viernes, 22 de noviembre de 2024

Argentina con abundancia de lo que Europa demanda

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Tres episodios de los últimos días pueden testimoniar el clima político del país: las peripecias que culminaron con el desplazamiento del ministro de Producción, Matías Kulfas (incluyendo la áspera nota de dimisión presentada por éste).

Por Jorge Raventos

Los otros dos son el “desmesurado” intercambio epistolar entre dos figuras principales de la oposición: Mauricio Macri y el presidente del radicalismo, Gerardo Morales y la acción judicial que dirigentes del Pro iniciaron en relación con la construcción del gasoducto Kirchner.

“Hoy está interviniendo la Justicia y es muy probable que terminaremos pagando en el invierno de 2023 el gas a 28 dólares, en lugar de a 4 dólares”- sintetizó Paolo Rocca, el número uno de Techint, el holding a cargo de la construcción del gasoducto que se alimentará con la producción de Vaca Muerta).

Matías Kulfas era uno de los blancos favoritos de la señora de Kirchner, que nunca le perdonó el tono crítico con el que el ex funcionario analizó su gestión económica (particularmente en el rubro energético) en un libro escrito siete años atrás. Pese a que Fernández sostuvo largamente a su ministro, ahora lo dejó caer después de un nuevo cañonazo disparado por la vicepresidenta.

En rigor, aunque ella reclamará con bastante legitimidad el crédito por ese desplazamiento, el episodio fue más bien un gol en contra del propio Kulfas: su cartera dejó torpemente a la vista las impresiones digitales en una operación de prensa que, con el ánimo de golpear a funcionarios kirchneristas del área de energía hería a la empresa argentina más involucrada en el desarrollo de Vaca Muerta, insinuando que una licitación vinculada con la construcción del gasoducto Néstor Kirchner -provisión de caños sin costura- había sido amañada para favorecer a Techint.

La vice se quejó de una filtración que golpeaba a su sector; el Presidente, por su parte, se habrá fastidiado por la lesión gratuita inferida a la poderosa firma que preside Rocca, con quien se reunió en privado a fines de mayo.

El resultado, más allá del despido de Kulfas, es que se ha embadurnado con sospechas una obra central para que la Argentina no despilfarre dólares importando gas, sino que consiga dólares exportándolo y reduzca los costos de la industria argentina.“ Vaca Muerta puede transformar sus recursos en crecimiento, bienes, exportación de petróleo, de gas licuado, de fertilizantes -explicó Rocca el martes en el escenario montado por la Asociación Empresaria Argentina para festejar su vigésimo aniversario- Estamos imaginando inversiones de US$ 10.000 millones por año para poder llegar en 2030 a exportaciones de US$ 20.000 a US$ 25.000 millones”.

Durante su vertiginosa gira europea del mes de mayo, el Presidente intentó tejer convergencias cooperativas con los estados que visitó y subrayó las oportunidades que puede ofrecer Argentina, con su rico potencial energético, a un continente amenazado por la escasez de gas y petróleo que se deriva de la invasión del Kremlin a Ucrania y, fundamentalmente, de las sanciones que las potencias occidentales han dispuesto para castigar a Rusia: dejar de comprarle petróleo y, eventualmente (el tema se discute acaloradamente en la Unión Europea), cortar también la provisión rusa de gas (equivalente al 45 por ciento del gas que importa la UE).

El Viejo Continente está inquieto por la perspectiva de la escasez. Lo que Fernández fue a ofrecer es algo que el mundo no tardará en reclamar a países ricos en recursos (energéticos, alimentarios) como Argentina. Fernández fue a recordarles (a españoles, alemanes y franceses) que se abre la oportunidad para una asociación virtuosa: Argentina tiene abundancia de lo que Europa requiere (recursos energéticos) pero necesita lo que de allá pueden aportar (inversiones para extraerlos, transformarlos y exportarlos). El viaje de Fernández fue una iniciativa repentina pero oportuna.

Las denuncias cruzadas y motivadas por el faccionalismo político son obstáculos que el sistema político interpone con espontaneidad a una herramienta de crecimiento y progreso del país. Para el relato que se ha impuesto en los medios, parece fundamental sostener que la señora de Kirchner le ha arrancado una nueva concesión al Presidente. Esta narrativa, limítrofe con la novelística que se regodea reduciendo cualquier conflicto a peripecias íntimas o tensiones personalizadas, deja frecuentemente de lado hechos y tendencias más significativas.

