viernes, 27 de diciembre de 2024

El enigma chino visto sin mitos ni prejuicios

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Dar respuesta a los interrogantes que despiertan los claroscuros del proceso chino es uno de los desafíos más apasionantes de la gnoseología política. De China se dicen muchas cosas no siempre bien fundadas.

Por Alberto Ford

 

A ello tal vez contribuya la extrañeza que despierta (por lo menos para nosotros), lo acelerado de su curso reciente y, last but not least, determinados intereses que intentan poner a China en lugares que no corresponden ni ellos desean estar.

Si nos atenemos a una consulta pormenorizada de sus pronunciamientos oficiales, tendremos una visión suficientemente demostrativa de su trayectoria, antes y después de la formación de la RPCh en 1949, lo que pondrá en evidencia cuáles son sus verdaderas intenciones como potencia mundial.

En julio de 1971, durante una ceremonia en Islamabad, capital de Pakistán, el entonces asesor de seguridad de la Casa Blanca, Henry Kissinger, de forma repentina dijo sentirse enfermo; atribuyó su malestar al cansancio y a los cambios en su alimentación, pues llevaba varios días de gira por países de Asia. Su anfitrión, el presidente Yahya Khan, propuso de inmediato hospedarlo en una residencia del gobierno en las montañas, asegurando que el clima fresco permitiría al visitante descansar y lograr una pronta recuperación. Efectivamente dos días más tarde el alto funcionario estadounidense “regresó recuperado” listo para proseguir su gira.

 

Esa fue la historia oficial, pero no lo que realmente pasó. Kissinger no estuvo en las montañas. A bordo de la limusina que subió hacia la residencia iba un agente del servicio secreto ocupando el asiento del asesor de la Casa Blanca. Mientras tanto, el presidente Khan trasladó a Kissinger en un auto con su chofer privado a un aeropuerto ubicado las afueras de Islamabad, donde a las cuatro de la mañana abordó un avión civil paquistaní con destino a China.

Ese fue el comienzo de la llamada operación Marco Polo que hace medio siglo permitió entablar con el primer ministro Chou En-lai las conversaciones secretas que harían posible el histórico viaje del presidente Richard Nixon a China.

 

Henry Kissinger con Chou En-lai

 

Pocas semanas después, una invitación formal para que el presidente norteamericano visitara Peking fue transmitida por el premier Chou. Al recibir la noticia, Kissinger corrió presuroso a dar a Nixon la buena nueva tan esperada, que fue valorada como “la comunicación más importante que hemos recibido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial”.

De los acontecimientos del siglo XX algunos son liminares. Han sido el umbral para el inicio de mutaciones de características destructivas, frustrantes o esperanzadoras. Son pocos. Podemos mencionar el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial, la bomba de Hiroshima, la Revolución Rusa, la invención de la computadora, la salida del hombre al espacio… y a mi criterio la constitución de la Comisión Trilateral en 1972 y su obra maestra: el consenso de las élites occidentales –en un momento de regocijo por la llegada del hombre a la luna- para la puesta en marcha de la verdadera y definitiva Revolución China.

Fueron razones de peso las que bajaron la ansiedad de Nixon y Kissinger al recibir la invitación de Chou. Había nacido la operación logística más voluminosa y trascendente de la historia. Para entender el enigma chino (de alta complejidad) hay que hacer un breve recorrido por la historia de ese país: un poco para atrás, desde ese momento fundante de la operación Marco Polo, y hacia adelante hasta llegar a nuestros días.

 

Los 100 años previos

 

Hasta los 70 el pasado chino no fue fácil. Un montón de dificultades, algunas auto-infligidas, tachonaron un camino que transcurrió siempre al borde del precipicio. No es común encontrar en la vida moderna un país de cierto porte que haya vivido de una manera inestable durante tanto tiempo. Desde su decadencia como imperio se fueron sucediendo las agresiones de las potencias coloniales, las guerras civiles, la ocupación japonesa, la interesada ayuda soviética hasta la implantación del socialismo en 1949.

