Por Solon Solomon (*)
La Dame Sandra Mason, actual gobernadora general de Barbados, se convertirá en la primera presidenta de la isla.
A primera vista, este proceso no debería alarmar en Londres. En la medida en que Barbados permanece en la Commonwealth se mantiene la gran nación-familia que el Imperio británico decidió crear después de su desaparición. Los equilibrios internacionales parecen estar en su lugar. Después de todo, es exactamente bajo su condición de Jefe de la Commonwealth que el príncipe Carlos ha sido invitado. En su discurso frente a las autoridades de la isla ya señaló que este cambio no altera “la asociación estrecha y de confianza entre Barbados y el Reino Unido como miembros vitales de la Commonwealth”.
Barbados convertida en república es el ejemplo más reciente de una tendencia hacia la desafección por la Corona entre los países de la mancomunidad. Hace casi 50 años los estados caribeños de Trinidad y Tobago y Dominica se convirtieron en repúblicas. Esta vez, el caso de Barbados parece indicar algo más grande.
No es un asunto aislado
La Corona y las élites británicas se equivocarían al interpretar el asunto de Barbados como un asunto aislado y específico de un área. Curiosamente, a principios de este año también en Tuvalu, el pequeño Estado del océano Pacífico que recientemente llegó a las noticias debido al cambio climático e incluso antes, se han encontrado con voces que piden que la reina deje de ser su Jefa de Estado. Irónicamente, con su presencia en Barbados el príncipe Carlos parece indicar la incapacidad de la monarquía para resistir al espíritu de los tiempos.
Para algunos, Londres no debería preocuparse por el cambio constitucional de Barbados. La monarquía hace tiempo que dejó de ejercer poderes absolutos sobre los territorios de la Commonwealth. Los deberes ceremoniales que realiza la Corona pueden transferirse fácilmente a otro órgano político, a saber, un presidente electo.
Sin embargo, precisamente porque estos deberes son ceremoniales, el daño a la postura británica en la arena internacional es mayor. Despojado de los poderes del pasado, el monarca sigue siendo un símbolo del pasado británico.
El deseo de un Estado de tener al monarca británico como su Jefe es, en esencia, un deseo de ese Estado de afiliarse a Gran Bretaña. No por casualidad en Estados Unidos los padres fundadores optaron por pasar a un modelo político completamente nuevo de democracia presidencial desvinculado de la Corona británica. Por contra, en Australia el nuevo Estado no solo no rompió las cadenas con Londres, sino que incluso adoptó la bandera como parte de su propia bandera nacional.
Historia y razón
La decisión de cambio constitucional de Barbados ha tenido lugar fuertemente inspirado por el movimiento Black Lives Matter que barrió el Reino Unido y los Estados Unidos el año pasado. Dado que la población de Barbados proviene de los esclavos negros que fueron trasladados de África al Caribe, los políticos de la isla han declarado abiertamente que ven la medida como una forma de deshacerse de su pasado colonial.
En ese sentido, iniciativas como la de Barbados muestran qué poco atractivo es para las poblaciones locales el gobierno de la Corona Británica y, por extensión, cualquier afiliación con la monarquía del Reino Unido.
Esto no debe interpretarse como una simple crisis de la Corona o de la institución de la monarquía en los tiempos modernos, sino como un declive del prestigio del que goza Gran Bretaña en la arena internacional, especialmente después del Brexit.
Hasta ahora, la pax britannica del siglo XX, asegurada en un principio por el Imperio Británico y luego por la Commonwealth, fue una garantía de que los equilibrios entre Londres y otros territorios dependientes no se interrumpirían. Pero nadie puede garantizar que, en un clima de crisis económica y de austeridad en el que parece estar entrando Gran Bretaña después del Brexit, estos territorios no pedirán ser más autónomos o incluso independientes. En la reciente crisis con Francia, Jersey declaró que los pescadores franceses no podían pescar a seis millas de su costa, de la misma manera que los estados soberanos pueden tener seis millas como aguas territoriales.
Sobre una base similar, nadie puede garantizar que dominios británicos que se encuentran más lejos de Londres, como Gibraltar y las Malvinas, no pedirán más libertades a la Corona. Como quedó claro en el caso de Barbados, la lejanía de Londres y su sustancial falta de interés en los asuntos de la zona podrían llevar a otros territorios a romper sus vínculos con las instituciones británicas. Esto es algo que Londres debe tomarse muy en serio. La pérdida de un monarca hoy puede significar la pérdida de un territorio mañana.
(*) Lecturer in the Division of Public and International Law and co-Director of the Brunel University London International Law Group, Brunel University London