<p>En rigor, las señales signos positivos en algunas economías, esencialmente vía producto bruto interno, no parecen prestar atención al alza de hidrocarburos. En un fenómeno paralelo, pero más prolongado, los vaivenes de Wall Street y Londres ya no dominan la atención mundial.<br />
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Aun sin llegar a los picos de 2008 (US$ 147/147,25 el barril, 11 de julio), los crudos sextuplican las cotizaciones de hace unos diez años. Pero ¿por qué sus actuales niveles o la inanidad de las grandes bolsas no quitan el sueño? Simple: el pensamiento neoclásico vive un reflujo que, también, modifica de plano el sesgo de la globalización. La abierta intervención de gobiernos otrora aferrados al laissez faire desengancha a sectores enteros. <br />
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Sin embargo, más que en entidades financieras o compañías automotrices, la mutación del papel estatal comienza a influir en el negocio petrolero. No exactamente vía precios, sino vía exploración y explotación de hidrocarburos submarinos o árticos. Rusia, China, Brasil y Venezuela son los impulsores. Como esos gobiernos resultan menos sensibles que las empresas privadas a las oscilaciones de los futuros petroleros –de naturaleza especulativa-, se permiten libertades que las antiguas “siete hermanas” ni siquiera imaginaban.<br />
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La contracara de estas transformaciones reside en el paulatino agotamiento de reservas conocidas. Por un lado, eso acelera la búsqueda en altamar. Por el otro, promueve programas ligados a combustibles alternativos (no fósiles, sino de fuentes renovables) y formas limpias de energía. Ambas tendencias incrementan el papel estatal. <br />
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¿Sobreviene o no otra etapa de crudos caros?
Por una parte, hay signos de cauta reacción. Pero el contexto mantiene precios coyunturalmente caros. Los tipos Brent y tejano medio (WTI) han ido trepando de US$ 34/37 en enero a picos de 74/75 a fin de agosto, para ceder ahora a 65/67 el barril.