La más importante de esas intervenciones habían sido las dos guerras del opio, en 1839 y 1856, que obligaron a China a abrirse al comercio exterior. Finalmente, la derrota de la dinastía Qing en 1912 marcó el fin de un período de desgajamientos, una de cuyas consecuencias fue la cesión de Hong Kong a Inglaterra y de Macao a los portugueses. El fin de la era imperial dio lugar al establecimiento de la primera República de China comandada por Sun Yat-sen, líder y fundador del Kuomintang.

En sus andanzas por el sudeste asiático, André Malraux se hizo de la suficiente información como para escribir La Condición Humana, novela que refleja magistralmente la evolución de las luchas políticas y sociales a principios del siglo pasado. Son los inicios de la prolongada guerra civil entre nacionalistas y comunistas que se vería atemperada momentáneamente en los años treinta por el intento de establecer una alianza de compromiso entre ambas fuerzas con el fin de enfrentar la ocupación japonesa de Manchuria.

Durante las conversaciones entre ambos bandos continuaron las acciones represivas por parte del Kuomintang que disponía del ejército más fuerte en el vasto territorio chino, disperso e incomunicado, lo que llevó a los comunistas a refugiarse en las montañas del noroeste. Conocida como “la larga marcha”, esa retirada estratégica ha sido rodeada en la épica china de un carácter heroico, aunque haya sido en realidad una medida pasiva de autodefensa.

Finalmente, como consecuencia de esa actuación, el peso principal de la lucha anti japonesa lo tuvo Chiang Kai-shek, el líder nacionalista que heredó el mando del Kuomintang luego de la desaparición de Sun Yat-sen. Es en ese período cuando se imponen las ideas de Mao sobre el papel del campesinado en la revolución.

Luego de muchos años, al final de la Segunda Guerra Mundial (2GM), la derrota de las fuerzas japonesas continentales estacionadas en Manchuria fue obra del Ejército Rojo en lo que se conoce como la operación Tormenta de Agosto o Batalla de Manchuria.

Un millón y medio (¡) de soldados soviéticos y mongoles iniciaron las acciones contra 665.500 japonenses dos días después del lanzamiento de la primera bomba atómica sobre Hiroshima. La intervención soviética se había resuelto en la conferencia de Yalta, celebrada en febrero de 1945, donde Stalin había aceptado las peticiones de los Aliados para romper el Pacto de Neutralidad con Japón a los tres meses de finalizado el conflicto en Europa, o sea el 9 de agosto.

La participación tardía de la ex URSS contra Japón -un episodio muy poco conocido de la 2GM en el Extremo Oriente- cobra una importancia estratégica en relación a la ulterior lucha de los comunistas chinos hacia a la toma del poder.

El desenlace de la guerra significó el fin de la odiada presencia de Japón en Manchuria y Corea, un objetivo por el que los chinos habían luchado denodadamente durante más de 10 años, pero también un fortalecimiento de las posiciones de Mao Tse-tung frente a Chang Kai-shek por la presencia del Ejército Rojo.

En los archivos se pueden ver fotos de la enorme cantidad de armamento japonés capturado, que fue entregado en su totalidad al Ejército Popular de Liberación que dirigían los comunistas. Con esa base logística -más ayuda militar encubierta por parte de rusos- se reinició la guerra civil que culminaría el 1 de octubre de 1949 con la fundación de la República Popular China (RPCh).

Se inicia otra historia. Chiang Kai-shek, derrotado, se refugia en la Isla de Taiwán (antes bautizada como Formosa por los portugueses) para preservar la vigencia de la República de China. A partir de ahí, Taiwán, celosa y generosamente apoyada por los EEUU, inicia un rápido proceso de desarrollo. Enfrente, en el continente, las cosas no fueron tan apacibles. Cuando parecía que las interferencias externas deban un respiro, transcurrido poco tiempo de vida independiente, comienza otro calvario esta vez debido a políticas aplicadas o alentadas desde la cúpula del poder que llevaron a la sociedad china a la situación extrema que encontró Kissinger en su misterioso viaje.

