Por Javier Carrizo (*)
Sucede que el mundo está fracturado, y por ende también lo están las variables que mueven la economía.
Por los altos valores internacionales, hoy existen serias dificultades para conseguir gasoil, un insumo clave para todo tipo de transporte, como el que se utiliza para las exportaciones a granel del sector agropecuario y también para mover las máquinas que realizan la cosecha.
Situación que rige en países como Brasil, donde solo en un mes el combustible que utilizan los rodados aumentó un 25% generando un gran número de inconvenientes.
En España, por su parte, la suba del combustible fue uno de los reclamos principales de los transportistas que pararon y se manifestaron durante 20 días poniendo en jaque a las cadenas de abastecimiento.
El mundo atraviesa una crisis energética, y como todo se produce, transporta y distribuye consumiendo energía, es uno de los motivos por los que hoy hablamos de inflación global. Una escalada de precios que se va transfiriendo hasta que, rápidamente, alcanza a los consumidores finales afectando a toda la sociedad.
La magnitud del problema es tal, que los países de la Unión Europa estiman que sus índices inflacionarios alcanzarán valores máximos récord para los últimos 30 años. Mientras que en Latinoamérica, se espera que la tasa anual media aumente del 2.8% del año pasado a un 7.3% para el presente.
Lo alarmante de esta situación es el impacto negativo, tanto en el poder adquisitivo de las familias como en la competitividad de las empresas. Una variante que podría ocurrir es la lamentable disminución del consumo, lo que generaría las condiciones para una recesión.
Países como, Argentina, entre otros, con larga tradición inflacionaria, pueden ser tomados hoy por consumidores y empresarios como referencia para poder “sobrevivir” en estos contextos complejos. En estos estados, las familias han adquirido, a la fuerza, flexibilidad para adaptar sus consumos a los vaivenes de los precios, así como las empresas cuentan con una gran capacidad de negociación entre clientes y proveedores para ajustar, periódicamente, tarifas y costos para poder seguir funcionando de manera rentable.
La pregunta es, si en un mundo cada vez más demandante de energía, donde también la necesidad de ser más sustentables presiona a los esquemas tradicionales de consumo, esta tendencia a la suba de los combustibles se resolverá una vez superada definitivamente la pandemia y concluido el conflicto bélico en Europa, o será que tendremos que empezar a adaptarnos a los mayores costos de la energía de manera duradera y, a partir de ahí, volver a pensar la ecuación de las cadenas de valor.
Escasez de oficios
También el mundo laboral está desproporcionado. Cada vez contamos con menos personas que le “ponen el cuerpo” a su trabajo, dado que los oficios no están valorados como corresponde. Por citar un ejemplo, en Europa, la falta de conductores profesionales de camiones es un claro reflejo de esta situación. Durante décadas el oficio del transportista solía transmitirse de generación en generación dentro de las familias.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, al ver el esfuerzo que representa estar largas horas sobre un camión y días ausentes y alejados de sus familias, los hijos de los choferes profesionales deciden no continuar con el legado familiar. Una situación que se refleja, solo en España, con la falta de más de 12.000 conductores para cubrir las demandas del mercado.
Por su parte, en diferentes países de Latinoamérica, los choferes profesionales están reclamando ante la dificultad de conseguir diesel en forma normal para realizar su trabajo. Situación que los coloca en una posición marginal, ante la cual deben agudizar su ingenio para buscar alternativas y, muchas veces, recorrer largas distancias sacrificando su tiempo solo para conseguir el insumo elemental para realizar su trabajo. Situaciones similares a las que han estado sometidos históricamente.
Desde luego que los factores económicos son sumamente importantes, pero también lo es la empatía, entendida como la capacidad de ponernos en el lugar del otro, y comprender que muy probablemente todos los trabajos tengan sus momentos de estrés y más aún, sin ánimos de menospreciar ninguna actividad, para los que están en las calles, del otro lado del escritorio.
Quizás, la nueva configuración del mundo nos impulse a revalorizar la energía y a reivindicar el valor de los oficios. Más comercio y menos conflicto. Todo un desafío a superar.
(*) Director de Movant Connection.