“Esto refleja una visión más cauta y pragmática -explica Diego García, socio de Bain & Company, al ser consultado por la transición energética en Argentina, en comparación con otros países de la región-. Las compañías reconocen la urgencia de la descarbonización, pero también la presión de garantizar energía abundante y barata para sostener el crecimiento económico y la creciente demanda. Los tres pilares -sustentabilidad, confiabilidad y precios competitivos- son difíciles de conciliar, y hoy los líderes del sector priorizan el balance y los retornos antes que la velocidad de transición”, sostiene García.
De acuerdo al especialista, otros países de la región latinoamericana se han posicionado más fuertemente como referentes de la transición. “Chile y Uruguay avanzaron rápido en renovables y alcanzaron en 2024 el 33% y 35% de su generación, respectivamente, proveniente de renovables no hídricas. Brasil, además, se consolida como uno de los principales países en el uso de biocombustibles, llevando a un corte de etanol de 30% y de biodiésel de 15%, e inclusive impulsando el desarrollo local de producción de combustibles renovables de segunda generación a través de la nueva regulación.
El caso de Argentina, en cambio, es diferente. “La Argentina se ubica en la mitad de la tabla; logró que las renovables no hídricas lleguen al 15% de su matriz. Este resultado es mejor que Colombia (3%) o Perú (9%), pero está aún lejos de sus vecinos líderes y por debajo de la meta planteada de 20%”, sostiene García. Algo similar pasa con la movilidad eléctrica. En este caso, el 7,8% de las ventas corresponde a vehículos electrificados, por encima de Brasil (5,3%), pero todavía por debajo de Chile (15,7%) y Uruguay (15%), detalla el especialista de Bain.
A pesar de estos datos, Diego García asegura que “no debemos considerarlo como un caso de hacer menos, sino de avanzar con pragmatismo, reconociendo las restricciones económicas y de estabilidad que enfrenta el país, lo que requiere un equilibrio aún mayor entre aprovechar los abundantes recursos fósiles que pueden tener un fuerte impacto en el desarrollo económico, pero a la vez apalancando los recursos eólicos y solares para viabilizar inversiones que aprovechen infraestructuras existentes para generar retornos atractivos. Esa búsqueda de balance es clave, porque la verdadera transición no es solo reemplazar fuentes, sino garantizar que el sistema energético sea sustentable, confiable y accesible para la sociedad, y por sobre todo que pueda financiar su transformación”.
Múltiples frentes
¿Cuáles son los principales desafíos que enfrenta el sector energético en Argentina para acelerar la transición energética?
Mirando al futuro, hay desafíos en cuatro grandes frentes para lograr un mayor impulso, todos ellos muy interrelacionados.
El primero es el frente regulatorio. Después de un largo periodo de marcos fuertemente intervenidos, Argentina está trabajando en la regularización del marco regulatorio de su mercado eléctrico, algo que es absolutamente crítico para dar señales claras a los inversores. Las energías renovables y los proyectos de transición son intensivos en capital y requieren reglas de juego estables, predecibles y de largo plazo. Un marco regulatorio que integre no solo la visión del despacho sino también del transporte y consumo de energía es crítico para que el sistema se desarrolle de forma fluida facilitando no solo la introducción de renovables sino también la confiabilidad del suministro.
El segundo frente es la limitación de infraestructura. Las redes de transmisión están saturadas en muchos de los nodos más atractivos para proyectos eólicos y solares. Resolver estos cuellos de botella es fundamental para que los recursos naturales extraordinarios que tiene el país puedan transformarse en generación real y competitiva. Y cargar el peso del transporte a estos proyectos puede no solo distorsionar las reglas de juego sino también su lógica de negocio.
El tercero es el frente financiero. La inestabilidad macroeconómica es quizá el principal obstáculo. Tasas altas, inflación y riesgo país elevado encarecen el costo del capital, lo que hace menos competitivos proyectos que en otros mercados podrían ser viables. Aquí el desafío pasa por generar mayor estabilidad macro y, a la vez, desarrollar mecanismos financieros innovadores que reduzcan la percepción de riesgo, como el uso de garantías y blended finances. Sin esto, será difícil capturar el volumen de inversión que se requiere.
Finalmente, en términos tecnológicos, Argentina tiene una doble tarea: facilitar la introducción de tecnología externa -indispensable para acelerar la transición en renovables y nuevas soluciones energéticas- y, en paralelo, desarrollar capacidades locales que generen valor agregado sobre la tecnología existente a través de servicios, digitalización e innovación aplicada.
Por lo tanto, el gran reto para Argentina es crear un entorno en el que la inversión fluya; con marcos regulatorios claros, estabilidad macro, apertura tecnológica y planificación de infraestructura.