 

La instauración del comunismo

 

El texto de la obra que Carlos Marx tituló El 18 de brumario de Luis Bonaparte comienza con una frase del autor: “La historia ocurre dos veces, la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. La recordación vale porque en la revolución china se dan ambos eventos: la experiencia soviética -que finaliza en Rusia con un contundente fracaso- y el asesoramiento, a partir de esa experiencia, que los soviéticos brindaron a sus camaradas chinos para construir la nueva sociedad.

Hasta la pelea de Mao con Nikita Jrushchov en 1958, que marcó el inicio de la guerra ideológica entre ambos partidos comunistas, la presencia de la Unión Soviética (URSS) fue dominante.

La ayuda soviética a China se extendió a las industrias, la agricultura, las fuerzas armadas y la infraestructura, con la asistencia de varios miles de soviéticos enviados como asesores técnicos, administrativos y militares. A partir de 1954 la URSS empezó a remitir ayuda financiera y económica a gran escala en base a la consideración implícita de que el atraso tecnológico e industrial de China resultaba un terreno fértil para asentar firmemente la influencia soviética en el país.

En esta asistencia, prestada hasta 1959, la URSS gastó un 7% de sus ingresos nacionales para ayudar al desarrollo de China, superando incluso el presupuesto del Plan Marshall que contribuyó a la recuperación europea de posguerra.

Recién fundada la RPCh se produce el estallido de la Guerra de Corea en la que China se involucró para ayudar a Corea del Norte. Ese acontecimiento, de enorme trascendencia en su momento, forzó más el acercamiento entre los gobiernos de Pekín y Moscú, siendo que para dicho conflicto los chinos proporcionaron tropas, y los soviéticos armamento y asesores bélicos o directamente personal de combate para la aviación.

 

El Gran Salto Adelante (GSA)

 

A fin de los ´50 se pone en práctica una propuesta del presidente Mao que quiso ser un calco del plan quinquenal soviético. El GSA fue una campaña de medidas económicas, sociales y políticas implantadas con el objetivo de transformar la tradicional economía agraria china a través de una rápida industrialización y colectivización.

Los principales cambios del régimen rural incluyeron la creación de las comunas populares, la prohibición de la agricultura privada, el impulso de los proyectos intensivos en mano de obra y la política llamada “caminando con dos patas”, que combinaba las pequeñas y medianas iniciativas industriales con los grandes emprendimientos.

La idea del gobierno chino era industrializar el país y aumentar la producción agrícola haciendo uso del trabajo en masa, evitando así tener que importar maquinaria pesada. El efecto más visible fue la campaña de creación de pequeños altos hornos en cada comuna para la fundición de acero.

En octubre de 1958 se informaba de la existencia de un millón de estos hornos (cubilotes), incluso en las fábricas, escuelas y hospitales donde los trabajadores calificados eran obligados a abandonar sus tareas para destinar parte de su tiempo a producir acero. Pese a la propaganda oficial, el acero producido por estos hornos artesanales era en gran parte inservible debido a la mezcla de diferentes metales durante su elaboración.

as consecuencias fueron desastrosas. La colectivización forzada de la agricultura, el uso del metal de las herramientas (!) para alimentar los hornos -a costa de la producción y para cumplir planes inalcanzables- y otras medidas del estilo, provocaron una hambruna que le costó la vida por inanición a más de diez millones de personas, la mayoría niños y jóvenes. El fracaso visible provocó que las luchas se intensificaran en la cúpula del poder sobre la orientación de la revolución china.

