Hay un auge global de la gig economy (un mercado global con trabajadores esporádicos, por corto tiempo o por tareas específicas, en oposición al escenario de trabajadores en nómina). En Estados Unidos, por ejemplo, uno de cada cinco trabajadores, es contratista o free-lancer. En la próxima década se estima que la mitad de la fuerza laboral será personal temporario.
Algo similar a lo que ocurre en la Unión Europea, donde el número de trabajadores temporarios se duplicó entre 2.000 y 2014, y sigue con muy buen ritmo de crecimiento.
Empresas grandes y chicas utilizan el método con entusiasmo, y se benefician de su gran flexibilidad. Pero también hay costos importantes que no hay que subestimar. Hay signos claros de que la práctica se ha instalado con fuerza también en nuestro país.
Para los empleadores, la necesidad de reducir costos y de conseguir mayor flexibilidad, son ventajas muy apreciadas. Sin embargo, los estudiosos del fenómeno advierten riesgos, como ser: daño relevante sobre la performance empresaria al instalar una cultura de la inestabilidad, soslayar un conocimiento institucional que pasa a ser desechado, y mayores costos de entrenamiento y de reclutamiento.
Entre los principales hallazgos destacan: hay un capital humano que se pierde cuando se va el empleado transitorio; que debe ser reemplazo con el reentrenamiento adecuado que insume tiempo y tiene costos. Por último, no siempre se consiguen reemplazos en el mercado de los transitorios.