La importancia de hablar bien en público

Hay mucha gente que afirma que la habilidad para comunicar bien las propias ideas es la verdadera clave del éxito en el mundo de los negocios. Y la clave de esa habilidad se encuentra en la preparación. Mala noticia para improvisadores.

2 agosto, 2006

Los presidentes de grandes empresas como Microsoft, General Motors, IBM o Coca-Cola pronuncian más discursos en un año que muchos políticos en toda su carrera. Su trabajo consiste precisamente en hablar continuamente a sus colaboradores, a los clientes o a los medios.

El escenario más común para la retórica no es el teatro, sino el mundo de los negocios. Desde la argumentación convincente del vendedor ambulantes hasta las densas presentaciones en los consejos de administración, la palabra oral es el motor de la economía. Muchos ejemplos ilustran el auge y la caída de los altos ejecutivos gracias a su dominio – o por culpa de sus limitaciones – a la hora de subir al podio de oradores.

Especialistas como Eduardo Criado (autor de “Hablar en público, hoy”) creen que el arte del bien hablar está al alcance de todos, aunque como en todas las disciplinas, se necesita seguir un sistema racional de estudio y trabajo.
Tener un buen discurso es fundamental para quien busca liderazgo y reconocimiento. Con la primera palabra se despiertan expectativas, buenas o malas y luego, lo que se diga – y cómo se lo diga — condicionará la evaluación que los demás. Un buen conferenciante siempre es bienvenido, ya sea en una convención de ventas, una boda o en la cena de fin de año.

El peor enemigo del orador es la improvisación. André Maurois citaba que en cierta ocasión, al final de una reunión, le hicieron la siguiente propuesta: “Improvise algo, señor Maurois”. El, sonriente, contestó: “Señores, ¿cómo quieren que improvise si no me he preparado?”

Los presidentes de grandes empresas como Microsoft, General Motors, IBM o Coca-Cola pronuncian más discursos en un año que muchos políticos en toda su carrera. Su trabajo consiste precisamente en hablar continuamente a sus colaboradores, a los clientes o a los medios.

El escenario más común para la retórica no es el teatro, sino el mundo de los negocios. Desde la argumentación convincente del vendedor ambulantes hasta las densas presentaciones en los consejos de administración, la palabra oral es el motor de la economía. Muchos ejemplos ilustran el auge y la caída de los altos ejecutivos gracias a su dominio – o por culpa de sus limitaciones – a la hora de subir al podio de oradores.

Especialistas como Eduardo Criado (autor de “Hablar en público, hoy”) creen que el arte del bien hablar está al alcance de todos, aunque como en todas las disciplinas, se necesita seguir un sistema racional de estudio y trabajo.
Tener un buen discurso es fundamental para quien busca liderazgo y reconocimiento. Con la primera palabra se despiertan expectativas, buenas o malas y luego, lo que se diga – y cómo se lo diga — condicionará la evaluación que los demás. Un buen conferenciante siempre es bienvenido, ya sea en una convención de ventas, una boda o en la cena de fin de año.

El peor enemigo del orador es la improvisación. André Maurois citaba que en cierta ocasión, al final de una reunión, le hicieron la siguiente propuesta: “Improvise algo, señor Maurois”. El, sonriente, contestó: “Señores, ¿cómo quieren que improvise si no me he preparado?”

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