 

La Gran Revolución Cultural Proletaria (GRCP)

 

La GRCP fue un movimiento sociopolítico que tuvo lugar en los 10 años posteriores a 1966. Iniciada por Mao Tse-tung, la GRCP se propuso preservar la pureza del comunismo chino por medio de la eliminación de los restos de elementos capitalistas, y reimplantar su pensamiento condensado en el “pequeño libro rojo” como la ideología dominante dentro del PCCh. La GRCP marcó el regreso de Mao a una posición de poder luego de los fracasos de su Gran Salto Adelante. La convulsión generada con la GRCP paralizó políticamente a China y afectó negativamente tanto a la economía como a la sociedad en su conjunto.

Los sitios, objetos y archivos históricos de China sufrieron daños devastadores, ya que se creía que estaban inspirados en las viejas formas de pensar. Gran parte de los miles de años de historia de China fueron destruidos. La GRCP condujo al sistema educativo de China a un apagón virtual. Todos los institutos y universidades se mantuvieron cerrados hasta 1970, y la mayoría de las universidades hasta 1972. Los exámenes para entrar en la universidad fueron reemplazados luego por un sistema donde los estudiantes eran recomendados por fábricas, pueblos y unidades militares.

Las principales víctimas de la GRCP fueron los medios intelectuales y dirigenciales del país. Las acusaciones generalizadas a técnicos calificados y a profesores universitarios bajo el supuesto de que realizaban actividades contrarrevolucionarias llevaron a una paralización del desarrollo tecnológico y educativo del país. Los programas de estudios en las universidades fueron reformulados para jerarquizar la enseñanza de los valores ideológicos en detrimento de aquellas materias puramente intelectuales y científicas consideradas burguesas.

A una generación entera de jóvenes se les privó de la posibilidad de una educación superior más allá de la repetición de lemas revolucionarios. En su lugar, los jóvenes chinos respondieron al llamado de Mao formando grupos de la Guardia Roja en todo el país, y fueron trasladados por la fuerza al campo donde se vieron obligados a abandonar todas las formas de educación que no sean las enseñanzas propagandísticas del Partido Comunista de China. Es en ese clima que se pone en marcha la Operación Marco Polo en consonancia con los lineamientos de la Comisión Trilateral de la cual Kissinger había sido su fundador.

 

Se hace la luz

Las negociaciones con Occidente, de enorme complejidad, fueron facilitadas por los cambios generacionales que se estaban por producir en China. Unos longevos Mao y Chou En-lai –este último un incansable piloto de tormentas proveniente de una acaudalada familia- fueron los encargados de verse con Nixon y Kissinger para establecer los lineamientos de la sorprendente alianza que se estaba por producir. En 1979, ya fallecida la vieja guardia, el último de los sobrevivientes, Deng Xiaoping, se consolida en el gobierno e inicia el proceso de transferencia industrial. Lo guiaban concepciones totalmente reformistas (“no importa que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones”).

Las primeras notas de la racionalidad y la modernización chinas fueron tañidas desde las democracias capitalistas, un sistema que gracias a la Revolución Científico y Tecnológica por primera vez estaba en condiciones de producir más de lo que era posible consumir. Nunca había pasado esto en la historia de la humanidad: el fin del reino de la escasez.

Las consecuencias –obviamente en un primer momento potenciales- eran sorprendentes. En la ecuación global de la oferta y la demanda, ésta última pasaba a ser la variable crítica. Y la respuesta fue inmediata. La vista giró hacia el mercado más atractivo. En China esperaban sus mil millones de potenciales consumidores. Y no sólo eso.

La innovación producto de la RCT hacía necesario, para los países desarrollados, descentralizar hacia el Oriente las producciones de medianas y bajas tecnologías. Así se comienza con la transferencia masiva y continuada de medios de producción hacia la periferia.

Las matrices de los países desarrollados se reformulan. En EEUU nace el Silicon Valley en sintonía con la evolución ininterrumpida de las ciencias y las tecnologías de punta. Al mismo tiempo China recibe una lluvia de fábricas cuyos productos comienzan a aparecer en las góndolas de todo el mundo.

