Desde sus primeros tiempos como institución, los bancos han sido herméticos en su política de comunicación. Siempre ha sido difícil para un lego comprender los mensajes de un banquero.
Pero eso comenzó a cambiar a principios de los 90. En 1993 el Banco de Inglaterra comenzó a publicar su Inflation Report, con proyecciones de precios y PBI.
Otros bancos imitaron a Gran Bretaña y superaron el ejemplo. En 1998 el Reserve Bank de Nueva Zelanda comenzó a publicar proyecciones de tasas de interés internas. En Noruega el Norges Bank siguió en 2005 y en Suecia, el Riksbank lo hizo en 2007. Luego lo hicieron los bancos de Islandia y República Checa. En 2012 estados Unidos lanzó sus “dot plots” que, en forma anónima, establecía la trayectoria de las tasas que anticipaba cada legislador. Y junto a toda esta claridad vino también el asesoramiento a futuro.
Philip Aldrick, que analiza el desarrollo de este proceso en The Times, se pregunta si no habrán ido demasiado lejos los bancos con tanta apertura. Cita al jefe de investigaciones del Banco de Pagos Internacionales, Hyun Song Shin, quien en una conferencia reciente preguntó si los bancos no estarán hablando demasiado.
Porque cuando los bancos centrales hablan los que más escuchan suelen ser los que están en los mercados. Si el presidente de un banco central sugiere que las tasas podrían subir, la moneda del país reacciona. Y eso se refleja en todo; en los costos de los préstamos, que afectan las tasas de las hipotecas y del crédito; y en los productos derivados, que ayudan a las empresas a manejar el riesgo. Las familias también pueden escuchar y decidir saldar su hipoteca o demorar un préstamo, pero la reacción del mercado es igualmente real para ellos y más inmediata.
Lo que preocupa es que los mercados parecen incapaces de saber lo que quieren.Si el banco da señales de que las tasas subirán en mayo los inversores calculan para ese mes aumentos de precios aunque las cifras económicas anden mal. El banco les debe indicar que sigan los datos de la economía. Entonces lo hacen. El resultado es que lo que fue transparencia se convirtió en dependencia.
El problema de confiar en las comunicaciones del banco central es que los mercados necesitan varias opiniones para funcionar. Si todos piensan lo mismo y actúan de la misma forma no habrá nadie para compensar el riesgo. Ese consenso grupal puede generar una falsa confianza del tipo de la que terminó en la crisis financiera.
El Banco usa las proyecciones del mercado para informar sobre sus políticas, pero cuando esas proyecciones se basan en sus propios mensajes, el proceso se vuelve circular. A esto el economista Paul Samuelson lo había llamado “el problema del mono en el espejo”: el mono reacciona ante su reflejo.
Si el banco señala que las tasas van a subir los mercados incorporan eso a sus proyecciones. Esas mayores tasas luego convencen al Banco de que ya no necesita presionar con un aumento.