En cuanto al culebrón que involucra a Fernández y a la vice, carece de toda relevancia ocuparse de quién manda sobre quién cuando lo que va quedando claro para todo el mundo es que no manda ninguno, que lo que se impone es una creciente impotencia, maquillada con gestos y discursos erráticos o inconducentes.

El Presidente ya había dejado desgastar la centralidad que la Constitución y la tradición política argentina otorgan a la figura presidencial, un comportamiento que daña al sistema político, es la clave de una creciente ingobernabilidad y, en términos de construcción de vínculos y alianzas, sólo puede incrementar la desconfianza.

El último mes el gremio de la construcción agasajó a Fernández para celebrar el crecimiento de la masa de trabajadores de esa especialidad. Pero también quiso exponerle la preocupación con la que las mayores organizaciones sindicales observan el paulatino debilitamiento de la figura presidencial (y del gobierno, en general), los riesgos que sus vacilaciones y zigzagueos imponen a la gobernabilidad y el creciente peligro de crisis mayores y penosos retrocesos.

La lapicera que el jefe de la UOCRA, Gerardo Martínez, le regaló al Presidente en ese acto fue toda una señal: si Fernández se envanecía meses atrás de que era él quien tomaba las decisiones y “manejaba la lapicera”, muchos interpretan ahora – Martínez incluido- que tal vez la perdió. El regalo era una exhortación implícita a que la use: “El sistema argentino es presidencialista – le dijo Martínez, mirándolo a los ojos- ; acá están los trabajadores en respaldo de su gestión (…) los problemas estructurales de la Argentina se resuelven con gestión y no con debate ideológico”. Fernández oyó pero no comprendió. Su estilo ha contribuido a la situación actual, en la que la figura presidencial ha perdido peso y envergadura.

La vice, por su parte, no consigue transformar sus deseos en realidades. La batalla en que está empeñada con la Justicia hasta el momento sólo le ha ocasionado derrotas y su actual jugada, en la que ha conseguido apalancarse con una docena larga de gobernadores y hasta con el ala jurídica de la Casa Rosada, va camino de empantanarse en el desierto. La pretensión de transformar la Corte Suprema en una Corte Federal y multiplicar por cinco el número de sus integrantes puede ser aprobada por el Senado, más difícilmente puede alcanzar la mayoría simple de la Cámara Baja pero, en definitiva, la eventual designación de los integrantes de esa Corte Federal necesitaría mayoría especial (dos tercios) en el Senado, una performance que el oficialismo no está en condiciones de cumplir actualmente (y, si se cumplieran las profecías derrotistas de la propia señora de Kirchner, menos aún en el próximo período).

La pérdida de poder del binomio electoral de 2019 se difunde a todo el sistema político y se refleja en episodios como los de los últimos días o en el insidioso proceso inflacionario o en situaciones como las que señaló Héctor Magnetto en la reunión de AEA del martes 6 de junio: “No hay razones físicas ni geográficas para que una empresa, un inmueble o un salario estén tan devaluados en nuestro país en relación con la región y con el mundo. Hay básicamente razones políticas, institucionales y económicas”.

Esa inquietud atraviesa actualmente, con diferentes intensidades y distintas perspectivas, a la mayor parte de lo que a veces se define como “clase dirigente”. Hay quienes temen que una situación signada por, una presidencia anémica, un sistema de poder disgregado y obturado, una inflación descontrolada y una sociedad sofocada por la decadencia y la inseguridad pueda desembocar en algún estallido y una crisis institucional grave. Algunos se consuelan con la idea de que, aunque graves, los desequilibrios y tensiones terminarán canalizándose a través de los mecanismos electorales (primarias abiertas y comicios generales), actitud que apuesta con optimismo a la paciencia social y a la elasticidad de los factores económicos y políticos que es preciso articular (encoger subsidios, achicar el déficit fiscal, aliviar la carga impositiva, estimular la inversión y las exportaciones, evitar el retraso de salarios y jubilaciones, etc.).