¿Cómo puede Argentina potenciar su ecosistema de innovación tecnológica aplicado a la energía?
Argentina difícilmente pueda competir en la fabricación de paneles solares o molinos eólicos con China dada su escala y su potencial de desplegar manufactura a costos bajos. Pero hay tres espacios en los que podemos apalancar nuestro diferencial.
En primer lugar, aprovechar el vasto ecosistema emprendedor dotado de un talento diferencial para desarrollar soluciones digitales, servicios, soluciones de inteligencia artificial e inteligencia artificial generativa, y software que permita optimizar los sistemas energéticos, reduciendo las inversiones y los costos a la vez que se aumenta la capacidad. Para lograr el máximo potencial será crítico crear las políticas y los incentivos adecuados para que el sector privado se acerque cada vez más a las universidades, a fin de potenciar lo mejor de ambos lados.
En segundo lugar, está la oportunidad de los combustibles avanzados. El desarrollo de cultivos energéticos que no compitan con la producción de alimentos está creciendo fuertemente y Argentina tiene un posicionamiento privilegiado para liderar la vanguardia tecnológica en este segmento. La seguridad jurídica de los desarrollos tecnológicos en el agro es crítica para esto.
Por último, hay una gran oportunidad en el desarrollo de innovación para el uso y producción de hidrocarburos, especialmente en el lado del gas natural. El uso de gas de venteo para producir energía para centros de datos y el desarrollo de soluciones que reduzcan las fugas de gas son ejemplos de cómo la innovación aplicada a combustibles fósiles tiene impacto en la transición.
Una balanza equilibrada
¿De qué manera las energías renovables pueden convertirse en un diferencial competitivo para las exportaciones argentinas?
Las energías renovables pueden tener un papel muy relevante en el desarrollo de las exportaciones, complementario al desarrollo de las reservas de hidrocarburos.
En primer lugar, pueden ayudar a mejorar la competitividad industrial, reduciendo la huella de carbono de los productos, lo cual en varios mercados implica un premio sobre el precio regular.
En segundo lugar, las certificaciones de bajo carbono están comenzando a ser un requisito en algunos mercados, como por ejemplo la Unión Europea, para algunos productos como el acero o aluminio con la aplicación de los CBAM a partir de 2026. Las renovables tienen un rol fundamental al facilitar que Argentina continúe accediendo a esos mercados.
Por último, las renovables y otras tecnologías de transición pueden sustituir el uso de combustibles fósiles localmente, siempre que lo hagan de forma competitiva, liberando barriles y moléculas para su exportación.
De este modo, la transición energética no es solo una obligación climática, sino también una oportunidad de posicionamiento en el comercio internacional.
¿Qué estrategias específicas recomendaría para fortalecer el ecosistema de innovación tecnológica en energías -renovables y no renovables- en Argentina, abordando tanto financiamiento como políticas públicas y colaboración entre el sector académico y privado?
Argentina puede aprender de países como Noruega o Escocia, que lograron articular políticas públicas, financiamiento y colaboración entre el sector privado y el académico, para impulsar el desarrollo de tecnologías y la innovación en este sector.
Algunas claves para lograrlo son:
Incentivar la I+D privada con beneficios fiscales y financiamiento competitivo. Esto tiene innumerables beneficios, principalmente la eliminación de la burocracia y el foco de la I+D en oportunidades que creen valor.
Proteger la propiedad intelectual y promover la transferencia de conocimiento internacional. Los mecanismos de transferencia de conocimiento son mucho más efectivos, porque en vez de proveer una tecnología de forma cerrada, forman capacidades locales de alto valor para innovar y desarrollar sobre lo existente.
Fomentar la colaboración universidad–empresa en proyectos de investigación aplicada. Esto es crítico para que se logre lo mejor de los dos mundos. El sector privado aporta la visión emprendedora y el foco en crear valor, la universidad el conocimiento y el rigor científico.
Apoyar la competitividad más que el contenido local obligatorio, para evitar trabas que encarezcan los proyectos. Las políticas rígidas de contenido local sin programas de competitividad solo aumentan los costos y crean cuellos de botella, como por ejemplo ha pasado en Brasil e Indonesia. Por otro lado, los programas de competitividad desarrollan contenido local, inclusive sin forzarlo, ya que los actores buscan soluciones locales para mayor conveniencia, como sucede en Noruega.
El objetivo debe ser construir un ecosistema capaz de innovar tanto en renovables como en energías tradicionales, aportando soluciones que combinen prosperidad económica y sostenibilidad.












