El emprendimiento social

Es el resultado de combinar conciencia social con deseo de lucrar. La idea es simple: las empresas que necesitan materia prima se asocian con otras que disponen de material de descarte. Unas ahorran insumos y otras costos de colocación.

6 abril, 2001

Kirk Johnson cuenta en The New York Times la historia de John Okum, un empresario dedicado a encontrar compradores para productos usados, desechos y errores de otras empresas. Lo describe como “intermediario de los marginados, embajador de los abandonados” y define su negocio como “un centro de rehabilitación y terreno de entrenamiento para productos vendibles pero marginales”.

Financiada tanto por subsidios privados como por dinero de los gobiernos municipales, estaduales y federales e integrada por tres personas, la organización dedicada al “Reciclaje de Desechos Industriales y la Prevención” comenzó hace cinco años como proyecto piloto estadual de bajo presupuesto. La idea era simple: ayudar a las empresas a reducir costos mediante la unión de una compañía que dispusiera de productos de descarte – por ejemplo desechos plásticos o cajones de madera – con otra que pudiera utilizar estos productos como materia prima. De este modo, una empresa ahorra en costos de colocación; la otra, en la compra de insumos.

Esta idea funcionó bien y se convirtió en un modelo para un programa urbano de intercambio de desechos. Hoy en día, proliferan programas similares en todo Estados Unidos. En el sur del Bronx, Nueva York, otra empresa de riesgo recicla paletas de madera, y así crea puestos de trabajo para residentes de una comunidad que se compara con un nido de plagas urbanas.

Big City Forest recicla paletas de madera, las cuales sirven como base para fabricar todo tipo de producto, desde muebles hasta resmas de papel. Generalmente, los destinatarios de estos productos abonan US$ 6 a US$ 12 por paleta. Pero las empresas que se contactan con Big City Forest sólo pagan US$ 0,75 por paleta. Asimismo, la empresa proporciona capacitación y empleo de tiempo completo a 20 trabajadores, quienes, de lo contrario, tal vez estarían deambulando por las calles o haciendo algo peor.

Esto se denomina emprendimiento social y ejemplifica lo que sucede cuando gente de empresa de buena voluntad y con conciencia social, mezcla idealismo y afán de lucro. El resultado: todos se benefician.

En Dallas, una mujer solía pasar diariamente junto a los “sin techo” ( homeless); luego de varios años decidió algo tenía que hacer. Y lo hizo. Fundó un periódico exclusivamente para que esas personas lo vendieran y pudieran vivir dignamente con la ganancia. El diario fue fundado sobre la base de una empresa de riesgo similar que había tenido éxito en Seattle algunos años antes.

En uno de los barrios más peligrosos de Boston, los niños podres de la ciudad y sus aledaños trabajan en The Food Project. Además de producir y vender productos orgánicos, aprenden técnicas de liderazgo y gerenciamiento empresarial.

Gracias a que proporciona trabajo productivo, el reverendo Gregory Boyle de la iglesia Delores Misión, ubicada en Los Angeles, decrece la violencia entre pandillas.

Con fondos que aporta una estación de radio local, Homeboy Bakery comenzó fabricando 600 panes (de tipo francés e italiano) y masas para Frisco Baking Co. en Cypress Park. Hoy, Homeboy tiene un cronograma de producción de 1.500 panes por día, en el que trabajan 30 panaderos con turnos de 24 horas. El padre Boyle cree que esta clase de emprendimiento social garantiza trabajo a personas que de otra forma podrían estar entre rejas.

Hay mucha gente que parece coincidir. Es de esperar que en los próximos años esto que hoy es un “emprendimiento” se transforme en un modelo de productividad y rentabilidad que absorba y ocupe a la gente que se encuentra al margen del campo laboral.

Kirk Johnson cuenta en The New York Times la historia de John Okum, un empresario dedicado a encontrar compradores para productos usados, desechos y errores de otras empresas. Lo describe como “intermediario de los marginados, embajador de los abandonados” y define su negocio como “un centro de rehabilitación y terreno de entrenamiento para productos vendibles pero marginales”.

Financiada tanto por subsidios privados como por dinero de los gobiernos municipales, estaduales y federales e integrada por tres personas, la organización dedicada al “Reciclaje de Desechos Industriales y la Prevención” comenzó hace cinco años como proyecto piloto estadual de bajo presupuesto. La idea era simple: ayudar a las empresas a reducir costos mediante la unión de una compañía que dispusiera de productos de descarte – por ejemplo desechos plásticos o cajones de madera – con otra que pudiera utilizar estos productos como materia prima. De este modo, una empresa ahorra en costos de colocación; la otra, en la compra de insumos.

Esta idea funcionó bien y se convirtió en un modelo para un programa urbano de intercambio de desechos. Hoy en día, proliferan programas similares en todo Estados Unidos. En el sur del Bronx, Nueva York, otra empresa de riesgo recicla paletas de madera, y así crea puestos de trabajo para residentes de una comunidad que se compara con un nido de plagas urbanas.

Big City Forest recicla paletas de madera, las cuales sirven como base para fabricar todo tipo de producto, desde muebles hasta resmas de papel. Generalmente, los destinatarios de estos productos abonan US$ 6 a US$ 12 por paleta. Pero las empresas que se contactan con Big City Forest sólo pagan US$ 0,75 por paleta. Asimismo, la empresa proporciona capacitación y empleo de tiempo completo a 20 trabajadores, quienes, de lo contrario, tal vez estarían deambulando por las calles o haciendo algo peor.

Esto se denomina emprendimiento social y ejemplifica lo que sucede cuando gente de empresa de buena voluntad y con conciencia social, mezcla idealismo y afán de lucro. El resultado: todos se benefician.

En Dallas, una mujer solía pasar diariamente junto a los “sin techo” ( homeless); luego de varios años decidió algo tenía que hacer. Y lo hizo. Fundó un periódico exclusivamente para que esas personas lo vendieran y pudieran vivir dignamente con la ganancia. El diario fue fundado sobre la base de una empresa de riesgo similar que había tenido éxito en Seattle algunos años antes.

En uno de los barrios más peligrosos de Boston, los niños podres de la ciudad y sus aledaños trabajan en The Food Project. Además de producir y vender productos orgánicos, aprenden técnicas de liderazgo y gerenciamiento empresarial.

Gracias a que proporciona trabajo productivo, el reverendo Gregory Boyle de la iglesia Delores Misión, ubicada en Los Angeles, decrece la violencia entre pandillas.

Con fondos que aporta una estación de radio local, Homeboy Bakery comenzó fabricando 600 panes (de tipo francés e italiano) y masas para Frisco Baking Co. en Cypress Park. Hoy, Homeboy tiene un cronograma de producción de 1.500 panes por día, en el que trabajan 30 panaderos con turnos de 24 horas. El padre Boyle cree que esta clase de emprendimiento social garantiza trabajo a personas que de otra forma podrían estar entre rejas.

Hay mucha gente que parece coincidir. Es de esperar que en los próximos años esto que hoy es un “emprendimiento” se transforme en un modelo de productividad y rentabilidad que absorba y ocupe a la gente que se encuentra al margen del campo laboral.

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