La mayoría de las fuerzas políticas, por inclinación natural, actúan orientadas en principio hacia el encuadre electoral, pese a que algunas declaraciones coqueteen con la hipótesis del estallido y aunque algunos dirigentes prefieran in pectore que sobrevenga una crisis de proporciones, a partir de la cual se faciliten las “reformas profundas” que suelen reclamar. Dentro de las principales coaliciones se perfilan tendencias muy marcadas -sea por derecha o por izquierda-, de acuerdo a la drasticidad o gradualismo de las medidas que enarbolan.

En el oficialismo, detrás de la señora de Kirchner se agrupan sectores partidarios de un creciente intervencionismo estatal y del incremento de la presión impositiva, auspiciantes de un verticalismo distribucionista indiferente a las cuestiones de equilibrio fiscal, y, de hecho, a la inflación. En la oposición, “los halcones” que se referencian principalmente en Mauricio Macri y Patricia Bullrich, abjuran del gradualismo (Bullrich preconiza un “ cambio profundo, valiente”, Macri privilegia el “cambio” sobre el “juntos”, una manera de alertar sobre los compromisos que imponen las alianzas: alusión al progresismo radical y también a la búsqueda de Horacio Rodríguez Larreta de una “coalición del 70 por ciento”).

La radicalización de esos dos liderazgos enfrentados (CFK “por izquierda”-MM “por derecha”) coincide con la circunstancia de que ambos, según la mayoría de los estudios demoscópicos, cuentan con una notable opinión negativa en la sociedad, lo que suscita en sus respectivas coaliciones tendencias centrífugas. La erosión, como se ve, no se produce solo en el oficialismo, sino también en la fuerza que se presenta como alternativa.

El tironeo interno del Frente de Todos ciertamente no se ha superado con las concesiones verbales o prácticas que el Presidente haga a su vice. La mayoría de los gobernadores opina que ese divorcio es un boleto seguro a una derrota electoral el año próximo y debaten cómo operar para evitarla y, en cualquier caso, cómo preservar sus territorios de la ostensible erosión del gobierno.

Por debajo de gestos y batallas estériles, así como de la ilusión de “un refugio en los territorios”, en el universo del peronismo hay muchas cosas que se mueven y muchas cabezas que están reflexionando sobre la anemia que parece haber afectado a su movimiento. Un ejemplo: en el corazón peronista del conurbano, tercera sección electoral, partido de La Matanza, una voz animosa -femenina- desafía la jefatura del intendente Fernando Espinoza. Lo interesante no es solo la voluntad de competir -algo que puede verse en otros puntos del conurbano- sino las apreciaciones de Patricia Cubría, diputada, participante destacada del Movimiento Evita y una de las forjadoras del Frente Vecinal que aspira a gobernar La Matanza.

Su análisis no está forjado en un escritorio, sino en la acción. “Yo no soy albertista ni kirchnerista- señala Cubría- Hoy, la dirigencia política es una representación lastimada de la post crisis de 2001, que no termina de cicatrizar y que en muchos casos se alejó de la sociedad. Antes del 17 de octubre no había un Perón. Eso me permite todavía creer en que los procesos los van haciendo los pueblos. Y si los pueblos vamos construyendo algo más justo, aparecerá un liderazgo nuevo”. Cubría proviene de la militancia del conurbano e integra el Frente de Todos.

Desde otro perfil, el ex gobernador salteño Juan Manuel Urtubey participó quince días atrás en un plenario citado en Mendoza por la conducción oficialista del justicialismo local. Fue como invitado y dejó rápidamente en claro su posición cuando le tocó hablar: “Como bien saben, yo no integro el Frente de Todos: soy peronista”, afirmó.

Y, como Cubría, se dedicó a mirar el futuro. Empezó citando a Perón, cuando recordó la frase en que el fundador del justicialismo apuntaba que ante un mundo cambiante lo que los hombres pueden hacer es “fabricar una montura” para cabalgar esos cambios. Urtubey señaló que se trata de “escuchar a la gente, a la de nuestro paìs y a la de otros·” que está reaccionando frente a “un sistema de representación que está francamente en crisis”. El peronismo-dijo- debe reconstruirse desde la gente, no mirando desde el espejo retrovisor, sino construyendo futuro. Sólo así podrá convocar e interpelar a los jóvenes nativos digitales. El peronismo es un espacio transformador”.

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