Son muchos los que se enfrentan a estigmas y críticas, incluso jugándose la vida por ello.
Según estudios de organizaciones como Amnistía Internacional, Front Line Defenders o Global Witness, muchos han sido encarcelados y/o han perdido su vida en 2020.
La pandemia por la Covid-19 ha empeorado su situación, convirtiéndose en una nueva amenaza para los que están en prisión o viendo limitados sus derechos.
El activismo facilita que la ciudadanía haga política (el arte de la micropolítica lo llaman), y que a través de movimientos sociales como el feminista, el ecologista o el LGTBIQ se consiga mejorar la vida de muchas personas, incluyendo sus preocupaciones en la agenda pública y de los medios de comunicación.
Pero es necesario hacernos dos preguntas: ¿sabemos qué han conseguido hacer estas personas por nuestra sociedad?, ¿qué precio pagan por la defensa del bien común y la lucha contra las injusticias? Muchas acciones pasan desapercibidas y otras son silenciadas, aunque algunas sí a aparezcan en los medios de comunicación.
¿Qué causas defienden?
Entre los temas que más preocupan encontramos la defensa de los derechos humanos, el medioambiente y el territorio, la migración o la libertad de expresión. Pero lo que caracteriza a un activista no es el tema o la causa. El activismo supone identificar una situación que debe ser denunciada, la unión de voluntades y su organización para lograr un cambio. Supone llevar a cabo diferentes acciones comunicativas y despertar el interés de la opinión pública para alzar la voz y ganar apoyos.
Nuestra historia nos muestra el papel que han jugado personas concretas, vinculadas a movimientos sociales, para cambiar, avanzar y garantizar derechos. Encontramos activistas de ayer y hoy, conocidos y no tanto. Martin Luther King, Virginia Woolf, Emmeline Pankhurst, Nelson Mandela, Greta Thunberg, Clara Campoamor, Rigoberta Menchú, Malala Yousafzai o Mahatma Gandhi son algunos de los más conocidos, pero muchos otros, menos conocidos, han perdido su vida por la defensa de los derechos fundamentales y el planeta.
De la misma manera que son reconocidos por su labor y su compromiso, son recriminados y tachados de vándalos o terroristas, de personas que no quieren el bien de la mayoría o que simplemente quieren ganar dinero.
Los casos más graves acaban en prisión y en la peor de las situaciones, perdiendo la vida. No podemos avanzar sin recordar el juicio celebrado recientemente por el asesinato de Berta Cáceres, una activista y defensora medioambiental hondureña a la que en 2016 le arrebataron la vida por defender el territorio del pueblo lenca frente a la construcción de una gran presa que amenazaba el río Gualcarque, imprescindible para su comunidad. Tristemente, los ataques se han seguido produciendo.
Activismo de “postureo”
Los activistas son referentes para muchas ciudadanas y ciudadanos, encuentran en ellos una motivación, un ejemplo, pero algunos también son identificados con lo que se conoce como “postureo ético”.
Es fácil compartir una frase de Luther King o Woolf en las redes sociales para conmemorar una causa o un aniversario, para hacerse una foto que obtenga un número reseñable de ‘me gusta’.
Está el activismo que practican personajes populares, más o menos creíble. Luego nos encontramos a otras personas que se involucran con una causa, se comprometen con ella de forma pública (siendo o no un personaje popular), continuada y responsable. Ser activista supone compartir un objetivo y trabajar para alcanzarlo, muchas veces sin recursos, pero con mucha creatividad y entusiasmo.
Gracias a Internet, los movimientos activistas han tenido acceso a herramientas y recursos que han facilitado su organización y el desarrollo de sus acciones, llegar a más personas y ganar apoyos.
Muchos autores consideran Internet como un catalizador del cambio social, que ha permitido que estas acciones transciendan del mundo digital y provoquen un cambio en las calles.
Son varios los ejemplos que podríamos mencionar, pero #MeToo y #BlackLivesMatter son dos casos que han traspasado las fronteras de un país para movilizar a gran parte de la ciudadanía mundial en la defensa de dos causas históricas. Justo hace unos días vivimos con atención el juicio por la muerte de George Floyd a manos de la policía de Mineápolis (EEUU).
Son muchos los logros conseguidos y los derechos consolidados, algunos puede que pasen desapercibidos y otros acaparan la atención de periodistas y organizaciones sociales cada día.
La libertad de expresión es uno de los derechos más cuestionados y que más fácilmente se ve silenciado en países con democracias consolidadas.
El sufragio femenino (y la consecuente lucha por la igualdad de derechos), que supuso para las mujeres poder participar en las decisiones que les afectan como ciudadanas y que la industria audiovisual ha retratado a través de diferentes obras, es un gran ejemplo de derecho colectivo.
La defensa de la Declaración Universal de Derechos Humanos es cada día más necesaria ante la vulneración continua de la misma por muchos Estados, como bien recoge el último informe de Amnistía Internacional La situación de los Derechos Humanos en el mundo.
También la defensa del planeta que miles de jóvenes liderados por Greta Thunberg demandan cada viernes a través de Fridays For Future ante los líderes mundiales por un compromiso real y efectivo, ya que no tenemos un planeta B. Y, sin ser menos importante, es remarcable la lucha por los derechos del colectivo LGTBIQ, sobre todo en países donde aún siguen siendo perseguidos por manifestar su identidad.
Gracias a estas personas, hoy en día vivimos en una sociedad mejor y muchos aún luchan por hacer de nuestro mundo un lugar más justo. Seria inimaginable vivir y educar a las nuevas generaciones sin los derechos y garantías que consiguieron. Desafortunadamente, sigue siendo necesaria la labor activista que muchos grupos llevan a cabo. Se buscan activistas.
(*) Docente Universidad de Málaga