Por Concha Mateos (*)
El cambio climático se ha hecho verdad. Siempre lo había sido. Pero no para todo el mundo.
La comunicación sobre cambio climático
Desde la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro (Brasil) en 1992, la comunicación sobre cambio climático fue concebida como un problema, un reto que iba a requerir un esfuerzo importante.
Además, se había puesto en marcha un potente aparato de producir negacionismo para regarlo por el mundo, y venía financiado por la aristocracia de la industria de los carburantes fósiles: Exxon, Ford, Chevron, General Motors… Si leemos el libro que Nuria Almirón y Jordi Xifra han publicado en 2021 sobre las relaciones públicas de estos personajes del relato, nos haremos una idea muy completa de esa maniobra magnífica de intoxicación.
El cambio climático que nos ocupa (inducido por la acción antrópica) no es un problema de la Tierra. Es un problema que causamos los humanos por el modo en que intervenimos sobre ella. Por eso, sin dejar de estudiar la Tierra, precisamos estudiarnos a nosotros, las personas.
Una forma de estudiarnos es observar cómo nos contamos el cambio climático. Desde 2010 se reconoce que hay un campo –subcampo– específico dentro de los estudios sobre comunicación que es la comunicación sobre cambio climático.
Gracias al desarrollo de este subcampo están identificados algunos rasgos de cómo ha sido y cómo es nuestro relato sobre el cambio climático. A continuación, me detengo en siete de estos rasgos.
- Un problema medioambiental
Este rasgo está casi en extinción, pero fue intenso en la primera década desde 1992. El cambio climático era presentado como un problema del medio ambiente. Su estereotipo visual era el humo, las chimeneas industriales, la contaminación del aire. Y su narrativa es el daño que este medio ambiente deteriorado representaba para la salud. Las personas eran la víctima.
- Catastrofismo
Este rasgo apareció muy pronto y aún persiste. El relato se desarrolla a través del hilo del miedo. El presupuesto narrativo-pedagógico es que si el público se asusta, reaccionará. Pero no, ocurrió que el público dejó de asustarse de tanto anuncio de cataclismos.
La imagen del desastre se volvió familiar. Nos convenció de que nada podría detenerla. Y además, como en los relatos de las religiones, si se nos echa encima una catástrofe que nos desborda, nada podemos hacer. Confiar en la divinidad que nos salve, tal vez. O incluso, aceptar la catástrofe como castigo divino. En todo caso, quedamos libres de tener responsabilidades.
- Cientifismo
Este rasgo se inscribe en el relato desde su nacimiento. Es una herencia del discurso de la ciencia, de su método, de su epistemología. La ciencia y su imperativo de ser objetiva. Las y los científicos siguen la premisa de distanciarse de lo que estudian y evitar que lo contamine su subjetividad. El sujeto científico por un lado y el objeto estudiado por el otro.
Y para garantía científica, la comprobación. Sin prueba no hay certeza. Pero en comunicación esto es un problema. El cambio climático opera en ciclos largos, no es un cambio de un día. Es un cambio que se manifiesta claro a través de décadas. Los efectos de lo que se hace hoy serán verificados dentro de 30 años. Pero el relato de los medios informativos no funciona, no convence, si solo puede decir: “Hoy os cuento el relato y dentro de treinta años os enseño la foto”.
A falta de foto, además, el relato de los medios heredó de la ciencia la cascada interminable de gráficos y más gráficos. Explicar con gráficos, explicar con datos, explicar como en el colegio, explicar unidireccionalmente, explicar, explicar, explicar… En 2006, Al Gore recorre el mundo explicando su documental Una verdad incómoda y en 2007 gana el Premio Nobel de la Paz compartiéndolo con el Panel Intergubernamental del Cambio Climático. Al Gore, su documental premiado en los Óscar y por la Academia de Suecia se convierten así en un gran modelo que pone a los gráficos a la cabeza de las estrategias de comunicación del cambio climático. El cientifismo se instala como referente discursivo.
- Poetización de la naturaleza
Frente a los gráficos, la emergente ciencia de la comunicación del cambio climático alerta sobre la necesidad de que se ponga sentimiento, se humanice, se haga sentir el problema antes que afanarse por hacerlo comprensible racionalmente. Y entonces se despliegan relatos sobre el amor a la naturaleza.
El relato de cuidar y amar la naturaleza está dominado por la concepción de la naturaleza como objeto separado de nosotras, distinto a las personas, y ajeno por completo a las mesas, las sillas, los ordenadores, las paredes, el asfalto, los coches o las máquinas que usamos cada día en la que se supone que es la no-naturaleza, esa desde la que soñamos escapadas a la naturaleza.
Toda imagen oculta algo. Parece una afirmación paradójica, puesto que la imagen muestra. Pero toda imagen tiene bordes, al otro lado de los cuales se extiende lo que llamamos en lenguaje audiovisual el fuera de campo. Del mismo modo, todo enunciado oculta algo.
