La cultura del despojo en dos libros sobre Goldman Sachs

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Desde el desmesurado título, Gregory Farrell no deja lugar a dudas: Corporate crooks. How rogue executives ripped off Americans and congress helped them do it. Menos duro parece The partership: Making of Goldman Sachs, de Charles Ellis.

<p>Eventuales traducciones castellanas rezar&iacute;an Delincuentes empresarios. C&oacute;mo ejecutivos sin escr&uacute;pulos estafaban a los norteamericanos y el Congreso los ayudaba&rdquo; o La sociedad: g&eacute;nesis de Goldman Sachs. Pero ambas interpretaciones del mismo fen&oacute;meno guardan notables puntos en com&uacute;n.<br />
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Por cierto, medio mundo tiene teor&iacute;as sobre el &eacute;xito de GS como firma de valores &ndash;pese a su fracaso en 2008- y posterior banca de inversi&oacute;n. Algunos imaginan una sigilosa red de altos funcionarios generalmente bien ubicados, estilo el ex secretario del Tesoro Henry Paulson.<br />
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Otros hablan de &ldquo;topos&rdquo; que facilitan datos claves accesibles a unos pocos. Los m&aacute;s complacientes ven una organizaci&oacute;n de operadores estelares muy bien remunerados, cohesionados y sin muchos escr&uacute;pulos. El propio Lloyd Blankfein &ndash;actual director ejecutivo- ser&iacute;a su inspirador.<br />
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Pero un pasaje del libro de Ellis (Penguin books, 2009) apunta a otro factor de la receta: las costumbres, la cultura. Muchas compa&ntilde;&iacute;as sostienen que su personal se mimetiza en equipos y GS lleva eso a un extremo casi religioso.<br />
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As&iacute; lo descubri&oacute;, a principios de los a&ntilde;os 90, Robert Rubin, entonces director ejecutivo y luego secretario de trabajo bajo William J. Clinton. &ldquo;Lo de RR fue un giro copernicano&rdquo;, admite el texto de Farrell (Prometheus books, 2007).<br />
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Seg&uacute;n relata Ellis, tras una exitosa reuni&oacute;n (alrededor de 1994) Rubin apart&oacute; a Frank Brosens, que hab&iacute;a presentado un excelente modelo para arbitrar garant&iacute;as accionarias japonesas. Este socio operativo hab&iacute;a hecho todo el trabajo solo, si bien hab&iacute;a invitado como observador a un aprendiz, Zachary Kubrinik <br />
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Brosens sab&iacute;a que ten&iacute;a todo cubierto. Pero no cre&iacute;a haber impresionado a Rubin como para abandonar la reuni&oacute;n con &eacute;l. Tuvo raz&oacute;n: el director ejecutivo no quer&iacute;a felicitarlo personalmente. &ldquo;Frank &ndash;le dijo-, usted y yo sabemos que el joven Kubrinik sabe tanto como usted sobre el negocio japon&eacute;s y podr&iacute;a haber expuesto el caso con la misma precisi&oacute;n. Usted debi&oacute; hab&eacute;rselo permitido, compartiendo los m&eacute;ritos. Esto habr&iacute;a beneficiado a Goldman Sachs&rdquo;. El mensaje era claro: el equipo prima sobre los individuos. <br />
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Esta obsesi&oacute;n por lo colectivo, apunta Farrell, es enga&ntilde;osa. Como Rubin confesar&iacute;a a&ntilde;os despu&eacute;s a Ellis, el objeto real no era compartir &eacute;xitos y aplausos hacia abajo, sino asegurar el control sobre los operadores desde arriba. <br />
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La burbuja hipotecaria, la proliferaci&oacute;n de activos t&oacute;xicos, las maniobras con derivados y la crisis sist&eacute;mica de 2007/9 demostraron que, para GS, lo que importaba no era la cultura de equipos, sino tener alfiles de GS, como Paulson en el Tesoro y Neel Kashkari en el programa de rescates por US$ 700.000 millones.</p>
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