El documento menciona la necesidad de fijar objetivos de reducción de emisiones más ambiciosos, de apostar por la adaptación y la financiación de los países más vulnerables.
También reconoce la importancia de los ecosistemas y de la sociedad civil en la mitigación del calentamiento global.
Hemos preguntado a expertos (*) en cambio climático y salud, energía, economía del desarrollo, ecosistemas, bosques y transporte sostenible sobre los compromisos adquiridos, los avances y los asuntos aún por resolver.
Gemma Durán
“El Pacto Climático de Glasgow incluye el compromiso de alcanzar mayores niveles de financiación climática a partir de 2025”
La cuestión de la financiación responde a la petición de los países más pobres y vulnerables y, por regla general, con emisiones más bajas, de ser compensados por los países más ricos en términos de financiación climática. Compromiso que no se ha cumplido en los términos que se establecieron en el año 2009, cuyo objetivo era movilizar una financiación anual de 100 mil millones de dólares para 2020 en acciones de mitigación.
Esta cuestión ha sido incluida en el Pacto Climático de Glasgow. Exhorta a los países a adoptar una acción climática más ambiciosa para el año 2022 y, además, incluye el compromiso de alcanzar mayores niveles de financiación climática a partir de 2025, así como financiamiento para pérdidas y daños.
Sin embargo, el plan de financiación a largo plazo, que se mantiene en discusión hasta 2027, y la lista de contribuyentes a este objetivo son algunas de las muchas cuestiones que han quedado en el aire sobre la financiación a los países más vulnerables, poniendo en tela de juicio el cumplimiento de este compromiso.
Según las estimaciones del Banco Mundial, en los próximos diez años, los efectos del cambio climático en las naciones más vulnerables podrían llevar a 130 millones de personas a la pobreza. Y para el año 2050, 200 millones de personas pueden verse obligadas a migrar dentro de sus propios países.
Para lograr los objetivos climáticos, es necesario tener en cuenta sus efectos en el desarrollo y, por tanto, buscar fuentes de financiación que permitan afrontar las inversiones necesarias para la mitigación y adaptación. Estos mecanismos de financiación han de ser multilaterales. Son necesarios para que los países en desarrollo puedan transitar hacia modelos energéticos más limpios, aumentar el acceso energético, clave para su desarrollo, y gestionar el riesgo climático.
Pedro Linares
“El cierre del artículo 6 del Acuerdo de París no consigue asegurar la integridad climática”
No convenía tener unas expectativas demasiado altas respecto a la COP. Desde ese punto de vista, la cumbre ha cumplido razonablemente con las previsiones: ha mantenido la pelota en juego, aunque a costa de algunas patadas hacia delante, y alguna mala decisión que puede volverse contra nosotros en el futuro.
Ha mantenido la pelota en juego pidiendo que se revisen los compromisos de reducción de emisiones de los países para el corto plazo, de forma que puedan ser compatibles con el Acuerdo de París. También cerrando algunos acuerdos parciales que, si bien no nos llevarán hacia el objetivo por sí mismos, siempre ayudarán.
Las patadas hacia delante tienen que ver, por un lado, con las promesas de largo plazo realizadas (2050-2070) y, por otro, con el mensaje tibio acerca del uso del carbón y los subsidios a los fósiles, que seguirán existiendo en tanto los países los necesiten. En ese sentido, el acuerdo refleja los intereses (variados) de las distintas regiones.
Una mala decisión es el cierre del artículo 6 del Acuerdo de París, que no consigue asegurar la integridad climática, es decir, la posibilidad de que las emisiones aumenten con el comercio de emisiones. Habrá que confiar en la sensatez de los países a la hora de comerciar, algo que no necesariamente está asegurado dada la cantidad de incentivos perversos.
Cristina Linares y Julio Díaz
“Se ha llamado a los Gobiernos a destinar el 50 % de los fondos a la adaptación climática de la sanidad”
Desde el punto de vista de la mitigación, los avances en la COP26 no han sido todo lo ambiciosos que hubiese sido deseable, aunque sí ha habido aspectos positivos a destacar, como incluir los temas de adaptación al cambio climático.
Independientemente de que se consiga el improbable objetivo de mantener la temperatura media global del planeta en 1,5 ℃, los impactos para la salud de esa subida de temperatura ya son muy importantes con el aumento actual de 1,2 ℃. Este punto es especialmente transcendental para España, que ha tenido importante representación española en la COP para avanzar en la negociación sobre adaptación a los impactos del cambio climático.
Otro dato positivo de la COP26 es la inclusión de un Programa de Salud organizado por la OMS. Dentro de este, presentamos el informe El argumento de la salud para la acción climática, centrado en asumir que la crisis climática es, ante todo, un problema de salud global. El 50 % de los países han desarrollado estrategias sobre el cambio climático y salud, pero una proporción mucho menor de Estados tiene planes de adaptación en materia de salud y menos del 0,5 % de la financiación multilateral del clima se destina a proyectos de salud.
La llamada a los Gobiernos a cerrar esta brecha de financiación destinando el 50 % de los fondos previstos a la adaptación climática de la sanidad es también un hecho destacable.
Víctor Resco.
