como la base de la creación de riqueza.
El recurso clave será la propiedad intelectual, y por eso aumentará el valor de la ciencia y la investigación científica. Prueba de esto es el valor que se da a las empresas de Internet y de biotecnología.
Ellas tienen poco que mostrar en términos de ganancias, pero ostentan la capacidad intelectual para crear mucho valor a través de la innovación.
En la economía del conocimiento, el campo de lo que puede ser patentable se abrirá para incluir conceptos e ideas que antes estaban excluidos, como algoritmos, genes o proteínas.
Para los académicos, la forma de justificar más financiamiento dejará de ser exclusivamente la publicación en periódicos especializados, sino a través del registro de patentes.
Todas las universidades tienen actualmente brazos de transferencia de tecnología que existen para autorizar patentes. En el futuro van a formalizar el proceso por el cual se registran las patentes, y asegurar que esto ocurra como norma y no como excepción.
Esto no significa que todo científico deba convertirse en entrepreneur. En cambio, cambiarán las estructuras de las carreras para hacer más fácil al científico universitario participar en la comercialización de sus investigaciones.
Ya hay señales de que esto está ocurriendo. Cuando el profesor Alan Kingsman abrió Oxford Biomédica, siguió dedicando la mitad de su tiempo a la universidad. A medida que las exigencias de tiempo fueron creciendo pidió licencia pero no renunció a su cátedra.
Por su parte, las empresas se van a involucrar mucho más en las primeras etapas de la investigación. No se van a limitar a financiar la actividad desde afuera o involucrarse sólo para cubrir sus baches de habilidades.
Van a pedirle a su personal que se involucre con los grupos académicos, y van a usar empleos y suplencias para fomentar el intercambio de personal en ambas direcciones.
Pero ni los intereses comerciales ni los gobiernos dan el mejor ejemplo de cómo se va a orientar la investigación científica hacia la innovación.
En cambio, las entidades de caridad médica están creando el modelo que va a permitir a los académicos mantener su independencia y objetividad, mientras simultáneamente traducen la investigación en nuevos tratamientos y mejor tratamiento médico.
La creciente interacción entre ciencia y comercio será incómoda para los científicos académicos que se resisten al cambio.
Pero la interacción no va a conducir a la progresiva comercialización de la ciencia académica como actividad, sólo lo hará para mejorar las rutas y las propuestas de comercialización de sus descubrimientos. Los valores de la ciencia académica van a evolucionar pero no se van a subvertir.
La relación de interdependencia entre ciencia y comercio ha sido y es de una gran ambivalencia. La ciencia se considera una actividad puramente objetiva y libre de valores que va empujando las fronteras del conocimiento por el conocimiento mismo.
Las empresas, por el contrario, que sólo se interesan en la ciencia como fuente de innovación, prefieren mantener en secreto los resultados de sus investigaciones para impedir el acceso a posibles competidores.
No es de extrañar entonces que la forzada intimidad que se les suele imponer resulte en una relación tensa y renuente de ambas partes.
Sin embargo, hay indicios de que en el futuro, las tensiones van a ir desapareciendo y se afianzarán las relaciones.
Uno de los mecanismos que ya se emplean en Gran Bretaña es el de la creciente cooperación en todo el proceso, que arranca con el primer concepto y termina con el producto; esto significa la introducción de cambios en la estructura de las carreras académicas y en el paulatino desarrollo de una perspectiva comercial en las universidades.
Lo que se busca es generar un suave continuo desde las mesas de laboratorio hasta el producto terminado; ésa ha sido el objetivo primordial del financiamiento de los gobiernos a la ciencia.
Aunque queda muy bien que una nación dé valor y prioridad a la ciencia como un fin en sí mismo cultural e intelectual, en la segunda mitad de este siglo la mayoría de los gobiernos han intentado el financiamiento público directo para beneficio de la economía nacional.
Esto contrasta con el financiamiento a las artes, que en general se ha considerado un subsidio más que una inversión.
La paradoja es que, ahora, el turismo y la cultura son unos de los sectores más importantes de la economía y financiar las artes asume una significación económica fundamental.
Por cierto, el empeño artístico y científico tendrá una importancia económica cada vez mayor a medida que el mundo se desplaza desde la era industrial hacia la era de la información.
En la era de la información el capital intelectual está reemplazando a los capitales y recursos físicos como la base de la creación de riqueza.
El recurso clave será la propiedad intelectual, y por eso aumentará el valor de la ciencia y la investigación científica. Prueba de esto es el valor que se da a las empresas de Internet y de biotecnología.
Ellas tienen poco que mostrar en términos de ganancias, pero ostentan la capacidad intelectual para crear mucho valor a través de la innovación.
En la economía del conocimiento, el campo de lo que puede ser patentable se abrirá para incluir conceptos e ideas que antes estaban excluidos, como algoritmos, genes o proteínas.
Para los académicos, la forma de justificar más financiamiento dejará de ser exclusivamente la publicación en periódicos especializados, sino a través del registro de patentes.
Todas las universidades tienen actualmente brazos de transferencia de tecnología que existen para autorizar patentes. En el futuro van a formalizar el proceso por el cual se registran las patentes, y asegurar que esto ocurra como norma y no como excepción.
Esto no significa que todo científico deba convertirse en entrepreneur. En cambio, cambiarán las estructuras de las carreras para hacer más fácil al científico universitario participar en la comercialización de sus investigaciones.
Ya hay señales de que esto está ocurriendo. Cuando el profesor Alan Kingsman abrió Oxford Biomédica, siguió dedicando la mitad de su tiempo a la universidad. A medida que las exigencias de tiempo fueron creciendo pidió licencia pero no renunció a su cátedra.
Por su parte, las empresas se van a involucrar mucho más en las primeras etapas de la investigación. No se van a limitar a financiar la actividad desde afuera o involucrarse sólo para cubrir sus baches de habilidades.
Van a pedirle a su personal que se involucre con los grupos académicos, y van a usar empleos y suplencias para fomentar el intercambio de personal en ambas direcciones.
Pero ni los intereses comerciales ni los gobiernos dan el mejor ejemplo de cómo se va a orientar la investigación científica hacia la innovación.
En cambio, las entidades de caridad médica están creando el modelo que va a permitir a los académicos mantener su independencia y objetividad, mientras simultáneamente traducen la investigación en nuevos tratamientos y mejor tratamiento médico.
La creciente interacción entre ciencia y comercio será incómoda para los científicos académicos que se resisten al cambio.
Pero la interacción no va a conducir a la progresiva comercialización de la ciencia académica como actividad, sólo lo hará para mejorar las rutas y las propuestas de comercialización de sus descubrimientos. Los valores de la ciencia académica van a evolucionar pero no se van a subvertir.