En los últimos meses, la economía china se ha enfrentado a múltiples vientos contrarios, como las consecuencias de la guerra comercial con los Estados Unidos, así como a factores estructurales, como la situación demográfica del país (el 15% de la población china tiene más de 65 años). En este contexto, la pandemia de COVID-19 es un shock adicional que se sumará de manera significativa a los desafíos existentes.
El objetivo de crecimiento del 5,6% mencionado anteriormente es un umbral clave para China y el Partido Comunista de China, que considera que este es un nivel “moderadamente próspero” de la sociedad. China define este objetivo como la duplicación de las cifras de ingresos nominales per cápita de 2010. A pesar de las circunstancias actuales, el PCC espera alcanzar este objetivo antes de su centenario en julio de 2021.
En esta etapa, el gobierno parece seguir confiando en cumplir los requisitos para 2020. Sin embargo, es más probable que este hito deba posponerse hasta 2021. La difusión de COVID- 19 en todo el mundo, en particular en los mercados clave para China, como Europa y América del Norte (30% de sus exportaciones), arrastrará la actividad económica china este año.
Además, se espera un aumento en las insolvencias corporativas, a pesar de las fuertes medidas de las autoridades para limitar el shock.
Las autoridades chinas han tomado medidas para compensar el impacto de la pandemia en la economía. Por ejemplo, el Banco Popular de China, hasta ahora, se ha centrado en medidas más prudentes y específicas, como los recortes de tasas de interés. A pesar de la flexibilidad adicional que permiten estas decisiones, China tendrá que recurrir a una flexibilización monetaria y fiscal agresiva si quiere estabilizar su economía.
A diferencia de 2009, hay menos margen de maniobra. En particular, las reservas de divisas no son suficientes para cubrir las salidas, lo que ejerce presiones a la baja sobre el yuan.
En el frente fiscal, las inversiones adicionales en infraestructura destinadas a compensar el shock se sumarán al endeudamiento a nivel local, lo que ejercerá presiones sobre el ya de por sí recargado sector bancario y las empresas altamente endeudadas. En este contexto, cabe esperar un aumento de los impagos de bonos e insolvencias corporativas, acompañado de esfuerzos de reestructuración en el sector bancario.