jueves, 26 de diciembre de 2024

Los intereses de Argentina en el contexto de la economía mundial

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En el corto plazo, el sector externo de nuestro país no podrá proveer las divisas que se requieren con urgencia debido a los problemas climáticos con las exportaciones y al desaliento de los inversores directos y financieros con respecto a nuestro desempeño económico.

Por Marcela Cristini y Guillermo Bermúdez, Economistas de FIEL

Paradójicamente, la Argentina pertenece al grupo de 20 países que representa hoy la “gobernanza internacional” en su modalidad de “club” de influyentes. Este es otro motivo más para reconsiderar el rol de la inserción internacional en nuestro patrón de desarrollo.

Una mirada actualizada sobre la inserción económica de la Argentina en el mundo resulta desoladora. En primer lugar, en 2023 nuestro comercio internacional de mercaderías se contraerá por efecto de la sequía, que redujo la oferta de nuestros principales productos exportables.

Sin reservas de divisas en el Banco Central, la consecuencia inmediata será que las autoridades mantendrán la limitación a las importaciones para poder transitar el año. En el primer bimestre de 2023, las exportaciones de bienes cayeron un -15,4% con respecto a igual bimestre del año anterior y las importaciones se redujeron en un -4,3 %.

En general, en el primer trimestre de cada año las exportaciones son estacionalmente bajas, por lo que no es inusual obtener un resultado negativo en el balance comercial. La crisis macroeconómica que arrastra la Argentina desde 2018 llevó a medidas económicas restrictivas de importaciones a la vez que las buenas cosechas y los altos precios internacionales aumentaron las exportaciones. Ambos efectos se tradujeron en saldos positivos en cada primer bimestre durante el período 2019-2022.

En el reciente bimestre de 2023, ese comportamiento se revirtió y el saldo de la balanza comercial fue negativo en US$261 millones. Actualmente, en un claro intento por encarecer las compras al exterior, la AFIP ha suspendido los certificados de exclusión que les permitían a las empresas dejar de ingresar percepciones por el Impuesto al Valor Agregado cuando exhibiesen un saldo a favor en su cuenta de IVA con el organismo recaudador y también quedar excluidas de la percepción sobre el impuesto a las ganancias que debían adelantar. Las MIPyMES no fueron alcanzadas por la medida. Ya se anticipa que el costo financiero extra del adelantamiento de los impuestos podría significar un traslado a los precios.

Del lado exportador, el gobierno anunció en el último día de marzo el despliegue de un dólar especial para los exportables de las economías regionales vigente por 90 días y un nuevo dólar-soja vigente por 30 días. En segundo lugar, en la lista de nuestra decepcionante inserción internacional, las inversiones extranjeras directas (IED) se han visto fuertemente desalentadas por los controles cambiarios, los altos impuestos y la inestabilidad regulatoria.

Varias empresas internacionales desinvirtieron en los últimos dos años, vendiendo sus plantas a productores locales o, directamente, cerrándolas. En 2021, la Argentina concentraba el 4% del stock de IED de América Latina, frente al 32% de Brasil y el 25% de México. A diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los países de la región, el flujo de la IED local se explica en un 70% por la reinversión de utilidades que son forzadas por el cepo cambiario. Los inversores directos internacionales descartan proyectos en un país sin horizonte de planeamiento que no logra revertir su historia de inestabilidad macroeconómica.

En tercer lugar, nuestros acreedores financieros exhiben dudas sobre la capacidad de repago de nuestro país y la Argentina no está en condiciones de participar de los mercados internacionales de deuda. Esta situación se refleja en el nivel del indicador de riesgo-país que, a finales de marzo, se encontraba en 2317 puntos, frente a un rango de 230-260 para países como México y Brasil.

Para entender la gravedad de la situación basta mencionar que el mismo índice calculado para Ucrania o Rusia ronda los 2800 puntos. Pese a la evidencia de una coyuntura macroeconómica que arrastra a nuestro sector externo, la Argentina es un país que no puede estar ausente de la economía mundial. Argentina es el 8vo. país del mundo en territorio, equivalente a un tercio de la superficie de los EE.UU. y es conocido por su importante potencial como productor de materias primas (alimentos, gas y petróleo, litio y otros minerales).

El panorama anterior muestra que, en las condiciones actuales, la Argentina deberá hacer un importante esfuerzo para construir una estrategia de inserción internacional ambiciosa que acompañe al necesario programa de ordenamiento macroeconómico. Por otra parte, esa inserción debe reconocer las dificultades objetivas en el crecimiento y en el desarrollo mundial.

En el corto plazo, los pronósticos del crecimiento económico mundial se vienen ajustando a la baja y, en enero de este año, el FMI estimó una tasa del 2,9% con un repunte esperado al 3,1% en 2024. Algunas fuentes privadas son aún más pesimistas. Las economías de mayores ingresos crecerán menos que el promedio, las asiáticas crecerán en torno de un 5% y las economías de América Latina serán las que más sufrirán la desaceleración con respecto a 2022.

Este comportamiento se enmarca en una inflación internacional que tarda en ceder, pese a las medidas de aumento de tasas de interés de los principales bancos centrales, riesgos crecientes en el sector financiero y efectos recesivos derivados del alto endeudamiento generalizado de los países luego del COVID19.

