En las últimas décadas del siglo anterior la cantidad de dinero invertido en lo que se denomina principios ESG – siglas inglesas para “ambientales, sociales y de buen gobierno” – era de apenas unos cientos de millones de dólares, un mercado marginal impulsado por una pequeña minoría de inversores que buscaban un cambio positivo en lo social y ambiental. Ahora que hay una mayoría de inversores que utilizan criterios no puramente financieros para realizar inversiones “con impacto”, el negocio mueve US$ 23 billones (millones de millones) y sigue creciendo a gran velocidad.
La inversión ética se ha convertido en un gran negocio. Pero para que ese negocio cumpla con su promesa de limpiar y cuidar el planeta, los participantes deberán transparentar las operaciones.
Desde el comienzo mismo el sector recibió acusaciones de “greenwashing“, o sea, de invertir más en parecer verde que en serlo de verdad.
El problema está en el significado de “verde”. Hay distintos criterios decir que una actividad es verde: uno implica salvar el planeta, otro habla de limitarse a no hacer daño y para un tercero, es una cuestión de administrar los riesgos políticos y regulatorios. En cualquiera de los casos, los inversores merecen que se les hable con claridad sobre la actividad en la que invierten. Todos los que salgan a hacer inversiones social y ambientalmente responsables deberán decidir qué actividad está de acuerdo con sus principios y hacerse responsables de sus elecciones.
Lo que está impulsando el fenomenal crecimiento del sector es un enorme grupo de ejecutivos y financieros que buscan evitar daños, a su reputación o al mundo. Descubrieron, a veces de la peor manera, que ignorar los aspectos sociales, ambientales y de buen gobierno les puede salir muy caro. Hay ejércitos de accionistas haciendo campaña para adoptar aspectos relacionados con ESG porque los riesgos políticos y regulatorios son cada vez más altos y porque además mejoran los resultados financieros de largo plazo.
Este recurso de administrar los riesgos angustia a los puristas de ESG porque es lo que permite a los escépticos acusar al mercado de simular virtudes.
No obstante lo anterior, la historia muestra que las revoluciones ocurren cuando la mayor parte de la sociedad siente que los riesgos (y los costos) de estar en la periferia son mayores que los riesgos de sumarse a la corriente. Por eso, según opina Gillian Tett en el Financial Times, parecería que las inversiones ESG han llegado al punto de inflexión.