La escapada y el amor a esa naturaleza que supuestamente está en otro lado oculta la falta de amor a la naturaleza sobre la que pisamos cada día, que usamos cada día y también cada día tiramos a cachitos a la basura, esa supuesta no-naturaleza que nos rodea. Las mesas y el asfalto también son lo que hacemos con la naturaleza. Se nos olvida que todo viene de ella, es ella. También nosotras.
- Despolitización
En buena parte de los relatos sobre cambio climático encontramos unos personajes nocivos que están poniendo en riesgo el futuro: el aumento de las temperaturas, los gases de efecto invernadero, las emisiones de gases, el aumento del nivel del mar, el deshielo de los polos… Ellos son los villanos, los malos del cuento. Lo malo es que son unos malos sin responsabilidad jurídica.
La investigación en comunicación del cambio climático ha confirmado esa tradición de despolitización narrativa. Un agujero negro discursivo en el que se pierde de vista el origen, la causa primera, el sujeto responsable del cambio climático con el que se pueda hablar. No podemos decirle a la temperatura que deje de molestarnos subiendo y subiendo. No podemos pedirle al polo que deje de deshacerse. No es posible decirle a los gases que como sigan así les vamos a denunciar por ecocidio.
- Nuevos negacionismos
Este rasgo ha ido cobrando más y más presencia a medida que se ha ido haciendo más y más difícil negar el cambio climático. La comunicación sobre cambio climático se ha desarrollado desde sus inicios como una comunicación en estado de guerra retórico. En 2022 ya es difícil, y lo será cada vez más a partir de este año, sostener que no existe impacto de la acción humana sobre la dinámica estructural de cambios del clima de la Tierra.
Pero la guerra discursiva no cesa, solo se desplaza. Ya no discute la existencia del cambio, pero elude la mención de la causa y niega la naturaleza de la solución. Una decisión política y cultural.
Recuerden, todo enunciado oculta algo. “La subida de las temperaturas como efecto de la acción humana” oculta que no todos los humanos forman parte de esa acción humana por igual. La alternativa de sustituir toda la movilidad planetaria por vehículos eléctricos o el proyecto de ciudad flotante que se está promocionando en las Maldivas ocultan la escasez energética que afrontamos y que impediría que esas alternativas fuesen viables para todo el mundo.
La escasez energética es un hecho. Sus consecuencias causarán dolor. O la gestionamos políticamente para diluir y distribuir ese dolor o lo repartirá el mercado según sus leyes, para concentrar beneficios (y dolor). La principal utilidad de las promesas de solución tecnológica es proporcionar una coartada para declarar innecesaria la solución política.
Por eso, la negación de los límites del crecimiento, de los límites del planeta reconocidos por la ciencia, es el negacionismo de segunda generación. La premisa narrativa del negocio de las alternativas tecnológicas que usan cuentas opacas para sus costes energéticos. Es el negacionismo de la escasez que precisamos administrar en adelante.
Y no es el único.
El relato catastrofista de “la tierra va a explotar” nos hace fantasear en la dirección equivocada: no es el planeta el que está en peligro sino la vida, la nuestra y la de nuestros alimentos vitales. Este es un negacionismo distraccionista.
- La voz de la sabiduría
En el relato clásico siempre había un sabio, un mago, un hada, un maestro… una figura de autoridad y tutela.
Aquí tenemos a la ciencia, representada como voz que fluye en una dirección. “Escuchen a la ciencia” es un reclamo que implica también esa unidireccionalidad. Sin embargo, va cobrando continuidad una línea de investigación en comunicación con proyectos que buscan la forma de pasar de las tarimas a otros espacios, más redondos, más inclusivos, menos unidireccionales. Articular una autoridad epistémica no solo científica.
Explorando por ejemplo la perspectiva abierta por el proceso del Diálogo de Talanoa –diálogo facilitador– experimentado entre la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2017 (COP23) y la de 2018 (COP24). Talanoa es un término adoptado de un concepto tradicional de Fiji y los pueblos indígenas del Pacífico que remite a la práctica de compartir narraciones sobre ideas, experiencias y habilidades para tomar decisiones sabias para el bien común.
El verano de 2022 ha cambiado la situación narrativa. Hay una nueva certeza vivida, pero el negacionismo anda mutando en nuevos disfraces retóricos. El relato que más necesitamos ahora ya no es el de la explicación racional del pasado, sino de los trayectos para hacer posible y justo el futuro. Un relato que requiere una firma colectiva y que exige un requisito: para pasar de ser relato a convertirse en transformaciones reales es preciso que emerja del diálogo, de una ciencia que no sea exhibición de conocimiento sino conversación social.
(*) Profesora titular Comunicación audiovisual, Universidad Rey Juan Carlos.