En el caso del comercio mundial, en 2022 los resultados fueron mejores a los esperados. Los datos iniciales muestran un aumento en torno del 3,5% en volumen. Los temores de disrupción del comercio debido a la invasión rusa a Ucrania dieron paso a un convencimiento en cuanto a la resiliencia y flexibilidad de los flujos comerciales. Sin embargo, la prolongación de un escenario de inflación internacional y altas tasas de interés podría causar una fuerte desaceleración del comercio mundial en 2023 en opinión de la Organización Mundial del Comercio.

Este organismo prevé un muy moderado aumento del 1% del volumen en el año. En el más largo plazo, la estrategia de inserción argentina también debe reconocer los cambios en los patrones de comportamiento de la economía mundial. Estos cambios responden tanto a factores económicos objetivos que siguieron a la Pandemia como a factores políticos preexistentes cuya manifestación se aceleró por la invasión de la Federación Rusa a Ucrania. Entre los primeros, uno de los que tiene mayor relevancia para nuestro país y para todos los países en desarrollo se refiere a la alteración de los mecanismos de la globalización económica. La disrupción de las cadenas de valor durante la Pandemia ha llevado a las empresas a tratar de diversificar sus fuentes de suministros hacia proveedores múltiples y más cercanos, por ejemplo.

Con respecto a los factores políticos, se observa en el mundo con preocupación una reedición de un mecanismo por el cual los intereses geopolíticos dominan a las relaciones entre los principales países a nivel de los gobiernos. De esta situación se deriva un fuerte aumento en los gastos de defensa en los principales países europeos, americanos y asiáticos.

A la vez, se registra una creciente tensión entre los Estados Unidos y China, cuya relación está transitando desde la competencia estratégica en la carrera tecnológica hacia una situación de múltiples conflictos en sectores productivos como los microchips o en los despliegues defensivos como el tejido de alianzas económicas y militares en el Pacífico Sur. A todo esto, se suma una complejidad aún mayor en el orden internacional, impuesta por los problemas que resultan comunes al conjunto de países, como el cambio climático y la seguridad alimentaria.

En este escenario los países en desarrollo encuentran cada vez más limitaciones para su crecimiento y, además, enfrentan las demandas de alineamiento desde los países que buscan mantener o fortalecer su liderazgo internacional. La historia muestra que, en ocasiones similares y a veces luego de pagar un alto costo como en el caso de las dos guerras mundiales, los países lograron organizar algunas instancias institucionales en donde discutir y mejorar su cooperación y solucionar sus conflictos.

La Organización de las Naciones Unidas, que reúne a casi todos los países del mundo, cuenta hoy con 193 miembros y es, sin duda, la expresión más clara de este tipo de instituciones. Desde su fundación y hasta el presente, el mundo logró alejarse de los riesgos de conflictos generalizados, superando varias crisis y a pesar de la subsistencia de conflictos armados de orden local (Afganistán, Irak, Siria, etc.).

Más recientemente, organismos multilaterales y regionales, públicos y privados, han ido completando una forma de “gobernanza mundial”. En la visión de los expertos internacionales, esta gobernanza funciona a través de un conjunto de instituciones, reglas y procesos que se interconectan entre sí, fortaleciendo así su funcionamiento. Los temas que abarcan son muy amplios, desde problemas transfronterizos, conflictos en el comercio o en las transacciones financieras, el problema de las migraciones internacionales o el cambio climático. Dentro de esta tendencia hacia la coordinación internacional, algunos países principales se dieron cita para resolver problemas financieros que planteaban el riesgo de crisis en el corto plazo y requerían una respuesta más rápida.

Así, en 1973 se conformó el llamado G-7 (Grupo de los 7) integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido. La Unión Europea tiene allí un representante político invitado. Rusia integró el grupo con participación limitada entre 1997 y 2014, año en que invadió Crimea y fue excluida.

En 1999, se dio un paso más hacia la coordinación ejecutiva internacional conformándose el G-20. Al inicio, este grupo reunió solamente a las autoridades financieras y económicas de los países preocupados por las crisis recurrentes internacionales. En 2008, adquirió su forma actual sumando una cumbre anual de jefes de Estado a las deliberaciones.

En contraste con su pobre situación actual, la Argentina formó parte del G-20 desde su inicio, con un estatus de “economía emergente”, que mostraba cierta expectativa positiva en torno a su futuro. Nuestro país es uno de los más pequeños del grupo en términos de población y tamaño de su economía, aunque todavía revista entre los países de ingresos medios altos del mundo. Una comparación sencilla de la inserción internacional de los países miembros a través de los indicadores de participación de exportaciones e importaciones en el comercio mundial revela lo lejos que se encuentra nuestro del conjunto ). Considerando la diversidad de países involucrados y su importancia conjunta en el comercio, la Argentina se muestra como el de menor participación. En síntesis, la Argentina transita un año muy difícil, en el que su sector externo no podrá dar respuesta a la urgente necesidad de divisas del país a la vez que nos seguimos moviendo en un camino declinante en nuestra inserción internacional de mediano plazo.

Paradójicamente, la Argentina es uno de los 20 referentes de la nueva “gobernanza internacional” y en ese carácter participará en la próxima reunión del G-20 que tendrá lugar en setiembre de 2023 en la India. En ese momento, es probable que el proceso electoral haya dado algunas señales del rumbo que seguirá la Argentina a partir de 2024. En el mejor de los casos, se abriría una oportunidad para que nuestro país vaya a la Cumbre con un mensaje de consenso político sobre una renovada y más comprometida estrategia económica externa.

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