Lo que sigue es historia reciente y bien conocida. China ha venido creciendo en forma ininterrumpida a niveles del 10% anual (“tasas chinas”) lo que les permitió sacar de la pobreza a más de mil millones de personas en un breve periodo de tiempo. Esos logros son tan sorprendentes que cuesta verlos sin sufrir deslumbramiento… lo cual a veces atenta contra la objetividad.

Los factores exógenos en la modernización china han sido decisivos; no hay manera de que por sí sola, dadas las condiciones que hemos descripto, en cuarenta años la RPCh hubiera llegado a ser lo que es hoy. También es cierto que esos factores, puestos en otro lugar del planeta, no hubieran podido plasmarse de la forma en que allí lo hicieron. China fue bien elegida.

No solo por la magnitud del mercado cautivo, su importancia geopolítica o el bajo valor de la mano de obra, sino por la disciplina implicada en el acostumbramiento prolongado de los individuos a la obediencia debida a los comunistas.

La fórmula cerraba. A esta correlación sinérgica se le sumaba la fuerza que daban las legítimas aspiraciones motivadas por el orgullo de recuperar el prestigio histórico de que gozaron en su prolongada era imperial.

 

La tecnología

 

El poder no nace de la tecnología, nace de las ciencias básicas, que es el núcleo generatriz de toda la cadena del conocimiento aplicado. Es a partir de ese gen que se van sucediendo una serie de etapas hasta llegar al uso de una técnica o competencia para el logro de un fin determinado. La ciencia da lugar a tecnologías (normalmente patentables) a través de lo que se denomina investigación+desarrollo (I+D o en inglés R+D=research+development). Cuando a una tecnología ya patentada se le introduce una mejora también se puede patentar como “modelo de utilidad”. Finalmente está el instrumento de aplicación, algún adminículo gobernado por un chip, que ahora es el cerebro universal de todos los actos tecnológicos.

Mientras que es inmediata la aplicación de una técnica a cargo de un instrumento que está al alcance de la mano de quienquiera (como el smartphone), la generación del conocimiento que lo concibe es una cuestión aleatoria que no está determinada ni se da en cualquier lado; es fruto del des-cubrimiento, o sea lo que asoma luego de estar tapado (¡Eureka!).

Para que aflore ese saber recóndito y nonato hace falta inteligencia, genialidad, talento, perseverancia y una cuota considerable de suerte, en un contexto de proclividad. Los resultados obtenidos en EEUU lo demuestran. Aparte de la paz y la literatura, los Nobel galardonan el descubrimiento científico. De los 935 premios entregados hasta la fecha, los hombres y mujeres de ciencia laureados han sido de EEUU 385, UK 132, Alemania 108, Francia 70, Rusia 31, Japón 28, Italia 20, China 0. No es que los estadounidenses sean más inteligentes que los demás. Se trata de las condiciones sistémicas que el gran país del Norte ha sabido crear para la investigación y, lo más importante, el tiempo transcurrido de maduración. Las universidades e institutos norteamericanos se vieron favorecidos a mitad del siglo pasado por la emigración de grandes científicos europeos (la mayoría perseguidos por el nazismo) y los grandes inventos y descubrimientos fueron una consecuencia de la reunión de esa masa crítica de inteligencia. Por mucho tiempo eso será así hasta que las nuevas condiciones comunicacionales en materia de descentralización globalizante se vayan haciendo sentir en forma paulatina.

Sin embargo, la propiedad intelectual y el usufructo de las patentes más redituables no son atributo de las naciones, incluida EEUU, sino propiedad de empresas globales que no dependen del país de origen sino de donde comercializan sus bienes y servicios, o sea en todo el mundo.

Lo engorroso del control y la fiscalidad de estas actividades hace que los contenciosos no se produzcan entre los países sino entre estos -en conjunto- versus las empresas, sobre todo las tecnológicas.

Por esa razón, el G20 estableció por primera vez el año pasado una tasa global a las grandes empresas que alcanza el 15%. Por ejemplo, en Taiwán está radicada TSMC, el más grande fabricante de microprocesadores del mundo, que en los últimos meses ha puesto en jaque a toda la industria global, en particular la automotriz que los usan en cantidad.

