Por Carles Brasó Broggi (*)
Antes del crecimiento económico de China, Japón y los llamados tigres asiáticos (Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán y Singapur) también experimentaron un desarrollo tan rápido como espectacular.
Un proceso que se dio en un contexto internacional marcado por la Guerra Fría y los conflictos bélicos en Asia.
Durante las guerras de Corea y Vietnam, Estados Unidos empezó a subcontratar la producción de parte de los suministros que necesitaba su ejército en los territorios donde tenía bases militares, especialmente en Japón y, posteriormente, en Corea del Sur y Taiwán.
Buena parte de la tecnología estadounidense para fabricar coches, televisores y otros electrodomésticos fue transferida a aquellos territorios aliados, pero no toda; las empresas madre norteamericanas solían mantener la producción más sensible en Estados Unidos para protegerla de posibles competidores.
Así aparecieron los OEM (Original Equipment Manufacturers), es decir, empresas asiáticas que proveen de bienes intermedios o semiacabados para que otra empresa, generalmente una multinacional, los venda, ya acabados, con una marca conocida en los mercados de consumo de Europa y Estados Unidos.
Actualmente, la producción de smartphones, por ejemplo, está protagonizada por empresas OEM taiwanesas, desconocidas para el gran público, que fabrican para las grandes marcas internacionales. Esta forma de subcontratación generó importantes crecimientos económicos en los países asiáticos, pero también grandes déficits comerciales en las economías occidentales, a medida que estas iban desindustrializándose.
Estos déficits comerciales se contrarrestaban con los beneficios empresariales y las ventajas que percibía el consumidor ante una mayor oferta de bienes a precios competitivos.
El proceso de deslocalización coincidió en el tiempo con una revolución tecnológica y logística: el comercio con contenedores estandarizados, los programas informáticos capaces de controlar la trazabilidad de las mercancías y la unificación de los estándares comerciales y logísticos como, por ejemplo, la medida TEU o los códigos de barras.
Monitorización a distancia
Todo ello facilitó la fragmentación de la producción en etapas, la trazabilidad y la posibilidad de que procedimientos y componentes complejos pudiesen ser monitorizados sin importar la distancia o el transporte. De este modo surgieron las cadenas de producción y suministro globales que actualmente nos proveen de bienes de consumo industriales como la ropa, los coches, los electrodomésticos o los aparatos de telecomunicaciones.
Entre las décadas de los 1970 y el 2000, más países se fueron integrando a estas redes de comercio internacional.
Especialmente importante fue la alianza entre la República Popular de China y Estados Unidos y la apertura de las llamadas “zonas económicas especiales”, donde China permitía las empresas mixtas con capital chino y extranjero dedicadas a la importación de maquinaria y exportación de bienes semiacabados.
Partiendo de los eslabones de menor valor añadido (como el montaje de componentes), China se integró en las cadenas de producción globales y, desde entonces, el gigante asiático experimentó el mayor crecimiento económico de la historia. Poco a poco, las empresas chinas fueron capaces de competir en los escalones más sofisticados y cuando consiguieron producir bienes de tecnología punta (como los coches eléctricos o smartphones), Estados Unidos y otros países industrializados como Alemania dejaron de considerar a China un país aliado para ser percibido como un competidor.
La llegada de internet y los smartphones
Por otro lado, si el lenguaje de los contenedores y la primera revolución informática fue capaz de romper las barreras de la Guerra Fría, la llegada de Internet, los smartphones y las grandes plataformas digitales significó el alzamiento de un nuevo muro.
China se propuso construir una plataforma digital propia que no dependiera de la tecnología y de las grandes empresas norteamericanas. Esta tendencia también obedecía a una voluntad del Gobierno chino de regular la capacidad de las empresas tecnológicas para adjudicarse funciones pertenecientes al Estado, como la recopilación, archivo y gestión de todo tipo de información relativa a los ciudadanos, unas prerrogativas que el Estado chino quiere mantener a toda costa.
Desde entonces, la separación de los códigos digitales de Estados Unidos y China es una realidad que rompe con el lenguaje común del comercio global y amenaza con provocar el desacoplamiento de las cadenas de producción y suministro globales.
A este hecho se le suman las necesidades medioambientales y el compromiso hacia la descarbonización, que encarecen el comercio marítimo y aéreo. La llegada de la pandemia de la covid-19 y las restricciones en la circulación de personas han acabado de desordenar la distribución global de productos de consumo, tal y como estaba organizada.
La crisis de 2009, un punto de inflexión
Por otro lado, la crisis económica del 2009 marcó un punto de inflexión en el comercio entre China y los países occidentales. Aquel año, por primera vez, las exportaciones chinas hacia Estados Unidos y Europa se desplomaron debido a la crisis en los mercados de consumo occidentales.
China decidió entonces recolocar los bienes que no había podido exportar hacia su mercado interior alentando el consumo nacional, una tendencia que se ha consolidado en la última década, alimentando el proceso de desacoplamiento.
La pandemia ha acentuado esta tendencia porque China se ha recuperado más rápidamente que el resto, agravando la crisis de suministros en otros mercados, como el europeo.
Por último, el ascenso de China como segunda potencia global conlleva el cuestionamiento del statu quo internacional. El mar de China meridional está rodeado por bases militares norteamericanas, desde el norte de Japón hasta las islas Filipinas. Aquellas bases, producto de la victoria de Estados Unidos en la guerra del Pacífico, garantizaron la seguridad de las cadenas de producción globales durante la Guerra Fría y las primeras décadas de globalización, cuando las empresas norteamericanas eran hegemónicas.
Sin embargo, en la última década, China ha sustituido a Estados Unidos como proveedor principal en la mayoría de los países en Asia, África, Europa y América del Sur. Todas esas cuestiones fueron en cierto modo exageradas por Donald Trump y su imposición de aranceles a ciertos productos chinos, iniciando la llamada guerra comercial con China en el 2018. Sin embargo, tras su marcha, los conflictos comerciales y las turbulencias en las cadenas de producción no han amainado.
(*) Doctor en Historia. Investigador Ramón y Cajal, UOC – Universitat Oberta de Catalunya