Stiglitz sobre la globalización

El ex jefe del Banco mundial Joseph E. Stiglitz , en su nuevo libro “Making Globalization Work”, explica por qué la globalización tal como está no favorece a los países en desarrollo, cómo hacer para corregirla y todos los problemas derivados.

11 enero, 2007

Muchos economistas y líderes mundiales coinciden en que la globalización debería mejorar nivel de vida, aumentar acceso a mercados internacionales, aumentar la inversión extranjera y abrir fronteras. Pero el ex economista jefe del Banco Mundial y Premio Nobel Joseph Stiglitz dice en su último libro, Making Globalization Work (una secuela de Globalization and Its Discontents, 2002), que la globalización estafallándole desesperadamente al 80% de la población del mundo que vive en los países en desarrollo y al 40% que vive en la pobreza.

Stiglitz no objeta la globalización propiamente dicha sino la forma en que se la maneja. Según él, las instituciones encargadas de manejarla – el Fondo Monetario Internacional (FMI, el Banco Mundial y la Organización Internacional del Comercio (OIC) ayudan más a las naciones desarrolladas que a las naciones pobres y ponen la ganancia por encima de la salud ambiental y mejores estándares de vida.

Una de las razones, dice, es la excesiva influencia de Estados Unidos en el sistema. El FMI, por ejemplo, asigna votos según tamaño económico, dando a Estados Unidos poder de veto. Además, el presidente de Estados Unidos nombra al director del Banco Mundial. Esta concentración de poder ha conducido a lo que Stiglitz llama “el Consenso de Washington,” el término que usa para referirse a las políticas paralelas que comparten el FMI, el Banco Mundial y la Tesorería de Estados Unidos. el resultado es que esas instituciones sólo responden a los países ricos en lugar de a los países pobres que deberían ayudar.

Lo peor, escribe Stiglitz, es que cuando los países pobres buscan ayuda, el Consenso de Washington les imponen políticas económicas y condicionamientos que muchas veces son contraproducentes y hasta debilitan la soberanía de esos países. Sus requerimientos suelen incluir privatización masiva, recortes de gasto, menores aranceles de importación y exposición al volátil capital extranjero, cuatro cosas que, explica son precisamente lo que los países en desarrollo no necesitan cuando están en dificultades. En consecuencia, los países que han seguido el consejo de este poderoso bloque no lograron, en casi todos los casos, mantener la estabilidad económica.

Stiglitz ofrece una cantidad de reformas específicas al sistema de gestión de la globalización, pero, en última instancia, todas giran de la idea de que es el poder regulatorio de los gobiernos — y no el capitalismo sin bridas — lo que hace funcionar los mercados libres. Si no existe el control de los gobiernos, escribe, los mercados se deslizan hacia el caos, la deshonestidad y el secreto.

A pesar de toda la protesta, Stiglitz es im defensor cautelosamente optimista de la globalización. Pero confía en que Estados Unidos no puede seguir controlando las principales instituciones de ayuda del mundo sin producir resultados para los países pobres del mundo.

Muchos economistas y líderes mundiales coinciden en que la globalización debería mejorar nivel de vida, aumentar acceso a mercados internacionales, aumentar la inversión extranjera y abrir fronteras. Pero el ex economista jefe del Banco Mundial y Premio Nobel Joseph Stiglitz dice en su último libro, Making Globalization Work (una secuela de Globalization and Its Discontents, 2002), que la globalización estafallándole desesperadamente al 80% de la población del mundo que vive en los países en desarrollo y al 40% que vive en la pobreza.

Stiglitz no objeta la globalización propiamente dicha sino la forma en que se la maneja. Según él, las instituciones encargadas de manejarla – el Fondo Monetario Internacional (FMI, el Banco Mundial y la Organización Internacional del Comercio (OIC) ayudan más a las naciones desarrolladas que a las naciones pobres y ponen la ganancia por encima de la salud ambiental y mejores estándares de vida.

Una de las razones, dice, es la excesiva influencia de Estados Unidos en el sistema. El FMI, por ejemplo, asigna votos según tamaño económico, dando a Estados Unidos poder de veto. Además, el presidente de Estados Unidos nombra al director del Banco Mundial. Esta concentración de poder ha conducido a lo que Stiglitz llama “el Consenso de Washington,” el término que usa para referirse a las políticas paralelas que comparten el FMI, el Banco Mundial y la Tesorería de Estados Unidos. el resultado es que esas instituciones sólo responden a los países ricos en lugar de a los países pobres que deberían ayudar.

Lo peor, escribe Stiglitz, es que cuando los países pobres buscan ayuda, el Consenso de Washington les imponen políticas económicas y condicionamientos que muchas veces son contraproducentes y hasta debilitan la soberanía de esos países. Sus requerimientos suelen incluir privatización masiva, recortes de gasto, menores aranceles de importación y exposición al volátil capital extranjero, cuatro cosas que, explica son precisamente lo que los países en desarrollo no necesitan cuando están en dificultades. En consecuencia, los países que han seguido el consejo de este poderoso bloque no lograron, en casi todos los casos, mantener la estabilidad económica.

Stiglitz ofrece una cantidad de reformas específicas al sistema de gestión de la globalización, pero, en última instancia, todas giran de la idea de que es el poder regulatorio de los gobiernos — y no el capitalismo sin bridas — lo que hace funcionar los mercados libres. Si no existe el control de los gobiernos, escribe, los mercados se deslizan hacia el caos, la deshonestidad y el secreto.

A pesar de toda la protesta, Stiglitz es im defensor cautelosamente optimista de la globalización. Pero confía en que Estados Unidos no puede seguir controlando las principales instituciones de ayuda del mundo sin producir resultados para los países pobres del mundo.

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