La tecnología de TSMC proviene de EEUU y la propiedad es un joint ventures que integra a las grandes tecnológicas de diversas maneras y composición.

Hemos descripto las condiciones de extrema carencia que China mostraba en sus universidades cuando comenzó el proceso de la modernización capitalista hace 50 años. Fueron decenas de miles de empresas las que se relocalizaron en poco tiempo. El gigantesco esfuerzo de adaptación de tecnologías generadas en Occidente, que venían embarcadas en el equipamiento industrial, habrá ocupado la totalidad de la fuerza de trabajo profesional que se salvó de la revolución cultural.

En la emergencia, China tomó medidas inteligentes: casi un millón de sus jóvenes están preparándose en universidades americanas donde no faltan los cazatalentos que detectan los mejores egresados para que se queden trabajando en sus laboratorios. Así, la situación descripta de ninguna manera da para pensar que China –si es que realmente lo deseara sobre lo que nunca se ha pronunciado- pueda como a veces se arguye incluso en la academia disputarle en algún momento del futuro la supremacía tecnológica a EEUU.

 

Las empresas

 

Por el tamaño de su infraestructura fabril China ya ocupa el primer lugar en el mundo. Eso no significa que toda su industria sea “nacional” ni que la totalidad de los factores involucrados en la producción estén bajo su control.

Las empresas chinas poseen una trama patrimonial absolutamente indescifrable. Tomando sus marcas líderes, por lo menos las que nos son familiares, sobre todo en electrónica (Huawei, Lenovo, TCL, Xiaomi, Tencent), en la bibliografía se muestran en algunos casos y en forma dispersa los diferentes aspectos que las caracterizan: tipo de propiedad, origen de instalaciones y equipamiento, proveniencia del personal superior, modalidades en trading y logística, cotizaciones en bolsa, diseño y branding así como los joint ventures con firmas transnacionales, principalmente norteamericanas y europeas.

Hoy por hoy al igual que en EEUU y Europa en general las empresas grandes son multinacionales o ya directamente globales y de su origen solo conservan la marca pero no la dependencia de su funcionamiento que no está encorsetado por frontera alguna.

Tomo el caso de Lenovo, el fabricante más grande del mundo en computadoras. Actualmente, el 39,6% de Lenovo es propiedad de socios públicos (cotizan en bolsa de Nueva York), el 42,4% es de Legend Holdings Limited (firma china de fondos de inversión donde el gobierno tiene el 65% y del resto participa entre otros la fundación de Bill y Melinda Gates), el 7,9% es de IBM y el 10,1% de Texas Pacific Group, General Atlantic y Newbridge Capital LLC (tres firmas estadounidenses de fondos de inversión). Efectivamente el gobierno chino posee el 27,5% de Lenovo y es por ende el socio mayoritario.

Lenovo tiene acuerdos de diverso tipo (fusiones, adquisiciones y asociaciones, comerciales, de transferencia de tecnología, etc.) con empresas norteamericanas, europeas, japonesas y coreanas (Motorola, NEC, IBM, muchas otras). No hay ninguna razón para que el resto de las empresas no muestren similares comportamientos.

Por su parte, las traders chinas conviven con los gigantes occidentales, que son las encargadas de agregarle el mayor valor a los productos. El caso de la muñeca Barbie es demostrativo. De los U$S 10 en que el juguete se vende al mostrador en Nueva York solo U$S 1 es su valor cuando el fabricante chino la pone en el conteiner; los U$S 9 restantes se agregan en alta mar, el puerto de arribo y el mayorista.

Así, en la globalización se va haciendo cada vez más difícil sino imposible el desarrollo de capacidades nacionales que puedan ser esgrimidas como factor de negociación. El karma de “vivir con lo nuestro” es solo una ilusión. La interdependencia transfronteriza es creciente y multifacética (comercial, tecnológica, simbólica, técnica, intelectual, etc., etc.). De una u otra manera ese nuevo enfoque sin excepción vale para todos los países.

