El conocimiento es la ventaja (II)

En esta economía globalizada en la que cualquiera puede acceder a las materias primas y a la tecnología, la única ventaja competitiva es el conocimiento que tienen los trabajadores. Ultima entrega.

25 septiembre, 2000

La doble comprobación, la del papel central del conocimiento y la de las transformaciones que provocará, ponen a la educación en el centro de la escena.

No solamente tendrá que ser prioridad en la asignación de recursos que hagan los gobiernos, sino que replanteará desde la base la misma noción del proceso educativo.

Las universidades –pero también otros focos de enseñanza superior– deberán considerarse como parte del proceso productivo.

Se planteará la masividad del conocimiento necesario para los nuevos tiempos; la educación permanente, dentro y fuera del aula; la divulgación del conocimiento a través de los medios tecnológicos existentes; y la implicación de la empresa y el mundo de los negocios en el entrenamiento, capacitación y formación de recursos humanos excelentes.

En la era de las telecomunicaciones, cuando los avances tecnológicos han modificado la forma en que la gente trabaja, viaja, compra, y goza de su tiempo libre, es difícil ignorar que la tecnología puede ser la clave para liberar al proceso educativo de los estrechos límites impuestos por las paredes de la escuela.

Hay por lo menos tres niveles donde la tecnología puede enriquecer la enseñanza y el aprendizaje.

En el primero, radio, televisión, video y computación son herramientas de ayuda para la educación formal, o sea para el educador en la escuela.

Programas magistrales, preparados por equipos de primer nivel –integrados por expertos de medios y expertos en contenidos– se ponen al servicio de las escuelas más aisladas de un país a través de las redes nacionales y provinciales de radio y televisión.

En el segundo nivel de aplicación, las tecnologías de comunicación adquieren un rol más protagónico en todo lo que atañe a la educación no formal, con el objetivo de hacer del aprendizaje una experiencia nacional permanente y compatible con todos los niveles económicos de la sociedad.

Ellas pueden utilizarse, por ejemplo, para quebrar la dicotomía entre educación y trabajo. La especialización en una actividad no acaba con la última materia cursada: cuando el egresado comienza a trabajar no dispone ya de tiempo para asistir a cursos complementarios, si acaso existen.

El tercer nivel de aplicación de tecnología es una postura tan revolucionaria que muy pocos se animan a proponerla. Parte del supuesto de que el sistema educativo convencional no es un modelo para repetir en el siglo XXI.

Lewis Perelman, en su último libro, El fin de la escuela: hiperaprendizaje, la nueva tecnología y el fin de la educación, afirma que destinar recursos para reformar la escuela tiene tanto sentido como invertir en coches de caballos al final del siglo XIX.

Así como el automóvil barrería con el transporte de tracción a sangre, el hiperaprendizaje barrerá con la educación como la entendemos ahora.

El cambio tecnológico está carcomiendo los cimientos de la educación convencional. La enseñanza actual es una actividad de trabajo sumamente intensivo en la que cientos de miles de maestros dan clases más o menos idénticas ante sus respectivos grupos de estudiantes.

Las técnicas son intrínsecamente ineficientes porque las capacidades de los alumnos son dispares, y porque la atmósfera competitiva de las aulas inhibe a muchos estudiantes capaces.

Mediante la combinación de todas las tecnologías conocidas: computación, video, teléfono, modem y fax podrá crearse un ambiente educativo supernovedoso para el alumno.

La doble comprobación, la del papel central del conocimiento y la de las transformaciones que provocará, ponen a la educación en el centro de la escena.

No solamente tendrá que ser prioridad en la asignación de recursos que hagan los gobiernos, sino que replanteará desde la base la misma noción del proceso educativo.

Las universidades –pero también otros focos de enseñanza superior– deberán considerarse como parte del proceso productivo.

Se planteará la masividad del conocimiento necesario para los nuevos tiempos; la educación permanente, dentro y fuera del aula; la divulgación del conocimiento a través de los medios tecnológicos existentes; y la implicación de la empresa y el mundo de los negocios en el entrenamiento, capacitación y formación de recursos humanos excelentes.

En la era de las telecomunicaciones, cuando los avances tecnológicos han modificado la forma en que la gente trabaja, viaja, compra, y goza de su tiempo libre, es difícil ignorar que la tecnología puede ser la clave para liberar al proceso educativo de los estrechos límites impuestos por las paredes de la escuela.

Hay por lo menos tres niveles donde la tecnología puede enriquecer la enseñanza y el aprendizaje.

En el primero, radio, televisión, video y computación son herramientas de ayuda para la educación formal, o sea para el educador en la escuela.

Programas magistrales, preparados por equipos de primer nivel –integrados por expertos de medios y expertos en contenidos– se ponen al servicio de las escuelas más aisladas de un país a través de las redes nacionales y provinciales de radio y televisión.

En el segundo nivel de aplicación, las tecnologías de comunicación adquieren un rol más protagónico en todo lo que atañe a la educación no formal, con el objetivo de hacer del aprendizaje una experiencia nacional permanente y compatible con todos los niveles económicos de la sociedad.

Ellas pueden utilizarse, por ejemplo, para quebrar la dicotomía entre educación y trabajo. La especialización en una actividad no acaba con la última materia cursada: cuando el egresado comienza a trabajar no dispone ya de tiempo para asistir a cursos complementarios, si acaso existen.

El tercer nivel de aplicación de tecnología es una postura tan revolucionaria que muy pocos se animan a proponerla. Parte del supuesto de que el sistema educativo convencional no es un modelo para repetir en el siglo XXI.

Lewis Perelman, en su último libro, El fin de la escuela: hiperaprendizaje, la nueva tecnología y el fin de la educación, afirma que destinar recursos para reformar la escuela tiene tanto sentido como invertir en coches de caballos al final del siglo XIX.

Así como el automóvil barrería con el transporte de tracción a sangre, el hiperaprendizaje barrerá con la educación como la entendemos ahora.

El cambio tecnológico está carcomiendo los cimientos de la educación convencional. La enseñanza actual es una actividad de trabajo sumamente intensivo en la que cientos de miles de maestros dan clases más o menos idénticas ante sus respectivos grupos de estudiantes.

Las técnicas son intrínsecamente ineficientes porque las capacidades de los alumnos son dispares, y porque la atmósfera competitiva de las aulas inhibe a muchos estudiantes capaces.

Mediante la combinación de todas las tecnologías conocidas: computación, video, teléfono, modem y fax podrá crearse un ambiente educativo supernovedoso para el alumno.

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