Con el Sínodo de Obispos realizado en 2021 comenzó un proceso deliberativo.
Por Pascual Albanese (*)
Proceso que estuvo signado por una participación inédita de la feligresía católica, el “pueblo de Dios”. Según el cronograma, en abril pasado culminó una etapa de consulta a los fieles, a través de un cuestionario enviado a cada diócesis. Desde mayo de este año y hasta marzo de 2023 se plantearán esas mismas cuestiones a nivel continental.
En octubre de 2023 tendrá lugar la Asamblea General del Sínodo para estudiar y debatir toda la información recabada y las opiniones recogidas. Todos los grandes desafíos que afronta la Iglesia en el mundo de hoy están puestos sobre la mesa de esta gigantesca deliberación colectiva.
Para entender la significación de esta iniciativa, corresponde partir de una evidencia: salvo China, dueña de una tradición milenaria con una noción del tiempo que trasciende el lapso de la vida humana, y por lo tanto no lo mide tanto en término de años sino de décadas y siglos, ninguna institución tiene un sentido de la historia semejante a la Iglesia Católica.
Esta constatación ayuda a entender que desde su elección en marzo de 2013 Francisco haya iniciado una transformación de la Iglesia de una envergadura comparable con la impulsada por aquel concilio que sesionó entre 1962 y 1965, durante los papados de Juan XXIII y de Paulo VI, cuyos resultados en algunos casos tardaron décadas en materializarse en los hechos.
Francisco no vacila en encarar sin tapujos la relación Iglesia-mundo. En la apertura del Sínodo señaló que “Dios no habita en lugares asépticos y tranquilos, lejos de la realidad, sino que camina a nuestro lado y nos alcanza allí donde estemos, en las rutas a veces ásperas de la vida”.
Preguntó luego: “¿Estamos dispuestos a la aventura del camino o, temerosos ante lo incierto, preferimos refugiarnos en las excusas del “no hace falta” y del “siempre se ha hecho así?”. Recalcó también: “En la Iglesia, cómo estamos con la escucha? ¿Cómo va el oído de nuestro corazón? ¿Permitimos a las personas que se expresen, que caminen en la fe, aun cuando tengan recorridos de vida difíciles, que contribuyan a la vida de la comunidad sin que se les pongan trabas, sin que sean rechazadas o juzgadas?”.
Para rematar, afirmó: “El Espíritu nos pide que nos pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de cada Iglesia, de cada pueblo, de cada nación. Y también a la escucha del mundo, de los desafíos y los cambios que nos pone delante. No insonoricemos el corazón, no nos blindemos dentro de nuestras certezas”.
Resulta asombroso comprobar que una de las mejores síntesis de esa concepción innovadora del Papa pueda rastrearse no en un tratado de teología sino en un instrumento tan profano como Google. Si se le pregunta al buscador “Qué opina el Papa Francisco de la Iglesia”, responde: “La Iglesia no es un establecimiento donde se despacha un producto que el público viene a recoger, sino un conjunto de personas que sale al encuentro de los demás con una buena noticia que comunicar”. Es la visión de una Iglesia que Francisco denomina “en salida”, que no sólo predica, sino que también “escucha” y que rompe su encierro para hacerse presente en “las periferias”.
¿Un Papa anticlerical?
Detrás de este pensamiento renovador está el aporte silencioso del Consejo Cardenalicio, un nuevo organismo creado por el Papa en abril de 2013, apenas asumido, con el objeto de fortalecer la práctica de la colegialidad en las decisiones de la Iglesia.
El cuerpo está integrado actualmente por siete personalidades de enorme prestigio: los cardenales italianos Piero Parolin, Secretario de Estado del Vaticano, y Giuseppe Bertello, gobernador del Estado del Vaticano, el alemán Reinhard Marx, arzobispo de Munich, el estadounidense Sean Patrick O’Mailey, arzobispo de Boston, el hondureño Oscar Rodríguez Madariaga, arzobispo de Tegucigalpa, el indio Oswald Gracias, arzobispo de Bombay, y el congoleño Fridolin Ambongo Besungu, arzobispo de Kinsasa.
Rodríguez Madariaga, actual coordinador del Consejo Cardenalicio, acaba de presentar en Madrid su libro “Predicate Evangelium”, que fue prologado por el propio Francisco, donde preconiza la necesidad de “una nueva Curia para un tiempo nuevo”, una cuestión absolutamente central en las preocupaciones del Papa. Esa misma línea inspiró también la designación al frente de Caritas Internacional del cardenal filipino Luis Antonio Tagle, a quien los vaticanólogos definen como un “bergogliano de fierro” y hasta como un posible papable.
En ese sentido, Francisco no deja cabos sueltos: desde su asunción designó ya a 70 de los 120 cardenales con derecho a voto en el cónclave que elegirá a su sucesor. El número de 120 es precisamente la cantidad máxima aceptada por la normativa vigente. En 2022 esas nuevas designaciones podrían aumentar de 70 a 80 porque diez de los actuales cardenales cumplirán 90 años y ya no tendrán derecho a voto en la próxima elección.
El rasgo distintivo de esa “nueva Curia para un tiempo nuevo” que Rodríguez Madariaga entiende como expresión del pensamiento de Francisco supone un aumento exponencial de la participación en los estamentos de conducción de los laicos y de las mujeres, en detrimento del poder de las estructuras eclesiásticas tradicionales.
Francisco es el primer Papa que cuestiona públicamente al “clericalismo”. Esa actitud revolucionaria entronca con la “Teología del Pueblo”, aquella corriente nacida en la Argentina en la década del 70 que guió su trayectoria. La convocatoria a una asamblea sinodal y no a un Concilio Vaticano III responde a la intención de promover el cambio ”desde abajo hacia arriba” y no a la inversa.
Jim McDermott, un sacerdote jesuita, editor asociado de la revista America / The Jesuit Review, arriesga una audaz interpretación sobre el documento de reforma avalado por Francisco: “¿Qué pasa si Francisco ha pasado los últimos nueve años de su pontificado construyendo un arca? Ha utilizado su pontificado para llamar la atención sobre el clericalismo y atraído la atención de los fieles hacia las necesidades de los pobres y marginados, donde él cree pertenece nuestra misión”.
“Leemos estas acciones como un correctivo para el presente, pero tal vez hayan tratado de crear un vehículo para que la Iglesia tenga un futuro. Ciertamente, lo que ha expuesto en este nuevo documento ofrece exactamente el tipo de base no clerical para la autoridad que la Iglesia del futuro necesitará para sobrevivir”.
McDermott concluye: “Algunos líderes de la Iglesia pueden burlarse del Papa, arrastrar los pies y guiñarse el ojo unos a otros mientras se dicen a sí mismos que van a esperar a que termine su pontificado. Pero, tal vez, es Francisco quien ha estado haciendo la verdadera espera todo el tiempo, asegurando la viabilidad de la Iglesia por venir mientras las aguas continúan subiendo a nuestros pies”. Quienes frecuentaron al cardenal Jorge Bergolio en su paso por el arzobispado de Buenos Aires recuerdan dos de sus apotegmas favoritos: uno es la idea de que “el tiempo es superior al espacio” y el otro, consecuencia operativa del anterior, es la importancia de “desatar procesos”, una excelente caracterización de la tarea en que hoy se encuentra empeñado. Aquello que antes predicaba desde Buenos Aires lo practica ahora desde Roma.
(*) Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico