El deseo de castigar a Moscú por su inadmisible conducta en Ucrania se ve complicado por la enorme dependencia que tiene Europa para cubrir sus necesidades energéticas: Rusia aporta cerca de la tercera parte del petróleo de Europa, 45% del gas que importa y la mitad del carbón.
Por eso las sanciones a Rusia incluyen una excepción para la venta de productos energéticos. Europa parece haber permitido que su dependencia de importaciones energéticas creciera tanto (especialmente las provenientes de Rusia) porque aspiraba a ser, en su propio territorio, más responsable ecológicamente. No parece haber pensado mucho en la seguridad, opina Howard Marks en el Financial Times.
El problema con la dependencia europea del gas y petróleo rusos se hizo presencie en la cabeza de mucha gente solo en estos días. Sin embargo esa misma gente se viene preocupando desde hace mucho por el famoso offshoring. Durante las últimas décadas muchas industrias trasladaron gran parte de su producción a otras costas porque bajaban costos usando mano de obra barata. Ese proceso infló el crecimiento económico en los países emergentes donde se realizaba el trabajo, aumentó los ahorros y la competitividad de fabricantes e importadores y ofreció productos baratos a los consumidores.
Pero el offshoring también llevó a la eliminación de millones de puestos de trabajo en Estados Unidos y al vaciamiento de regiones manufactureras de clase media en Europa. Además, las disrupciones en la cadena de suministro provocadas por la pandemia revelaron las vulnerabilidades que había creado el offshoring. La oferta no logró ponerse a la par de la gran demanda de las economías que comenzaban a recuperarse. Un ejemplo de esta tendencia son los semiconductores. El mundo depende de Taiwán y Surcorea para los chips de última generación. La escasez actual de esos chips señala el peligro.
Y aunque parezca extraño hay una conexión entre la emergencia energética en Europa y la escasez de chips. Ambas derivan de una oferta inadecuada de un bien esencial para países o empresas que aceptaron depender de otras.
El reconocimiento de estos aspectos negativos de la globalización – dice Marks – está provocando que el péndulo de la conducta de empresas y países vuelva hacia la posición de la producción local. Si el péndulo continúa en esa dirección seguramente tendrá consecuencias en los inversores. La globalización fue una bendición para el PBI mundial, para las economías que levantó y las empresas que benefició de los menores costos que tenían comprando en el extranjero.
La posición contraria no será tan favorable en esos aspectos pero podría mejorar la seguridad de los importadores, aumentar la competitividad de los productores locales y el número de empleos en manufactura nacional. De paso, crear oportunidades para la inversión.