La guerra en Ucrania ha exacerbado la tendencia inflacionista en las economías mundiales. Restricciones de exportaciones ucranianas y rusas impiden asegurar lo básico de millones de personas y animales.
Por Lino Camprubí (*)
Se agrava la escasez de determinados productos que se venía arrastrando desde los parones por la pandemia de Covid-19 (al día de hoy, China sigue cerrando fábricas como respuesta a los brotes). Desde aquel incidente del portacontenedores embarrancado en Suez en marzo de 2021, el precio del gas y el petróleo ha alcanzado máximos que han cerrado comercios y provocado protestas en numerosas partes del mundo.
Los fertilizantes ocupan menos titulares, pero su encarecimiento afecta a la viabilidad de la producción agrícola desde Brasil a Sri Lanka. Lo ocurrido en este país es indicativo de la importancia de los fertilizantes químicos.
En un intento de promover la agricultura ecológica, el gobierno de Sri Lanka prohibió el uso de fertilizantes químicos en 2021. Cuando intentó revocar esa decisión en marzo de este año, los precios eran ya inasequibles para los agricultores, que se sumaron a una rebelión virulenta cuyo final está por decidir.
Los fertilizantes son hoy por hoy imprescindibles para varias industrias y para la alimentación de la población mundial. Junto con el nitrógeno y el potasio, el fósforo es un componente clave de los fertilizantes agrícolas.
Tanto es así que en la segunda mitad del siglo XIX la lucha por su control desencadenó “las guerras del guano”, que enfrentaron a España con Perú, Chile, Ecuador y Bolivia, pero que también motivaron los primeros movimientos imperiales de Estados Unidos en el Pacífico.
En nuestros días el fosfato comercial no procede de excrementos de aves, sino de minas de mineral de fósforo. Pero las tensiones geopolíticas en torno a su control son igualmente candentes. El fondo del problema no es tanto la escasez como la distribución desigual.
Marruecos, el 70 % de las reservas de fosfato
Solo cinco países tienen fosfato accesible y en cantidades suficientes para ofrecerlo al mercado mundial. Rusia y China, entre los principales exportadores, prohibieron su venta al exterior el pasado otoño, y no van a levantar la prohibición en tiempos de guerra. Entretanto, Marruecos posee un alarmante 70 % de las reservas mundiales conocidas de fosfato.
El hecho de que esta estimación oficial contabilice el fosfato del Sáhara Occidental demuestra que la comunidad internacional, con pocas excepciones, reconoce de facto la soberanía marroquí sobre el territorio. Pero antes de explicar esa historia conviene entender dos aspectos importantes del mercado mundial de fosfatos derivados de la situación de oligopolio por parte de un puñado de países.
Contaminación y precios volátiles
El primero es que los precios son muy volátiles. Muchos granjeros de todo el mundo no pueden permitirse comprar los fosfatos necesarios para mantener la productividad de sus cosechas. En estos momentos nos acercamos a un pico de los precios similar al de 2008. Para mantener la escalada, los países con minería de fosfatos no tienen más que ralentizar el ritmo de extracción o simplemente no aumentar las inversiones en prospección y minas nuevas. Se trata de producir escasez.
El segundo es que el fósforo es uno de los contaminantes más peligrosos para las aguas de la Tierra. La eutrofización (sobre-fertilización) que produce su exceso puede ahogar ríos, lagos y mares (el Mar Menor, sin ir más lejos).
Los científicos alertan una y otra vez sobre la conveniencia de establecer mecanismos de coordinación internacional sobre el fósforo similares al que la ONU está desarrollando para el nitrógeno que podrían fomentar el reciclaje y otras prácticas más sostenibles geopolítica y ambientalmente, incluyendo promover el conocimiento del ciclo global del fósforo y cuantificar los beneficios de su gestión.