“Disminuir la deforestación tropical es urgente, pero siempre priorizando la persistencia de los ecosistemas actuales”
El 50 % de las emisiones de gases con efecto invernadero son absorbidas por los océanos y ecosistemas terrestres, a partes casi iguales, por lo que no contribuyen al cambio climático. Una de las principales incertidumbres en los modelos del cambio climático yace en cómo evolucionará el sumidero terrestre de carbono: los bosques podrían convertirse en fuente de CO₂ en unas décadas si se acentúan las tendencias actuales de deforestación en los trópicos y bosques boreales, ya sea por la mano del hombre, por la sequía o por los incendios.
Aprovechando la atención mediática que proporcionó el primer día de la COP26, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció la creación de un fondo para “proteger los bosques”. Unos días más tarde se aprobó la Declaración de Glasgow sobre Bosques y Uso de la Tierra, como otra muestra de buenas intenciones.
Disminuir la deforestación tropical es urgente, pero siempre priorizando prevenir a curar: asegurar la persistencia de los ecosistemas actuales es preferible a invertir en la creación de nuevos bosques. Pero disminuir la dependencia del sector primario de los países tropicales, algo necesario para la biodiversidad y el clima, solo podrá lograrse si se fortalece el desarrollo sostenible del sector primario en la zona templada y se asegura el abastecimiento.
Estas medidas de restauración no pueden servir para mercadear con los bosques como compensadores de CO₂: los árboles no devolverán el CO₂ a las capas geológicas de las que se extraen los combustibles fósiles. Finalmente, recordemos que los humanos nos hemos apropiado de un gran porcentaje de la productividad primaria del planeta. No nos basta con lo que la Tierra produce actualmente, sino que recurrimos a los combustibles fósiles, que son la productividad almacenada en las capas geológicas del planeta.
Cuando lo consumido supera a lo producido, llega un punto en el que sucede un colapso. No está claro cómo las medidas tomadas en la COP26 repercutirán sobre estos procesos. Pero deberían ser un catalizador para renaturalizar nuestra economía y vivir de forma más acorde con nuestro medio.
Roberto Álvarez.
“La existencia de un acuerdo de la ONU en el que se menciona al carbón como causa del calentamiento global es sin duda un gran avance”
La sensación que una vez más define este acuerdo entre países, firmado en este caso en Glasgow, es la decepción. La certeza de haber dejado pasar de nuevo otra oportunidad. Se ha vuelto a redactar un acuerdo, consensuado, pero que deja insatisfechos a muchos países y que se limita una vez más a proclamar un conjunto de intenciones y recomendaciones.
Los países mejor parados han sido aquellos con mayor dependencia del carbón, así como los que más petróleo y gas producen. Estos consiguieron, en la última vuelta de tuerca, que la declaración incluya una reducción progresiva de las centrales de carbón, en lugar de pedir su eliminación.
Pero también ha habido algunos puntos positivos. Se ha conseguido un acuerdo por unanimidad de los 197 países presentes en el que se firma la intención de poner fin a las ayudas económicas a los combustibles fósiles y de reducir progresivamente el uso del carbón. La mera existencia de un acuerdo de la ONU en el que se destaca la mención sin precedentes del carbón como la principal fuente del calentamiento global es sin duda un gran avance.
Anna Traveset.
“Los intereses privados de cada país prevalecen sobre el interés global de frenar un gran problema a escala mundial”
Los compromisos a los que han llegado los países en la COP26 están muy por debajo de lo que se recomienda en el último informe del IPCC para evitar catástrofes climáticas en un futuro ya cada vez más cercano. Una vez más, los intereses privados de cada país prevalecen sobre el interés global de frenar un gran problema a escala mundial. Y, una vez más, la visión a corto plazo se impone sobre una perspectiva a medio-largo plazo.
Si los gobernantes se niegan o son reticentes a cambiar sus hábitos, corren el riesgo de enviar el mensaje a sus ciudadanos de que el cambio climático no es un problema que haya que afrontar urgentemente. Se les está transmitiendo que las pequeñas acciones que realicen para contribuir a mitigar ese cambio pueden diluirse en la falta de acción a gran escala.
Desde el punto de vista de la ecología, esta insuficiente concienciación no solo se da ante la crisis climática, también en la pérdida de biodiversidad, en sentido amplio, tanto de las especies como de las interacciones existentes entre ellas que permiten que la naturaleza funcione. Estamos alterando de forma exponencial los ecosistemas naturales, haciéndolos más homogéneos y con una menor resiliencia a las perturbaciones cada vez más frecuentes e intensas debido al cambio climático.
(*) Por Pedro Linares, Profesor de Organización Industrial de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería ICAI, Universidad Pontificia Comillas; Anna Traveset, Research professor, Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA – CSIC – UIB); Cristina Linares Gil, Codirectora Unidad de referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano, Instituto de Salud Carlos III: Gemma Durán Romero, Profesora de Estructura Económica y Economía del Desarrollo. Investigadora adscrita al Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI), Universidad Autónoma de Madrid; Julio Díaz, Codirector de la Unidad de Referencia de Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano., Instituto de Salud Carlos III;
Roberto Álvarez Fernández, Profesor. Ingeniería eléctrica y movilidad sostenible, Universidad Nebrija; y Víctor Resco de Dios; Profesor de Incendios Forestales y Cambio Global en PVCF-Agrotecnio, Universitat de Lleida.