El motín de Wagner golpea la imagen de “hombre fuerte” de Putin

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Menos de 24 horas después de que comenzara el motín, este había terminado. Mientras la columna rebelde del Grupo Wagner descendía hacia Moscú, el presidente bielorruso Alexander Lukashenko negociaba un acuerdo.

Por Peter Rutland (*)

 

Por ese acuerdo el presidente ruso Vladimir Putin prometía retirar los cargos penales contra el líder mercenario Yevgeny Prigozhin y permitirle buscar asilo en Bielorrusia.

Algunas personas residentes en Rostov del Don, la ciudad del sur de Rusia que habían tomado sin disparar un solo tiro, despidieron a las tropas de Wagner como héroes. Prigozhin apostó y perdió. Pero vive para luchar un día más, al menos por ahora.

Los acontecimientos del 24 de junio de 2023 llevaron a los observadores a buscar el término adecuado para describir lo que estaba ocurriendo: ¿fue un intento de golpe de Estado, un motín, una insurrección?

¿Pensaba Prigozhin en serio que podría entrar en Moscú? Tal vez creyera de verdad que Putin accedería a su exigencia de despedir al ministro de Defensa Sergei Shoigu y al jefe del Estado Mayor Valery Gerasimov, dos hombres a los que el jefe del Grupo Wagner ya había criticado duramente por su gestión de la guerra.

Prigozhin pudo haber esperado recibir el apoyo de elementos del ejército ruso. De hecho, ese parecía ser el caso: su grupo no encontró ninguna resistencia al tomar Rostov del Don ni al dirigirse hacia el norte unos 600 kilómetros a través de las provincias de Voronezh y Lipetsk, aunque fueron supuestamente atacados por un helicóptero de combate, que derribaron. Prigozhin afirmó estar al mando de 25 000 soldados, aunque el número real podría ser la mitad.

Pero, aunque el motín duró poco y sus objetivos no estaban claros, tendrá efectos duraderos: pone de manifiesto la fragilidad del control de Putin sobre el poder y su capacidad para llevar a Rusia a la victoria sobre Ucrania.

La impotencia de Putin

La insurrección abortada de Prigozhin ha perforado la imagen de “hombre fuerte” de Putin, tanto para los líderes mundiales como para los rusos de a pie.

No pudo hacer nada para detener a la unidad militar rebelde de Prigozhin, que se apoderó de Rostov del Don –donde tiene su cuartel general el Mando Militar del Sur de Rusia– y luego envió una columna de vehículos blindados por la autopista M4 en dirección a Moscú.

Putin se vio obligado a pronunciar un discurso televisado a las 10 de la mañana, hora local, del 24 de junio, en el que describió la revuelta como una “puñalada por la espalda” y pidió un duro castigo para los amotinados.

Pero fue la intervención del presidente bielorruso Lukashenko la que puso fin al motín, y no las palabras o acciones de Putin. De forma poco habitual, tanto Prigozhin como Putin actuaron con moderación y se alejaron de la posibilidad de una guerra civil al llegar a un acuerdo de compromiso que permitió a Prigozhin eludir el castigo.

El politólogo ruso exiliado Kirill Rogov ha argumentado que el acontecimiento más desafiante para los líderes de Rusia puede no ser el motín en sí, sino la retórica que Prigozhin utilizó para justificar sus acciones.

En una entrevista publicada en las redes sociales un día antes de tomar el control de Rostov del Don, Prigozhin argumentó que la guerra de Ucrania fue un error desde el principio, lanzada para beneficiar los intereses personales del ministro de Defensa Shoigu y un círculo íntimo de oligarcas. Prigozhin descartó todas las afirmaciones ideológicas que Putin ha hecho sobre la guerra –la necesidad de desnazificar Ucrania, la amenaza de la expansión de la OTAN– como mera tapadera de intereses propios. “Nuestra guerra santa se ha convertido en un fraude”, afirmó.

Las palabras y acciones de Prigozhin han puesto de manifiesto la vulnerabilidad de Putin en el poder y la vacuidad de su concepción ideológica de la guerra en Ucrania y del lugar de Rusia en el mundo.

Descontento nacionalista

Putin repite constantemente que cualquier oposición a su gobierno, ya sea por parte del Gobierno de Kiev o de los manifestantes nacionales, forma parte de un complot occidental para debilitar a Rusia. Es difícil imaginar que sus propagandistas puedan argumentar que Prigozhin es también una herramienta de Occidente.