Un paso importante en esa dirección es el informe que el grupo de trabajo Our Phosphorus Future está ultimando (con una muy modesta participación por mi parte) con apoyo del Programa Ambiental de la ONU (PNUMA). A pesar de estos esfuerzos, hay muy poca conciencia pública y política sobre los peligros de nuestra dependencia del fósforo. El oligopolio también afecta a la información, la divulgación y las prioridades mediáticas.
Cambio de política española
El 18 de marzo pasado se hizo pública una carta que el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, envió al Rey de Marruecos, Mohamed VI, alineándose con el plan de Marruecos para el Sáhara Occidental. Esto es un golpe de timón respecto a la política de neutralidad que España venía manteniendo en las últimas décadas.
Numerosas voces, incluso dentro del Gobierno, se alzaron para denunciar lo que consideraban una traición al mandato de España como teórica potencia administradora y a los cientos de miles de saharauis que hasta 1975 se consideraban ciudadanos españoles y que desde entonces solicitan que se cumpla el Derecho de Autodeterminación que les reconoce la ONU.
Especialmente sangrante es el caso de los 300 000 saharauis estancados en campos de refugiados en Argelia, cuyo futuro es difícil de imaginar bajo una “autonomía” controlada por Marruecos (la posibilidad de que España les acoja se ha puesto alguna vez sobre el tablero).
La nueva relación entre España y Argelia
En vista de estas críticas, el día 6 de abril el Congreso reprobó (de forma no vinculante) el cambio de posición del Gobierno con el solo voto en contra del PSOE. A pesar de esto, al día siguiente Sánchez viajó a Rabat a reunirse con el monarca para simbolizar la nueva relación.
Además de críticas, el viraje respecto al Sáhara ha suscitado una pregunta: ¿Por qué precisamente ahora? La sorpresa viene porque, en plena guerra y con una dependencia del gas argelino mayor que nunca, acercarse a Marruecos en la cuestión saharaui puede afectar a las relaciones con Argelia.
A la vez que Marruecos anunciaba la vuelta a las relaciones diplomáticas (rotas desde que en abril de 2021 España diera asilo sanitario al líder del Frente Polisario saharaui), Argelia llamaba a consultas a su embajador en España. Esto puede incluso repercutir en el precio al que Argelia venda su gas a España.
Se han ofrecido varias respuestas plausibles. El hecho de que la carta del Presidente tildase de “seria, creíble y realista” la propuesta marroquí de considerar al territorio bajo su soberanía pero con un estatuto de especial autonomía ha llevado a considerar que Estados Unidos y Francia pueden haber promovido esta acción, dado que se trata de la misma terminología empleada por los oficiales de aquellos países en sus respectivos anuncios de apoyo al plan marroquí.
Se ha especulado con que la razón de este alineamiento tiene que ver con la voluntad de cerrar frentes en tiempos de guerra y de afianzar la cohesión OTAN-UE con respecto a una región clave en el control de la inmigración y el terrorismo.
Se ha barajado incluso la posibilidad de que Argelia, a pesar de sus aspavientos dramatúrgicos, esté interesada en dar salida de algún modo a un contencioso cuya resolución le permitiría reabrir el gaseoducto que lleva su gas a España a través de Marruecos, que cerró como muestra de su apoyo a los saharauis cuando se reinició la lucha armada en noviembre de 2020.
Si Francia accediera a abrir el gaseoducto paralizado entre Cataluña y el Midi, esto permitiría que más gas argelino llegue a los países hoy dependientes del gas ruso. Además, el Sáhara Occidental ofrece sus propios recursos.
Otros motivos económicos barajados son la promesa de energía solar generada en el Sáhara, la pesca, el petróleo frente a las Canarias, las vías de comunicación terrestre entre Europa del Sur y el África subsahariana… y los fosfatos.
De la Revolución Verde a la Marcha Verde
En el año 2013 una investigación histórica sobre los vínculos entre geofísica y geopolítica en el Sáhara Occidental sacó a la luz archivos olvidados en el Instituto Geológico y Minero de España que contenían valiosa información sobre las prospecciones geológicas que el geólogo Manuel Alía Medina llevó a cabo en la región.
