El consumo de arroz está cayendo drásticamente en la dieta cotidiana de la familia japonesa; hoy se consume 20% menos del producto que hace veinte años. Los viejos (que son cada vez más) comen menos y los jóvenes prefieren el trigo.
Otras fuentes de demanda también se están contrayendo: el consumo de sake, la bebida nacional a base de arroz, cayó 30% desde 2005.
Por primer vez, desde 1953, el arroz japonés es más barato que el de California El precio podría recuperarse en el corto plazo, pero lo más preocupa es la tendencia. El punto de inflexión, dicen expertos nipones, exige una revisión total de la forma en que la nación concibe su producto básico.
Desde la segunda guerra mundial, los agricultores han sido subsidiados por el gobierno para que produzcan arroz. Es muy posible que la próxima reforma del Primer Ministro Shinzo Abe incluya ese producto. A principios de año El partido de Abe obligó al sindicato JA-Zenchu a desistir del derecho de supervisar y auditar a los agricultores, una medida tendiente a diluir el poder del sindicato. La idea, considerada entre las reformas que forman parte de la “tercera flecha” de la Abenomía, podría otorgar mayor autonomía a las cooperativas. El gobierno también ha relajado algunos de los límites a la propiedad de empresas agrícolas y creó formas de fusionar pequeñas chacras con otras para formar grandes. Abe podría estar por ampliar esa política.
El hecho es que la industria del arroz tiene menos defensores hoy que en el pasado La demografía de la industria, en la que la edad promedio de los agricultores es 70 años, le juega en contra. Casi 64% de los agricultores japoneses cultiva un alimento que representa 21% de la producción agrícola del país por valor, según el Canon Institute for Global Studies. Durante mucho tiempo los consumidores han rechazado importaciones que eran 20 o 30% más baratas. Pero poco a poco comienzan a advertir lo absurdo de un sistema que canaliza miles de millones de sus impuestos hacia subsidios que hacen haya más campos vacíos y los precios se inflen.
Ahora los lobbies de la carne y del trigo tienen más influencia en los altos niveles del gobierno. Al fin se ha vuelto aceptable cuestionar cómo una raquítica industria arrocera tiene a toda la nación a sus pies. Sin la protección de los subsidios, ven ahora los japoneses, la política arrocera nacional no funciona.
Coinciden, sí, en que el arroz está en el corazón de Japón, aunque ahora lo coman menos. Pero ese sentimiento puede ya no ser suficiente. Los agricultores están viejos, los precios internacionales bajan y las batallas serán más duras. En esas circunstancias, sienten que no pueden inducir a los hijos a convertirse en agricultores de arroz.
Para otros más drásticos, los precios internacionales bajos ponen al descubierto la manipulación que el lobby de la industria realiza desde hace muchos años. Podría ser esta, dicen algunos diplomáticos, la oportunidad de que Japón encare el comercio global más ligero de equipaje.