En los últimos 10 años, y especialmente desde la invasión de Ucrania en febrero de 2022, Putin ha desplegado sin piedad el aparato coercitivo del Estado para aplastar cualquier oposición liberal. Al mismo tiempo, los ultranacionalistas radicales, no sólo Prigozhin, sino también los blogueros y corresponsales militares que informan desde la zona de guerra, han gozado de relativa libertad.

En su mayor parte, se mantuvieron al margen de las emisiones de televisión controladas por el Estado, pero han llegado a un público ruso más amplio a través de canales de medios sociales como Telegram, VKontakte  y YouTube.

Prigozhin, un expresidiario que proporcionó servicios de catering al Kremlin antes de fundar el grupo Wagner, ha visto crecer su popularidad en Rusia durante la guerra de Ucrania. En los sondeos de mayo de 2023, aparecía citado entre las 10 figuras políticas en las que más se confía.

No está claro por qué Putin toleraba a los nacionalistas, Prigozhin incluido, mientras cuestionaban cada vez más la actuación bélica de Rusia. Puede deberse a que el presidente ruso está ideológicamente alineado con ellos, o los veía útiles para equilibrar el poder de los generales. Quizá, también, Putin había llegado a creerse su propia propaganda –que nadie podía ser más nacionalista que el propio Putin y que Rusia y Putin eran una misma cosa–, haciéndose eco del comentario del asesor presidencial Vyacheslav Volodin 2014: “Sin Putin, no hay Rusia”.

Ciertamente, antes del motín de Wagner, había vientos crecientes de descontento entre los nacionalistas. El 1 de abril de 2023, un grupo de destacados blogueros, entre ellos Igor Girkin y Pavel Gubarev, anunciaron la formación de un “club de patriotas enfadados”. Mientras los soldados de Wagner marchaban hacia Moscú el 24 de junio, el club emitió una declaración de apoyo indirecto a Prigozhin.

Prigozhin podría estar ahora en la capital bielorrusa, Minsk, donde –al menos en teoría– puede hacer menos daño a Putin. Pero hay otros descontentos aún en Moscú, y políticamente activos.

Los servicios de seguridad rusos han empezado a hacer redadas en las oficinas del Grupo Wagner, pero sigue sin estar claro qué ocurrirá con las extensas operaciones comerciales de Prigozhin en todo el mundo. A los soldados de Wagner se les ofrecerá la posibilidad de firmar contratos con el Ministerio de Defensa, si no participaron directamente en la insurrección.

¿Un presidente cojo?

Putin es el único culpable de la crisis. El grupo Wagner de Prigozhin fue creado con su bendición y promovido por el presidente ruso. Fue una herramienta que Putin pudo utilizar para promover los objetivos militares y económicos de Rusia sin responsabilidad política o legal directa, inicialmente en el Donbás en el este de Ucrania en 2014, luego en Siria, Libia y en otros lugares de África.

Hasta julio de 2022 no se reconoció oficialmente que Wagner luchaba en la guerra de Ucrania. Pero en los últimos seis meses ha desempeñado un papel cada vez más destacado y ha sido recompensado con elogios en los medios de comunicación rusos.

Pero a medida que crecía su prestigio, también lo hacían las críticas de Prigozhin a quienes rodeaban a Putin. A partir de diciembre de 2022, empezó a desafiar abiertamente a Shoigu. Evitó criticar directamente a Putin, aunque en una diatriba llena de improperios el 9 de mayo –el día en que Rusia conmemora el final de la Segunda Guerra Mundial– se quejó de la falta de munición para los cazas Wagner y habló de “un abuelo gilipollas feliz”, en lo que se ha interpretado como una clara referencia a Putin.

Sigue siendo un misterio por qué Putin no actuó antes para deshacerse de Prigozhin, uno de los muchos misterios de la política rusa del último siglo.

Prigozhin ha infligido un daño considerable a su otrora todopoderoso benefactor. El periodista ruso exiliado Mikhail Zygar ha llegado a afirmar que el fallido motín ha expuesto a Putin como un presidente “pato cojo”; asimismo, el sociólogo Vladislav Inozemtsev afirma que “Putin está acabado”.

Estos juicios definitivos son prematuros. Putin es un político duro y resistente que se ha enfrentado al desafío más serio a su autoridad desde que llegó al poder en 2000. Pero no cabe duda de que el motín abortado ha puesto de manifiesto profundos fallos estructurales en el sistema de gobierno ruso.

(*) Professor of Government, Wesleyan University

 

 

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