Estas prospecciones pusieron la semilla para los posteriores estudios geofísicos que siguieron una antigua formación costera por el interior del territorio hasta el descubrimiento de la mina de Bu-Craa en 1962.
La misma investigación analizó los archivos históricos del INI (en la SEPI) relativos a la empresa pública encargada de la mina del Bu Craa. Entre 1964 y 1975, se sucedieron conversaciones secretas a varias bandas entre los diferentes países interesados en el fosfato del Sáhara, que además de España y Marruecos incluían muy especialmente a Francia y Estados Unidos.
La clave estaba en el emergente mercado mundial de fosfatos. El incremento exponencial de la productividad agrícola que se ha dado en llamar Revolución Verde comenzó precisamente a principios de los 60.
Pese a los problemas sociales y ambientales de los monocultivos asociados a ella, la Revolución Verde es lo que sostiene a la humanidad. Entre sus pilares más conocidos estaban las semillas híbridas y los fertilizantes. El precio del fosfato se multiplicaba cada año. En un mundo dividido por la Guerra Fría, Marruecos supo jugar su neutralidad y sus enormes reservas para dominar el precio del mineral de fosfato, que luego se manufacturaba en Francia y vendía a toda Europa. La OCP, la empresa estatal encargada de los fosfatos, se convirtió en el pilar de la economía marroquí y, por tanto, de la estabilidad de la dinastía real.
La mina de Bu-Craa no podía compararse a las enormes reservas bajo el suelo marroquí. Pero el mineral era de enorme calidad y fácil extracción. Un competidor al sur en las exportaciones a Europa hubiera hecho imposible para Marruecos seguir controlando el precio. Tras años de acuerdos frustrados, cuando España empezó a sacar fosfato al mercado los acontecimientos se sucedieron de forma vertiginosa. En 1972 Marruecos y España alcanzaron un acuerdo secreto que permitía a España exportar ciertas cantidades sin ir a la guerra de precios.
En 1973 la cinta transportadora que llevaba el fosfato de Bu-Craa al puerto del Aiun fue atacada por el recién proclamado Frente Polisario. El Gobierno español comprendió que, sin la cooperación saharaui, la explotación no sería posible. En 1974 anunció ante el Comité de Descolonización de la ONU que organizaría un referéndum de Autodeterminación.
Inmediatamente, Hassan II hizo saber a Kissinger y Ford que no podían aceptar esto. Sin el Sáhara Occidental, la monarquía caería, tanto por el valor simbólico que ésta le había otorgado a la idea del Gran Marruecos como por el valor económico de los fosfatos.
A continuación, Kissinger y Ford hicieron saber al entonces príncipe Juan Carlos que Estados Unidos no podía aceptar que la monarquía alauí cayera: se corría el riesgo de que un gobierno prosoviético como el de Argelia se apoderara de Marruecos o del Sáhara, otorgando a la URSS una base naval en el Atlántico.
Unos días después, cientos de miles de civiles avanzaban de Marruecos a la frontera con el Sáhara en la llamada Marcha Verde, el ejército español se retiraba, y el marroquí tomaba posiciones. Sin demasiados tiros, el Sáhara Occidental se convertía en la última colonia de África.
Una cláusula secreta de los Acuerdos de Madrid aseguró a España una participación en la mina de Bu-Craa tras su salida del país en 1975. Pero una guerra cruenta entre Marruecos y el Frente Polisario siguió hasta 1991, dificultando la extracción. Marruecos se centró en la protección del “triángulo útil”, que incluía la mina de fosfatos. Sin embargo, durante muchos años, la vulnerabilidad de la cinta impidió a la mina funcionar. No importaba. Entonces, como ahora, la guerra también sirve para producir escasez artificial.
(*) Programa Ramón y Cajal; IP de ERC-CoG DEEPMED, Universidad de Sevilla.