 

La conectividad

 

En 1949 China tenía no más de 22.000 km de líneas férreas no electrificadas, mal mantenidas y devastadas por las guerras, de las que solo 1000 km eran de doble vía. Desde entonces, el gobierno de China ha más que triplicado la longitud de la red y transformado totalmente la calidad y la capacidad de su sector ferroviario. En particular la extensión de las líneas de alta velocidad alcanza al día de hoy aproximadamente la mitad de la de todas las líneas del mundo sumadas.

En general, en todos los componentes de lo que se denomina la infraestructura de conectividad (puertos, caminos, autopistas, aeródromos, redes informáticas, etc.), China muestra similares índices de crecimiento en sus inversiones. Y en su territorio se ha puesto en juego una tecnología de las más avanzadas del mundo.

En ese ámbito China está en condiciones de dar respuesta a una de las principales asignaturas pendientes de la globalización: dicho en términos técnicos, el cambio, de la configuración de los flujos informativo-comunicacionales desde lo radiocéntrico a lo reticular. La infraestructura existente a nivel mundial todavía es heredada en gran medida de la época colonial. En ella, los flujos de todo tipo, comerciales, migratorios, telefónicos, noticias, información, etc., han sido de paso obligatorio por los centros de poder, una disfuncionalidad que se puede encontrar en cualquier lugar del mundo… aunque con menos intensidad en los países desarrollados. Las expresiones “centralistas” son un obstáculo para una comunicación más fluida y en consecuencia afecta todo el funcionamiento de las sociedades. En la era de Internet, la posibilidad de acceder a disposiciones multidimensionales para la comunicación, amerita redibujar el mundo de otra manera. En el caso chino, La Nueva Ruta de la Seda es uno de los proyectos de mayor envergadura existente en la actualidad que aborda aquella herencia distorsiva.

En la división global de las oportunidades, a China, en su carácter de gran potencia, le han tocado desafíos por demás interesantes. Uno de ellos es de acentuada responsabilidad: está llamada a jugar –en estrecha alianza estratégica con Rusia aunque por lo que se ve con funciones diferenciadas– un rol geopolítico de creciente importancia en el continente euroasiático y, sobre todo, del otro lado de la grieta en lo que ahora se denomina el Sur Global.

La cumbre de la democracia organizada por Biden en diciembre de 2011 sumado a las sanciones y la política de cancelación con respecto a Rusia, está contribuyendo decisivamente para separar de Occidente a las denominadas autocracias. No obstante, entre quienes deciden ya no se acepta tan dócilmente el intervencionismo derivado de concepciones como las del destino manifiesto y el unilateralismo emergente en la posguerra fría.

Pero, como decía Gramsci, lo nuevo tarda en nacer y lo viejo en morir. En ese contexto inestable, imaginar que China va a disputarle el trono a EEUU es una fantasía que se está instalando mediática y académicamente sin ningún fundamento valedero. China no lo desea; lo único que le interesa es vender y aumentar su influencia, pero eso no significa transformarse en el gendarme del mundo ni siquiera de su hinterland donde sus relaciones de vecindad son o han sido conflictivas salvo con Pakistán y de vasallaje con Corea del Norte.

Es cierto y es motivo de orgullo no solo para ellos: han llegado a ser la primera infraestructura industrial y la segunda economía del mundo. Un logro extraordinario que no significa necesariamente llegar a ser un hegemon. Salvo en vetustas bibliotecas marxistas, el poder económico no se transforma, como la oruga en mariposa, en poder político. China hace conocer su performance y desea que se esparza su increíble ejemplo; tiene todo el derecho y se lo merece.

Es el estímulo para su aporte en la cooperación con países menos desarrollados poniendo a disposición la extraordinaria capacidad de construir infraestructura de conectividad que posee. Lo amerita el cometido de erradicar la pobreza de todos los rincones del planeta que es el principal desafío de la humanidad.

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