En 1989, cuando la frontera entre capitalistas y comunistas comenzaba a desdibujarse a medida que el Muro de Berlín se desmoronaba (aunque sería más indicado decir que era derribado a piquetazos por los habitantes de la ciudad partida), las bolsas de valores de América latina vivían un período de discreto encanto: casi un millar de empresas cotizaban en Buenos Aires, México y San Pablo, las plazas principales.
En la capital argentina, desde fines de 1990 hasta fines de 1991, la Bolsa tuvo otros 15 minutos de gloria. El volumen negociado por aquellos meses superaba los US$ 800 millones diarios, entre títulos y acciones. Las empresas que ingresaban veían en el mercado porteño una clara posibilidad de obtención de capital y de consiguiente crecimiento.
Poco a poco, la historia comenzó a tomar otro rumbo.
De las 973 empresas que ofrecían sus servicios en el último año de la década de los ´80, en el ´99 quedaban 851.
En 1997 la Bolsa porteña negoció alrededor de US$ 23.000 millones. Dos años después, esa cifra se redujo a US$ 7.900 millones. Y en los US$ 800 millones por jornada que se movían en el ´90 se produjo una amenazante sangría. En la rueda del 11 de febrero último, por ejemplo, se negociaron US$ 110 millones. Y en la del lunes 14, sólo US$ 87 millones.
Al flaco panorama hay que agregarle el hecho de que más empresas pueden abandonar el ruedo, algo que podría suceder también en otros mercados de la región.
Hoy, sobre los resabios de lo que ha sido, flotan algunas preguntas. En este estado de cosas, ¿tiene alguna incidencia el comportamiento bursátil sobre la economía real? ¿Es, de alguna manera, un termómetro apto para medir el humor de operadores y empresarios? ¿Puede volver a ser fructífera una institución a la que hoy sólo empuja la momentánea brillantez de un sector, como el de las telefónicas.
“En el ámbito de la población no tiene incidencia. Hoy no pasa lo que pasaba en los primeros años de la década de los ´60, o a mediados de los ´70, cuando sí gravitaba. Después fue otra cosa. No hay que olvidarse que un ministro de Economía llegó a decir que la ´Bolsa era una timba´”, afirma un habitué del recinto de la calle 25 de mayo, conocedor de los momentos de gloria.
¿Seguirá existiendo la bolsa, en sus variantes local y regional, tal como se la conoce? El diagnóstico no parece el mejor. Además, las regulaciones que protegen a las bolsas de América latina, pueden comenzar a ceder, bajo la solicitud de mayor libertad.
Si esa barrera cae, no habría límites para que las transacciones de las grandes compañías se retiren a Nueva York, por ejemplo, donde el Nasdaq y el Dow Jones (por lo menos hasta ahora) gozan de rozagante esbeltez. Y la bolsa porteña, junto a las más debilitadas de la región, comenzaría a vivir en el recuerdo de los operadores. ¿Qué pasará entonces con su infraestructura?
Las preguntas no son caprichosas. Hace pocos días, las bolsas de Tokio, Nueva York y Francfort han unido esfuerzos para ganar competitividad. En Madrid ha comenzado a funcionar Latibex, que agrupa a las principales firmas iberoamericanas. En esta etapa, los negocios mundiales tienden a las megafusiones empresarias, para aprovechar sinergias y ganar competitividad.
Tal vez no desaparezca la esencia de las bolsas de pequeña escala. Seguramente algo cambiará en su conformación para ganar volumen, como dejar de ser locales.
En 1989, cuando la frontera entre capitalistas y comunistas comenzaba a desdibujarse a medida que el Muro de Berlín se desmoronaba (aunque sería más indicado decir que era derribado a piquetazos por los habitantes de la ciudad partida), las bolsas de valores de América latina vivían un período de discreto encanto: casi un millar de empresas cotizaban en Buenos Aires, México y San Pablo, las plazas principales.
En la capital argentina, desde fines de 1990 hasta fines de 1991, la Bolsa tuvo otros 15 minutos de gloria. El volumen negociado por aquellos meses superaba los US$ 800 millones diarios, entre títulos y acciones. Las empresas que ingresaban veían en el mercado porteño una clara posibilidad de obtención de capital y de consiguiente crecimiento.
Poco a poco, la historia comenzó a tomar otro rumbo.
De las 973 empresas que ofrecían sus servicios en el último año de la década de los ´80, en el ´99 quedaban 851.
En 1997 la Bolsa porteña negoció alrededor de US$ 23.000 millones. Dos años después, esa cifra se redujo a US$ 7.900 millones. Y en los US$ 800 millones por jornada que se movían en el ´90 se produjo una amenazante sangría. En la rueda del 11 de febrero último, por ejemplo, se negociaron US$ 110 millones. Y en la del lunes 14, sólo US$ 87 millones.
Al flaco panorama hay que agregarle el hecho de que más empresas pueden abandonar el ruedo, algo que podría suceder también en otros mercados de la región.
Hoy, sobre los resabios de lo que ha sido, flotan algunas preguntas. En este estado de cosas, ¿tiene alguna incidencia el comportamiento bursátil sobre la economía real? ¿Es, de alguna manera, un termómetro apto para medir el humor de operadores y empresarios? ¿Puede volver a ser fructífera una institución a la que hoy sólo empuja la momentánea brillantez de un sector, como el de las telefónicas.
“En el ámbito de la población no tiene incidencia. Hoy no pasa lo que pasaba en los primeros años de la década de los ´60, o a mediados de los ´70, cuando sí gravitaba. Después fue otra cosa. No hay que olvidarse que un ministro de Economía llegó a decir que la ´Bolsa era una timba´”, afirma un habitué del recinto de la calle 25 de mayo, conocedor de los momentos de gloria.
¿Seguirá existiendo la bolsa, en sus variantes local y regional, tal como se la conoce? El diagnóstico no parece el mejor. Además, las regulaciones que protegen a las bolsas de América latina, pueden comenzar a ceder, bajo la solicitud de mayor libertad.
Si esa barrera cae, no habría límites para que las transacciones de las grandes compañías se retiren a Nueva York, por ejemplo, donde el Nasdaq y el Dow Jones (por lo menos hasta ahora) gozan de rozagante esbeltez. Y la bolsa porteña, junto a las más debilitadas de la región, comenzaría a vivir en el recuerdo de los operadores. ¿Qué pasará entonces con su infraestructura?
Las preguntas no son caprichosas. Hace pocos días, las bolsas de Tokio, Nueva York y Francfort han unido esfuerzos para ganar competitividad. En Madrid ha comenzado a funcionar Latibex, que agrupa a las principales firmas iberoamericanas. En esta etapa, los negocios mundiales tienden a las megafusiones empresarias, para aprovechar sinergias y ganar competitividad.
Tal vez no desaparezca la esencia de las bolsas de pequeña escala. Seguramente algo cambiará en su conformación para ganar volumen, como dejar de ser locales.